Por Francisco CorvalánConfesiones de un ludópata digital
Un estudio asegura que la edad promedio de los nuevos apostadores es de 15,5 años. Desde ahí, la adicción puede estar a solo un clic. Fue así para Pablo, un joven del sur de Santiago que partió con una apuesta de $ 4 mil a los 13 años y terminó convertido en un adicto capaz de perder $ 100 millones en casinos online.

Lo recuerda muy bien. El 14 de noviembre de 2009 se jugó la ida por el repechaje para ir al Mundial de Sudáfrica entre Costa Rica y Uruguay. Los celestes ganaron el encuentro gracias a un gol de Diego Lugano, quien sentenció el partido por la mínima. Gracias a ese tanto que marcó el capitán de los charrúas, Pablo -no es su nombre real- ganó el doble de los $ 4.000 que apostó. Tenía 13 años y era la primera vez que lo hacía: partió con buena racha. Ese fue el prólogo de una espiral de adicción a las apuestas que lo hizo tocar fondo hace poco, llevándolo a apostar dinero que no tenía y a casi perderlo todo.
Primero fue llenando una cartilla en Xperto, o en sitios web extranjeros, pero no fue hasta que descubrió las casas de apuestas online, en 2016, cuando se catalizó el gusto por apostar de Pablo. Ya para 2019 el riesgo por ganar o perder dinero solo creció para él. Lo que había comenzado como una forma de divertirse, se volvió una obsesión.
“Nunca fue un problema real hasta 2023. Ahí empecé a perder la noción, a apostar millones de pesos. Millones. La apuesta más grande que he hecho es de $ 5 millones”, admite el profesional de las comunicaciones, hoy de 28 años y vecino del sector sur de Santiago. Todo giraba en torno a los resultados deportivos que lo podrían favorecer o perjudicar. Pablo dice que no paraba de ver las notificaciones de su teléfono, ni era capaz de ver una película con su pareja o mirar a la cara a sus amigos mientras le intentaban conversar. Siempre estaba atento a cómo podría salir un equipo de fútbol de una liga exótica, o un partido de tenis entre dos jugadores que casi nadie conocía. Incluso, admite, en su trabajo se encerraba en el baño de la oficina para apostar o ver el desenlace de un encuentro deportivo.
Apostar, pronto, se volvió su forma de relacionarse con el mundo. “Llegué a un punto en que quería que las cosas me salieran gratis. Me compraba un libro, me salía 20 lucas y apostaba para ganar 20 lucas y que me saliera gratis. Todo lo veía como una apuesta potencial”. Pablo asegura que, al principio, consiguió grandes retornos: se compró varios pares de zapatillas, se costeó un viaje a Europa, adelantó el crédito que pidió para estudiar. También pagaba la cuenta cada vez que salía con sus amigos e invitaba a comer a su mamá.
En un primer momento no era sospechoso que su hijo siempre tuviera dinero. El joven recibía una mesada de $ 220 mil mensuales, pero, según ella, Pablo ahorraba gran parte de ese monto.
Lo que no sabía era que en varias ocasiones su hijo había llegado a apostar millones de pesos, que perdió sus ahorros, que pidió créditos de consumo para seguir financiando su vicio. “No llegué a ser un ludópata ladrón”, remarca. Pero las ganas de gastar para recuperar, perder y seguir gastando en apuestas lo fue arrastrando hasta tocar fondo. Su pareja debía revisarle las cuentas para ver que no apostara o, al menos, que no gastara tanto en su adicción. Se estaba saliendo de control, lo que fue desgastando su relación hasta que esta terminó a mediados del año pasado.
Allí empezó, según cuenta con arrepentimiento, su última “buena racha”. Dice que ganó cerca de $ 50 millones en poco tiempo, pero también en las semanas siguientes lo perdió casi todo. Intentó recuperarse, pero solo hizo que se hundiera más en deudas.
