Viví una vida entera con él. Desde haber estado en el mismo colegio, el San Ignacio de Alonso Ovalle… Después, él debutó y fue campeón en el año 61 y yo debuté el 62. Siempre estuvo al lado mío, dándome consejos. Más allá de ser un compañero del fútbol, fuimos muy buenos amigos.

Muchas veces nuestra amistad fue a la distancia. Yo me fui el 67 a Uruguay y ya no nos encontramos hasta Francia, cuando yo estaba jugando en Lille. Lo llevé para allá, porque él quería jugar en Europa. Ahí convivimos y compartimos muchos momentos importantes por al menos dos años. Luego, a nuestro regreso, seguimos otros rumbos. Yo como jugador y Tito, que empezó como entrenador. De él fui aprendiendo y fuimos conversando mucho sobre cómo serían nuestras vidas, no sólo como entrenadores, sino como formadores de los niños de Universidad Católica.

Siempre tuvimos la idea de no sólo formar jugadores, sino que buenas personas, y que si no iban a ser jugadores de fútbol profesional, lo importante era que pudieran desempeñarse como profesionales en otro rubro.

Nuestra vida siguió en común hasta que Tito decidió dedicarse al periodismo. Él tomó esa decisión, que me pareció muy buena, porque era una persona que conocía el fútbol al revés y al derecho. Le fue muy bien en eso, así como le fue como entrenador.

Cuando me preguntan si es uno de los deportistas más importantes, mi respuesta es que esto se lo deberían haber reconocido cuando estaba en vida. En Católica sí lo hicieron, porque tiene una tribuna y fue cruzado caballero. En su casa fue reconocido, hay que ser justos en eso. Se lo merece, por lo demás. Ahora, ya está descansando.

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