Lorde está feliz: el regreso de la estrella iluminada

Foto: Promocional / Ophelia Mikkelson Jones

¿Una sátira sobre el vacío intelectual de la sociedad contemporánea, un llamado a proteger el planeta de la crisis climática o simplemente un testimonio de plenitud y libertad de una joven de 24 años? La gran referente de la Generación Z vuelve a sorprender con Solar Power, un tercer disco que ha confundido a la crítica y que ni sus fans parecen comprender, pero que consigue proyectar su luz en todo el mundo.


Un dato curioso y tal vez revelador: la idea tras Solar power, la canción que da nombre y sentido al tercer disco de Lorde, nació en la casa de veraneo en Martha’s Vineyard de Larry David, el genio de la comedia creador de series como Seinfeld y Curb your enthusiasm. La cantante, íntima amiga de la hija del actor y guionista, Cazzie David, tuvo una especie de epifanía mientras ambas nadaban despreocupadamente bajo el sol en el exclusivo balneario insular de la costa este de Estados Unidos. Ella cuenta que el tema “se le apareció” esa misma tarde y que poco rato después llamó a su productor Jack Antonoff para contarle que había tenido una “visión”. Que lo nuevo de la estrella neozelandesa sea una suerte de homenaje al sol, al verano y a la naturaleza, o por el contrario, una sátira tipo Larry David sobre los vacíos de la vida moderna y la cultura selfie, es una de las muchas dudas aún sin respuesta que deja su álbum publicado el viernes, uno de los más esperados del año.

Lo que sí está claro es que Lorde está feliz. La cantautora que debutó en la industria a los 16 años con el asombroso Pure heroine (2013) y que David Bowie antes de morir ungió como “el futuro de la música”, para luego sacudir al mundo la intensidad de Melodrama (2017) -una crónica electropop de ruptura amorosa y transición a la adultez que fácilmente califica como el disco definitivo de la llamada Generación Z-, hoy, a sus 24 años, se entrega a las guitarras y a las flautas, a algo parecido al hedonismo playero, a una que otra influencia del pop de principios de los 2000 y a una imagen sonriente que no le conocíamos.

Lo anterior no es trivial, menos en los oscuros días de pandemia y no cuando hablamos de Lorde, una suerte de faro para una gran parte de la juventud actual, curadora del ánimo de su generación y sacerdotisa del zeitgeist centennial. Cualquier nuevo paso de Lorde tiene un impacto multiplicado por millones, como lo atestiguan las innumerables reacciones que dejó su nuevo lanzamiento en las redes sociales de Oceanía, Estados Unidos, Europa y Chile. “Muchas gracias Lorde, ya estamos listxs para basar nuestra personalidad en este álbum por 4 años”, sentenciaba un usuario de Twitter antes de ayer. “Esta Lorde feliz con la vida no termina de encajar en mi vida.... será que ella logró madurar y yo no, acaso mi corazón necesita dejar el melodrama?” (sic), se preguntaba otro de sus fans el mismo día, haciendo eco de una de las principales interrogantes en torno a Solar power.

Foto: Promocional / Ophelia Mikkelson Jones

La crítica especializada tampoco parece ponerse de acuerdo. La revista británica NME sentenció que “Lorde lo hizo de nuevo”, mientras que la estadounidense Spin lo llamó su “álbum menos vital” y con “poca magia”. Pitchfork denunció cierta “incoherencia” en el nuevo material y los españoles Jenesaispop consideraron que su aproximación en clave irónica al hippismo de los 60 para “cuestionar la cultura del bienestar actual es demasiado fina para el vulgo”.

El diario inglés The Independent fue más allá y tildó a Solar power de “decepcionante”, comparándolo con The hissing of summer lawns (1975), de Joni Mitchell, por su exploración de la élite de los suburbios californianos. “Pero mientras Mitchell hablaba de una profunda desesperación en sus historias de mujeres ricas que ocultaban la oscuridad espiritual con una máscara alegre, Lorde se limita a pasearse por su bonito y pastiche paisaje sonoro sin conectar realmente”, remata la reseña.

La propia autora ha propiciado cierta confusión. En el reciente video de Mood ring, la cantante luce una peluca rubia y monta sobre la arena una coreografía de mujeres con coronas de flores tipo Midsommar para cuestionar la banalidad de la moda wellness, la “dieta paleo” y el mundo de las terapias de spa -según ella misma explica en las notas que acompañan la escucha en Spotify, en un “intento satírico” por compararla “con la cultura New Age de los años 60”-, pero en una reciente entrevista con The New York Times la cantautora no se mostró demasiado preocupada en darle mayor subtexto y profundidad a sus doce nuevas canciones. “Es uno de mis mejores discos de marihuana”, dijo riendo.

Sobre la comentada nueva portada que muestra un primer plano de su trasero en bikini, la solista da a entender que, en realidad, nunca fue tan oscura ni gótica, sino que simplemente era muy chica cuando partió en el negocio: “Tenía 15 años cuando hice Royals, era tímida, no quería que la gente hiciera comentarios sobre mi cuerpo así que me vestía de una cierta forma... ahora tengo 24”.

Sus cuestionamientos a los cultos modernos, a la lógica de las redes sociales (“jóvenes millonarios teniendo pesadillas con el flash de la cámara”, dice en una de las letras) y a una dinámica de fama de la que aparentemente logró escapar (“los hoteles y los jets / las botellas y las modelos”, enumera en California), se contraponen con su honesta preocupación por el medio ambiente y la crisis climática. “El sol nos mostrará el camino”, señala en The path, tema que abre un álbum que no se comercializará en formato CD, y que presenta como alternativa ecológica una caja digital con material adicional “respetuosa con el medio ambiente”.

Musicalmente, temas como los mencionados The path, California y Stoned at the nail salon suenan profundamente marcados por The Mamas & the Papas, la misma Joni Mitchell y ese sonido folk sicodélico del Laurel Canyon de Los Angeles de los 60 y 70 que tan bien ha revitalizado Lana del Rey. En otros pasajes, temas como Mood ring y Secrets from a girl la acercan al pop guitarreado del cambio de siglo de Natalie Imbruglia o Sheryl Crow. “Sabía que quería incorporar las influencias de mi adolescencia, esas cosas de los primeros años 2000, algo que sonara a andar en skate, a S Club 7, pero también a Rock DJ de Robbie Williams”, comentó la cantante al New York Times.

Salvo Zendaya y Billie Eilish -quien también reapareció este año rubia, reflexiva en torno a la fama juvenil y más optimista que en su oscuro disco debut-, no parece existir otro ícono veinteañero tan influyente en la industria, los medios y en el relato de la Generación Z como Lorde. Pero quizás todo lo anterior es demasiada carga para una joven de 24 años que finalmente sólo intenta estar bien y hacer lo que le gusta. “He crecido un montón, he hecho un montón de cosas, estoy feliz, hago mucho ejercicio, mi cuerpo está sexy, me siento bien... la vida está bien, estoy contando dónde me encuentro ahora y espero que la gente lo entienda”, recalcó la cantante.

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