Un día, a principios de este año, Pablo se acercó a la habitación de su madre para conversar con ella. En los últimos tres días había perdido $ 11 millones en apuestas, que era todo lo que le quedaba ahorrado. En su cabeza hizo el cálculo: de los $ 100 millones que estimaba haber ganado en un par de años, ya no quedaba nada. Sentía mucha culpa y vergüenza. Recuerda que en vez de hablarle a su madre, entre lágrimas y angustia, se abalanzó sobre ella llorando y, cuenta, sólo pudo decirle “no puedo más”.
La abstinencia
En la pantalla del celular basta un clic para apostar. La llamada ludopatía digital, esta adicción a las apuestas en entornos virtuales, se ha convertido en uno de los problemas de salud mental emergentes más complejos de la era tecnológica.
A diferencia de la ludopatía tradicional, la versión digital se desarrolla en plataformas en línea: aplicaciones móviles, videojuegos con micropagos, casinos virtuales, páginas de apuestas deportivas y redes sociales que integran dinámicas de azar. En todos esos espacios el juego se presenta como una experiencia rápida, accesible y constante. Disponible las 24 horas del día y sin restricciones geográficas.
El estudio “Pantallas que atrapan: radiografía del juego online en jóvenes chilenos”, reveló que el 11% de las personas de entre 12 y 17 años ha apostado en el último año. De hecho, según la investigación, los nuevos apostadores tienen una edad promedio de 15,5 años.
Esta ludopatía digital comparte con la tradicional los mismos mecanismos de adicción: una necesidad creciente de jugar para obtener placer o aliviar malestar, pérdida de control y persistencia pese a las consecuencias negativas. De hecho, Pablo confiesa que para él las ganancias dejaron de tener sentido. “Perdí toda la capacidad de asombro. Me acuerdo que la apuesta más grande que hice ni siquiera me emocioné. Aposté 280 lucas y me gané 13 millones. Gané, me serví un vaso de bebida y me acosté. La gracia de esto no es el hecho de ganar plata, sino la adrenalina de no perderla”.
Según el médico del Hospital Psiquiátrico de la Universidad de Chile Carlos Ibáñez, lo que caracteriza a todas las adicciones es la pérdida de control. “La persona ya no puede decidir cuándo terminar de jugar y las consecuencias negativas de esa conducta, que pueden ser a nivel interpersonal, de salud mental, del sueño o de descuidar otra actividad”. Cada apuesta es para el adicto un golpe dopaminérgico que lo atrapa más en dicha conducta.
Otra cosa que agrega el psiquiatra: mientras más joven se adopta esta conducta adictiva, mayor es el riesgo de desarrollar consecuencias a futuro. Hay más depresión, angustia y mayor dificultad para asumir este acto problemático y hacer algo para contrarrestarlo.
En el caso de Pablo, luego de tocar fondo a principios de este año, se sumió en una depresión que lo mantiene refugiado en su casa. Ya no sale con sus amigos y habla cada vez menos con ellos, porque el tema de las apuestas parecía inevitable. Sólo uno de ellos sigue manteniendo contacto regular con él. Ese amigo, cuenta, todavía está asimilando que lo que le pasó a Pablo también le podría pasar a él:
“Fue bien fuerte. Me invitó a conversar como una forma de pedir ayuda. Me empezó a contar que todo se le fue yendo de las manos. Y quedé para adentro, porque pensaba: ¿En qué momento una persona termina así?“.
Su amigo dice que está acostumbrado a escuchar sobre la adicción a las drogas, al alcohol y a la ludopatía, pero siempre más ligada a los riesgos de los casinos. Por eso es que el caso de Pablo lo sacudió. No esperaba que él, a quien consideraba un apostador avezado, estuviese “tomando medicamentos y yendo a terapia, porque ya no podía más con esto”.
Fernanda Riveros, psicóloga clínica experta en adicciones y terapeuta en Fundación Contradicción, remarca que cualquier tipo de adicción va configurando una suerte de ritual. “En ciertos momentos del día la persona juega, lo que va articulando una dinámica que se hace bien constante”. Para el caso de Pablo, su rutina de apuestas corría en paralelo a su día cotidiano. Lo hacía en su casa, en el trabajo, con sus amigos y con su familia.
