“Párate, la puta madre”: el Clásico del Pacífico por dentro

El zapatazo de Arturo Vidal para abrir la cuenta. Foto: Pedro Rodríguez.

Claudio Bravo y Ricardo Gareca fueron dos de los más locuaces en un Nacional sin público, pero con mucha intensidad dentro y fuera de la cancha.



Un Clásico del Pacífico sin público, pero con la intensidad propia de un partido con semejante historia se vivió en el Estadio Nacional. Sin el ruido de la gente, las voces de la cancha se multiplicaron nítidas y ampliadas por los micrófonos de la transmisión oficial. Y si bien esta vez no se encontraba en el campo de juego Brayan Cortés y su pintoresco “¡Chapa! ¡Chapaaaa!”, el técnico de la selección peruana Ricardo Gareca y el arquero nacional Claudio Bravo se disputaron palmo a palmo el premio al más locuaz del compromiso.

Como pocas veces, el himno peruano se pudo oír. Los jugadores visitantes, emocionados, lo entonaban, mismo caso de los chilenos, quienes no perdieron la emotividad al cantar el propio, sobre todo la parte final a capella. Luego, el minuto de silencio en honor a Carlos Campos y la inmediata arenga de Bravo tras el homenaje.

Las primeras vociferaciones salieron desde la banca visitante ante el buen comienzo del dueño de casa. “¡Oreja, cierra!”, “¡no dejen pensar!”, le indicaba Gareca a Edison Flores. Un par de minutos después, el Tigre se desesperaba porque no le hacían casos sus pupilos. “Nos falta un poquito de movilidad”, se lamentaba el transandino.

En el cuadro chileno, Arturo Vidal y Bravo se repartían las indicaciones para sus compañeros. Fue justamente el volante del Inter el que se llevó todos los aplausos a los 20 minutos, cuando batió a Gallese con un brillante zapatazo desde fuera del área. “¡Gol, conchetumadre!”, se escuchó a la distancia, mientras, unos metros más atrás, Claudio Bravo se persignaba y gritaba “¡vamos!”. En tanto, Reinaldo Rueda, se abrazaba con su ayudante Bernardo Redín, quien también entregó indicaciones. El seleccionador nacional se mostraba tranquilo y de vez en cuando se sacaba la mascarilla para repartir alguna orden. A los 25′, le pidió a Paulo Díaz que se acercara. Un minuto después, el entrenador del cuadro incaico se desesperaba. “¡Estamos perdiendo todas las pelotas!”, advertía.

Los gritos de dolor de los futbolistas al ser víctimas de alguna falta o choque no pasaron inadvertidos. Uno de los más fuertes fue el de Pedro Gallese tras chocar con Felipe Mora. El portero se lastimó un dedo y debió ser atendido por varios minutos. Lo mismo ocurrió en el segundo tiempo con el propio Mora, cuando Luis Advíncula le entró durísimo. El peruano se defendía de que no había mala intención, mientras Beausejour reclamaba la amarilla. Bose había sido amonestado cuando terminaba el primer tiempo por un leve manotazo a Carrillo, que fue recriminado con un sonoro “no" por el propio lateral y todos sus compañeros.

En la víspera del segundo gol chileno, Gareca se volvía loco. “Miguel, ¿qué pasa? Tranquilo. Reaccioná rápido”, le insistía el DT a Trauco. La indicación no surtió efecto y el tanto de Vidal fue un duro mazazo. Luego el estratega debió enviar a la cancha a Christian Cueva para intentar dar vuelta la situación. En el arco nacional, Bravo se transformaba en figura al sacarle un remate a quemarropa a Ruidíaz. Vidal, el mismo con el que está distanciado desde 2017 y que hoy fue capitán, se acercó a felicitarlo por la tapada.

En el complemento, el oriundo de Viluco seguía insistiendo en sacar al equipo del área. “Fuera, fuera”, gritaba constantemente. También se escuchó el clásico “¡se va, se va!”, pero la pelota caprichosamente no se fue. Luego, con un atacante peruano en el suelo reclamando falta, el meta perdió la paciencia y le gritó: “¡Párate, párate, la puta madre!”. Minutos después, Mora recibió la enésima falta en la mitad de la cancha. “¡Cuántas veces me ha pegado!”, replicaba el delantero desde el suelo.

Los minutos finales transcurrieron en duelos y guapezas en la mitad de la cancha y un Bravo insistiéndoles a sus compañeros que no se metieran atrás. Muchas veces, lo hizo con enojo, pero transmitiendo una cuota de tranquilidad que se extrañaba hace bastante. Gareca, por su parte, intentaba cambiar la suerte del partido con nuevas modificaciones. “Canchita, vas a cabecear, eh”, le indicaba a Christofer Gonzales, antes de mandarlo a la cancha. No se demoró ni dos minutos en ganarse amarilla por un rodillazo a… Mora. Meneses fue otro de los que recibió bastante. “Cambia la dirección del balón”, le explicaba Gareca a Vidal, al borde del terreno, mientras Takeshi se retorcía de dolor.

“Se acaba, se acaba, es la última. Ya está”, fue lo último que se escuchó de Bravo antes de que el partido terminara. Con algo de inquietud, finalmente la Roja volvió a los abrazos tras superar a uno de sus más clásicos rivales.

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