Columna de Carlos Meléndez: La desventaja del incumbente



El fin de semana último se realizaron elecciones subnacionales en Ecuador, las que han marcado el retorno inesperado del correísmo al centro de la palestra política. El movimiento liderado por el expresidente Rafael Correa se alzó con la victoria en las dos principales alcaldías del país (Quito y Guayaquil; en esta última rompiendo con un reinado de treinta años del socialcristianismo) y alcanzó el triunfo en cuatro importantes prefecturas (Pichincha, Guayas, Azuay y Manabí).

Consciente de su impopularidad y del pobre desarrollo organizacional de su partido, CREO, el Presidente Guillermo Lasso había puesto todas las fichas en un referéndum de reformas constitucionales que fueron a las urnas simultáneamente con los comicios seccionales. Con ello, el gobierno que estuvo a punto de colapsar debido a protestas indígenas y oposición legislativa correísta, intentaría levantar cabeza y mostrarse capaz de luchar contra la corrupción, la debilidad institucional, el narcotráfico y la inseguridad que tanto han escalado en el país de la mitad del mundo. Pero en cada una de las consultas, incluyendo la extradición de ecuatorianos que cometiesen crímenes internacionales, Lasso mordió el polvo de la derrota.

¿Qué significa, bajo la mirada comparada latinoamericana, esta combinación de resiliencia del correísmo y el fracaso de la apuesta plebiscitaria de Lasso? ¿Por qué se imbrican identidades políticas fundadas en el populismo con una ola anti-incumbente?

No caben dudas de que quienes están en el poder tienen serios problemas para endosar sus magras popularidades, ya sea en elecciones a cargos públicos o referéndums. Independientemente de alineamientos políticos, ser incumbente se ha convertido en una desventaja. En Chile, la derrota del oficialismo piñerista y la victoria del Rechazo durante los meses de “luna de miel” de Boric grafican este fenómeno que resta, por igual, a diestra y siniestra. Pero, ¿por qué?

El incumbente débil, originalmente, fue elegido como el “mal menor”, para impedir que otros lleguen al poder. Como resultado, en la mayoría de los casos, tenemos gobiernos divididos. El resultado es ejecutivos que no enfrentan legislativos colaboradores, sino congresos que escalan de la fiscalización al obstruccionismo, proclives a la polarización y capaces de arrastrar el malestar propio de las ineficiencias gubernativas -que una vez criticaron con pundonor y hoy son búmeran en contra- hacia el campo de sus identidades. Son oposiciones (la correísta en Ecuador, la republicana en Chile, la fujimorista en Perú) que potencian su ánimo de revancha electoral con el revanchismo social anti-establishment existente.

Lasso, Boric y Castillo, en su momento, han sido gobernantes arropados en menos de un tercio de popularidad, con escasa maniobra congresal, con serias dificultades para establecer orden público y fracasos ante el empleo de la democracia plebiscitaria. Han sido incumbentes en desventaja gracias a la polarización que les ungió en el poder y hoy los desestabiliza.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.