Cortar esta conducta no es fácil, según indica la experta. Surgen muchos deseos de jugar, también pensamientos muy intrusivos. Porque dejar de jugar implica hacer cambios en la rutina, dejar de hacer algo que es una actividad que la persona tanto disfruta.
Esa abstinencia Pablo la ha sufrido durante estos siete meses que lleva en terapia. Se encerró en su habitación, solo sale para ir y volver del trabajo. De hecho, el fin de semana lo pasa acostado y durmiendo, porque, confiesa, no encuentra “motivación para salir de allí”.
Sin escape
A pesar de su encierro, del tratamiento psicológico y los antidepresivos para controlar la angustia, Pablo aún tiene recaídas. Hay días en que le confiesa a su madre que siente la compulsión por apostar y logra frenarlas. Pero, también, hay días en que no.
“De repente apuesto. Pero cuando recaigo son 10 lucas, no más que eso”.
Al principio del tratamiento, su madre se preocupaba cuando lo veía mucho tiempo con el teléfono: pensaba que podría estar apostando. Con los meses ha entendido que las recaídas son parte del proceso. Por eso no toma represalias cuando ocurren.
“Es un trabajo que se hace gradualmente y es necesario comprender esta dificultad. Porque muchas veces se permite esta idea errónea de que es solamente una cosa de voluntad, que es sencillo salir, pero es el cerebro el que experimenta un cierto estado de recompensa, una sensación placentera”, detalla la psicóloga Fernanda Riveros.
El proceso, además de ser lento, presiona los presupuestos familiares. Los gastos en terapia y medicamentos de Pablo pueden superar los $500 mil mensuales: un monto que para él y su madre no es fácil de costear. Volver a entender el valor del dinero es, de hecho, otra de sus metas. Lo está haciendo con ayuda de una terapeuta ocupacional. “Llegué a ganar tanto en apuestas, que perdí la noción de si $ 100 mil era mucho o no”, reconoce Pablo.
Todo ese proceso debe vivirlo con una dificultad de evitar la constante exposición a contenidos publicitarios e invitaciones de volver a apostar. En redes sociales, una gran cantidad de influencers apoyan alguna casa de apuestas mediante publicidad. Al ver un partido de fútbol, casi todos los equipos llevan la marca de un casino online en su camiseta.

“Yo veo fútbol y, en un solo plano del partido, veo siete publicidades de casas de apuestas. Un cocainómano se aleja del vicio cortando el contacto con el dealer, pero yo no tengo cómo hacer eso”, reclama al respecto.
El abogado Carlos Baeza, presidente de la Agrupación Chilena de Plataformas de Apuestas en Línea y representante legal de Betano, Betsson, Betwarrior, Coolbet y Latamwin, remarca que “las plataformas de apuestas en línea tienen muchas herramientas efectivas para combatir el juego de menores. Por ejemplo, en los registros de nuevos usuarios se verifica la edad con la base de datos del Registro Civil. Además, se incluye la verificación biométrica en distintas etapas de la operación, no solo en el registro”.
Recientemente, la Corte Suprema acogió un recurso de protección en contra de las empresas proveedoras de internet, con el fin de bloquear el acceso a las plataformas de apuestas online, por considerar que “operan ilegalmente” en el país. Esto, porque solo casinos regionales, hipódromos y las empresas Polla y Lotería pueden ejercer esta función dentro del país.
Aún así, confirma Pablo, acceder a ellas está a un cambio de URL de distancia. Entonces, escapar de ellas en un universo tan grande como internet, resulta imposible. Y ser adicto a un vicio donde siempre se termina perdiendo, “porque la casa siempre gana”, lo hace sentir vergüenza. “Siempre he dicho que las personas adictas somos víctimas, pero aún así me siento sumamente tonto. Por toda la plata que tenía ahorrada, incluso perdí lo que tenía para el pie de un departamento. Tuve que cerrar las tarjetas de crédito también”.
Lo complejo es que a pesar de todo lo que ha vivido, Pablo sabe que esa compulsión sigue ahí.
“No te voy a mentir -asegura-, apostar todavía me gusta mucho”.
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