Nadie en su sano juicio podría justificar el racismo, entendido como un desprecio hacia una persona en razón de su color de piel, su posición social o en su raíces culturales. Agregaría más aun en los tiempos actuales. Soy también de aquellos que entiende y que comprende que muchas veces sin proponérselo las personas emiten frases o realizan acciones que caen dentro del ámbito de lo ofensivo sin realmente proponérselo. En el Derecho, para que una persona, en este caso la victima, se considere realmente ofendida o injuriada, se requiere lo que se denomina animus injurandi, esto es, la intención positiva y precisa de ofender, lo que no siempre se logra acreditar.

En el deporte en general y, en el fútbol en particular, debiera aplicarse el mismo razonamiento, pero no es así y como una manera de impedir una eventual escalada racista entre los participantes e, incluso entre los espectadores, ha optado por castigar y sancionar simplemente por dar por acreditado que quien emite este tipo de expresiones debe ser sancionado ni aún admitiendo que en un partido se dicen frases que podrían catalogarse como propias de la calentura de un encendido encuentro.

Dicho esto, otro aspecto a considerar es la prueba. Y es ahí donde no es fácil determinar si se expresaron o no frases racistas. El jugador Alexis Rolín acusó al árbitro Francisco Gilabert de haberle dicho en pleno desarrollo del partido "negro feo". Para los estándares de la FIFA, eso claramente es catalogado de racista. El árbitro ciertamente lo niega, y también aparece en su defensa el jugador rival Mario Parra como testigo presencial, en consecuencia calificado,  señalando que escuchó que el juez del partido solo le habría señalado "no me mire feo". Muy diferente en realidad a la acusación.

No va ser fácil, en consecuencia, para el Tribunal de Disciplina dar por acreditado frases racistas y lo más probable es que el propio jugador denunciante termine por desistirse y no perseverar en su denuncia.

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