Columna de Daniel Matamala: Guzmán ya ganó

FOTO: JESÚS MARTÍNEZ/AGENCIA UNO


En 2016, José Antonio Kast renunció a la UDI, acusándola de “alejarse del proyecto fundador” de Jaime Guzmán. El partido había “transado sus ideas a cambio de popularidad”, advirtió.

Esa autopercepción, como el apóstol del mensaje verdadero, la reiteró en 2022, cuando aseguró que Guzmán no habría firmado el acuerdo constitucional, ya que él “fue muy claro en lo que era la persona sobre el Estado. Muy claro en lo que era el principio de la subsidiariedad”.

Como nadie sabe para quién trabaja, fue ese mismo acuerdo el que terminó dando al Partido Republicano el mayor éxito de su historia. Y a los guardianes del legado de Guzmán, la responsabilidad de liderar el reemplazo de la Constitución de Guzmán.

No sabemos si la lógica del Consejo será de colaboración o de confrontación, y si el nuevo proyecto será o no consensuado entre oposición y oficialismo. Tampoco sabemos cuál será el resultado del plebiscito del 17 de diciembre.

Lo que sí sabemos es que Jaime Guzmán ya ganó.

Si vence el Apruebo, regirá una Constitución en que sus herederos habrán tenido un rol preponderante.

Si, en cambio, se impone el Rechazo, seguirá vigente su Constitución.

Win-win.

La profunda imbricación con los ideales de Guzmán es la marca de origen del Partido Republicano. Y recordarla es indispensable para entender a esta nueva-vieja derecha que se ha convertido en la primera fuerza política del país.

Es nueva, porque rompe con los partidos tradicionales y bebe de las formas impetuosas de la derecha radical que avanza en el mundo.

Copia su modus operandi: uso agresivo de las redes sociales, difusión sistemática de fake news, deslegitimación de la ciencia, la academia y los medios de comunicación, además de acusaciones de fraude electoral (estas últimas, por cierto, no se repitieron tras los arrolladores triunfos del Rechazo en septiembre y del Partido Republicano en mayo).

Pero a la vez es vieja, porque bebe de los principios del gremialismo: el matrimonio improbable, con Jaime Guzmán como casamentero, del ultraconservadurismo cultural con el neoliberalismo económico.

Es una ideología que cree en un Estado mínimo a la hora de intervenir en la economía y garantizar prestaciones sociales, pero máximo en cuanto a imponer modelos de vida, restringiendo las decisiones individuales. Kast votó contra el Acuerdo de Unión Civil, considera que se debe “promover desde el Estado la familia que está constituida por una madre, un padre y los hijos”, se opone al matrimonio igualitario y al aborto en tres causales.

Continúa así el legado de Guzmán quien, en la comisión redactora de la Constitución de 1980, declaró que “la madre debe tener el hijo aunque este salga anormal, aunque no lo haya deseado, aunque sea producto de una violación o aunque de tenerlo derive su muerte”.

Los dos primeros “principios rectores” que proclama el partido son “defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural” y que “en el Partido Republicano creemos en Dios”.

Ninguno de esos temas, por cierto, estuvo en la campaña de consejeros. Tampoco su oposición a la jornada de 40 horas y al aumento del sueldo mínimo, materias en que la derecha tradicional sí estuvo dispuesta a llegar a acuerdos con el gobierno.

En la franja televisiva podía verse una foto de Guzmán en el despacho de Kast. Aparte de ese guiño, el discurso de campaña fue uno solo, uniforme, repetido y eficaz: mano dura contra la delincuencia.

Ahora son mayoría electoral y política en el Consejo, pero no en muchos temas que ese Consejo debe tratar. Sus principios ultramontanos van a contrapelo de un país cada vez más laico, liberal y respetuoso de los proyectos de vida individuales.

Kast lo aprendió en la elección presidencial, donde su programa de gobierno (fin al aborto en tres causales, discriminación a mujeres solteras, eliminación del Ministerio de la Mujer...) suscitó una oleada opositora.

Como digno heredero de Guzmán, el exdiputado es un estratega que combina principios rígidos con tácticas flexibles. Por eso ahora su apuesta es evitar enredarse de nuevo en esos temas. La nueva estrella republicana, el numerario del Opus Dei Luis Silva, adelantó que el aborto “es un punto que no se va a tocar en la discusión”. Y el presidente del partido, Arturo Squella, dice que no quieren “entramparse en la discusión del catálogo de derechos fundamentales”.

Está por verse si Kast podrá disciplinar a un partido tentado a pasar la aplanadora. La exconvencional y ahora asesora de los consejeros, Marcela Cubillos, ya acuñó su propia “doctrina Stingo”. “Los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros”, dijo él en 2020. “Ya hicieron un texto a gusto de ellos y fue rechazado. Por lo tanto, de poco sirve su beneplácito para el texto que se redacte”, retruca ella en 2023.

El diputado Johannes Káiser abrió la caja de Pandora al decir que los doce principios del proceso, que incluyen la consagración de un Estado social y democrático de derechos “no son intocables”.

“Nosotros no firmamos nada. Cuando usted me dice ‘¿usted va a respetar?’, eso significaría que nosotros estamos comprometidos a eso, y no lo estamos porque no nos comprometimos nosotros”, dijo Káiser, pese a que es la Constitución, en su artículo 154, la que establece esas bases. Otros dirigentes del partido aclararon que sí respetarán la Constitución.

“La obra, el pensamiento y el legado de Jaime Guzmán siguen más vigentes que nunca”, recordó Kast en abril. Ahora tiene en sus manos el poder para demostrarlo. Aunque, paradojalmente, hasta ahora la clave de su éxito recae en relegar ese pensamiento del centro del debate.

Porque los herederos de Guzmán hicieron campaña para una elección de sheriff, y ahora tienen que escribir una Constitución.

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