Columna de Daniela Lagos: Vista y oído

En The Eddy hay verdadero talento musical, interpretaciones con sentimiento, momentos brillantes y otros de tensión sobre el escenario. Para acompañar esto y hacerlo más intenso, la producción se la juega por una cámara en mano.


En la última década Damien Chazelle se puso en el mapa como uno de los directores y guionistas a tener en cuenta. Las primeras películas con que logró atención fueron Whiplash y La la land, que además de él, tenían otro punto en común: la música, y específicamente el jazz, como protagonistas.

The Eddy es su primera producción televisiva, estrenada el viernes pasado en Netflix, y aquí se repite su carta de amor a este género musical. Ambientada en París, la miniserie cuenta la historia de un club de jazz y las personas que giran en torno a él, partiendo por Elliot (André Holland, Luz de luna), su dueño. Un estadounidense que fue un famoso pianista y hoy está retirado, dedicado a su club, a la composición y a la dirección de la banda de la casa.

A los pocos minutos del primer episodio la mesa ya está servida para la acción y el drama: Elliot es un tipo constantemente estresado que quiere ver a su club y su banda triunfar. Mientras, su socio parece estar metido en problemas con una mafia, su conflictiva hija adolescente acaba de llegar desde Nueva York a pasar un tiempo con él y hace poco terminó una relación secreta con la vocalista del grupo que dirige.

A pesar de tener todos estos elementos y piezas, que hacen que la trama se mueva entre el drama familiar, el musical y el thriller, la historia está lejos de ser perfecta. Tiene momentos en que se siente lenta y otros de clichés dramáticos, pero esto no quiere decir que sea una producción para pasar por alto. También tiene escenas que atrapan y buenas actuaciones, y por sobre todo esto, es un deleite musical y un refresco a la vista.

La música está presente en varios momentos de cada episodio, grabada en vivo y con composiciones originales que crean momentos conectados a la historia pero que también funcionan casi como videoclips aparte. Hay verdadero talento musical, interpretaciones con sentimiento, momentos brillantes y otros de tensión sobre el escenario. Para acompañar esto y hacerlo más intenso, la producción se la juega por una cámara en mano; por ponerse a veces muy, muy cerca de sus protagonistas y generar instantes a veces de intimidad, otras de incomodidad, y sin duda ser un refresco y una bienvenida apuesta en el mundo de las series mainstream donde esto se ve muy poco.

Una serie para ver con atención y escuchar con buenos parlantes.

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