
El emotivo retorno de Davor Suker a Chile: “Cuando muera, una de las imágenes que pasará por mi cabeza será este lugar”
El exdelantero, campeón con Yugoslavia del Mundial Sub de 1987, vuelve a Santiago para presenciar la final de la actual cita planetaria. A días de la definición entre Argentina y Marruecos, el histórico ariete atiende a El Deportivo para recordar su paso por el país.

“Chi chi chi, le le le, viva Chile”, dice Davor Suker con una sonrisa amplia y los zapatos hundidos en el césped del Estadio Nacional. Han pasado 38 años desde el Mundial Sub 20 de 1987 que lo vio levantar una copa junto a Yugoslavia y al técnico Mirko Jozic, el mismo que más tarde sería campeón de la Copa Libertadores con Colo Colo. El exgoleador, figura en Real Madrid, Arsenal y Sevilla, ha vuelto al lugar donde todo empezó. En plena cancha del principal reducto deportivo, atiende a los medios de prensa en un evento organizado por la FIFA, donde reflexiona en torno a los desafíos del fútbol a nivel local y global. Este domingo estará presente en la definición entre Argentina y Marruecos.
“Cuando llegué al estadio me emocioné un poco. Pasaron casi cuatro décadas, pero recordé cada detalle. El túnel, la grada, las palabras en español que no entendíamos, la gente pidiendo café, que comíamos kiwi en el hotel, la Coca Cola... Teníamos 19 años, era otro mundo. Chile nos cuidó, nos protegió. Ayer mandé fotos del estadio a mis excompañeros y todos estaban felices, todos aman este país”, dijo el exariete en su retorno a Ñuñoa, en un español aprendido en sus años en Sevilla y Madrid, pero marcado por su acento croata.
El motivo de su regreso es la final del Mundial Sub 20, que se jugará en el mismo escenario que en aquella oportunidad. Suker, actual dirigente y expresidente de la federación croata, aterrizó invitado por la FIFA. Pero su retorno fue más que un compromiso institucional. Es una especie de viaje al origen. “Un día, cuando me toque morir, una de las imágenes que pasarán por mi cabeza será este estadio. Aquí ganamos una Copa del Mundo”, comenta.
Los recuerdos
Uno de los primeros temas que aborda el exdelantero en el recinto es su recuerdo de las enseñanzas de Mirko Jozic. “Fue un seleccionador excepcional. Nos unió como grupo y nos enseñó a creer. No era fácil en un torneo largo, lejos de casa, en un continente nuevo. Pero él nos mantuvo juntos, disciplinados, alegres”, revela.

Esa conexión entre Jozic y Chile, que se consolidaría después con Colo Colo campeón de América en 1991, marcó también al propio Suker: “Mirko dejó huella aquí, igual que en nosotros. Su manera de trabajar, su calma, su método. Por eso Chile tiene un lugar tan especial en mi corazón”.
El otrora goleador habla con el entusiasmo de alguien que todavía juega. “Estos torneos son fundamentales. Un chico de 19 años pasa de un estadio con 10 mil personas en su ciudad a jugar con 70 mil acá. Escucha el himno, siente la presión, aprende a competir. Eso te forma para toda la vida”, afirma.
“Estoy seguro de que Lamine Yamal o Franco Mastantuono darían lo que fuera por estar aquí. Esta experiencia no tiene precio. Yo, después de 38 años, aún me emociono al recordar ese título. Son imágenes que me acompañarán toda la vida”, añade.
Los desafíos
Cuando se le pregunta por la ausencia de Chile en tres mundiales consecutivos, Suker no esquiva el diagnóstico. “Hay que trabajar más en las escuelas. Más torneos, más competencias regionales. En Croacia somos tres millones y medio, pero buscamos jugadores en cada rincón, en cada colegio. Hay que pagar bien a los entrenadores, darles herramientas, no solo decir ‘vengan a correr’. El fútbol se enseña, no se improvisa”, comenta.
Su idea del progreso no tiene atajos. “Si pones todo el dinero del mundo hoy, no vas a ganar mañana. Pero en siete u ocho años, sí. El trabajo constante es la única fórmula”, repite. “No hay que mirar cuánto gana un jugador o un entrenador, sino cuántos partidos y torneos organiza la federación. Eso es desarrollo. Chile tiene talento, pero necesita planificación y paciencia”, insiste.
El exdelantero, que fue goleador del Mundial de Francia 98, también se permite una crítica más amplia: el fútbol moderno y su sobrecarga de partidos.
“Hoy los jugadores disputan entre 70 y 80 partidos por año. Ya no hay tiempo para descansar. Todo el mundo quiere más: la televisión, los clubes, las confederaciones. Pero el fútbol no es un trabajo de tres turnos. Necesita pausas, aire. Si seguimos agregando torneos, los jugadores se van a romper”, advierte.
Por eso defiende con fuerza los campeonatos juveniles, incluso cuando los clubes se niegan a ceder jugadores. “Ser campeón del mundo Sub 20 vale más que tres goles en tu liga. Es una experiencia que no tiene precio. Si yo fuera presidente de una federación, iría personalmente a hablar con los clubes para que los dejen venir. Es un mes. Y en ese mes se forman para siempre”, destaca.

Durante la charla, Suker se detuvo varias veces a elogiar a Chile. Habló del nuevo aeropuerto, de la comida, de los restaurantes, del orden y la hospitalidad. “Han dado un salto enorme. Es un país hermoso. Mi esposa está recorriendo Valparaíso, Viña del Mar, y está encantada. Me siento como en casa. Latinoamérica es parte de mí, por la fe, por la cultura”, dice.
Pero también deja varias reflexiones: “Sin juveniles, no puede haber selección absoluta. Hay que invertir abajo. Es como la escuela: no puedes ir a la universidad sin pasar por el colegio”.
Como en casa
Cuando recuerda al plantel de Yugoslavia de 1987, Suker sonríe. “Era un equipazo. Pero luego vino la guerra. Cuatro años sin poder jugar. Imagina si Argentina o Francia pasaran por eso, perderían toda una generación. Aun así, Croacia llegó a semifinales en 1998 y volvió a hacerlo dos veces más. Eso se llama trabajo y amor por la camiseta”, indica.
El exdelantero levanta la vista, observa el Nacional vacío. “El fútbol es una casa que se construye desde el sótano. No desde el techo. Muchos quieren tener resultados inmediatos, como pedir una hamburguesa en la comida rápida. Pero esto no es así. Hay que tener paciencia, enseñar, insistir”, reflexiona. Luego, sonríe otra vez. “Gracias a Dios no quise ser entrenador. No dormiría nunca”, bromea, antes de despedirse.
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