Columna de Gonzalo Cordero: Ya no fue

Foto: Andrés Pérez


En todos los ámbitos de la vida hay un fenómeno que se repite: el de las expectativas tempranas que se frustran en la madurez. En el fútbol, jugadores que brillaban como juveniles y anticipaban un futuro de estrella que nunca se concretó, son los que pasaron de “promesa a viejo crack”. Precoces talentos que se pierden en la adultez, temor del que daba cuenta ese comentario de tías antiguas que socarronamente decían: “no te vayas a pasmar niño”.

Pero la vida es así, llega un momento en que todos reconocemos que ya no fuimos lo que alguna vez soñamos, porque la realidad es compleja, el tiempo todo lo pone en perspectiva y la grandeza es muy escasa. Bien lo dijo Gabriela Mistral: “todas íbamos a ser reinas”.

La vida está plagada de “pasmados”, de “reinas” que no fueron y también de constitucionalistas que iban a hacer la gran Constitución y apenas hicieron un texto interminable, farragoso, inconsistente, incompatible con el desarrollo y con un Estado de Derecho como se entiende en el occidente desarrollado. Nos prometieron una Constitución para los próximos 50 años y sus principales redactores se sienten forzados a ponerle un quórum de modificación de 2/3 para los próximos cuatro años, porque si se llega a aprobar, lo que ya es incierto, la presión por corregirla será incontenible e inmediata.

No deja de sorprenderme que personas capaces y bien formadas hayan podido creer que derogando políticamente la Constitución vigente y rindiéndose ante la violencia se podía iniciar un proceso que condujera a un acuerdo en el que cupiéramos todos. Aún recuerdo cuando gente con liderazgo político o intelectual en la centroderecha me decía que esto era “una gran oportunidad”, que lograríamos legitimar en democracia las instituciones que nos habían dado progreso y estabilidad; se escribieron libros, sin duda bien intencionados, para colaborar con el proceso. Seguramente, más de alguno se imaginó en los futuros textos de historia como una suerte de Andrés Bello del siglo XXI. Todas íbamos a ser reinas.

Algo parecido ocurre hoy con los que, desde la centroizquierda democrática, piensan que es posible “aprobar para reformar”, una manera inocultable de seguir creyendo que se puede encauzar el proceso; antes supusieron que tendrían la llave de la Convención, soñaban que un respetable académico que la integra la presidiera, luego imaginaron un Pleno razonable que moderaría, para después empezar a mirar la Comisión de Armonización.

Nada de eso sucedió, la extrema izquierda vencedora en la calle, impuso sus términos y triunfó también en la elección de convencionales, instaló su conducción en la “Asamblea”, redactó en ella su programa de gobierno, plasmando su asfixiante y utópico modelo de sociedad en el texto; el cual, si es aprobado, aunque sea por un voto, implementará sin transar una coma.

Ya no fue la casa de todos, ni la Constitución de los próximos 50 años, ni la que legitimará las instituciones valiosas que nos dieron progreso y estabilidad. Simplemente, ya no fue.

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