Columna de Joaquín Trujillo: Enfiteutas y fanariotas

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Muchos de nuestros conflictos derivan de lo que creemos ser. En el caso de Latinoamérica, esa autopercepción tiene sus particularidades. Y algunas no son de tanta originalidad. Cuando revisamos la historia comparada constatamos que nos hemos dejado persuadir por localismos que no son más que síntomas de aislamiento.

Sucede, por ejemplo, con la idea que nos formulamos de nuestros países. Nos creímos demasiado que habíamos derrotado al Imperio (Español), alcanzando la “soberanía” (independencia), y que desde entonces fuimos acosados por distintos imperialismos (inglés, francés, estadounidense, soviético, chino, etc.). ¿Nos hicimos la pregunta por la naturaleza de los imperios? ¿De cómo se crean, expanden, contraen y derrumban?

Desde muy antiguo, los ha habido, unos mejor comportados que otros, comerciales o bélicos. El éxito del Persa, Romano, Español o Británico se explica por el estilo que los caracterizó. Desde que se descolonizó África se asumió que la era de los imperios había concluido. Menuda ingenuidad. Difícilmente la tendencia imperial desaparecerá. Vale precisar, por lo mismo, cuál sea la posición estratégica frente a los que vengan. Ha habido mucho, pero hay, al menos, dos que podemos mencionar en esta tribuna: la de los enfiteutas y fanariotas.

Se llamó enfiteutas, para estos efectos, a los agentes a cuyo cargo estaba la expansión de un imperio. Un colonizador lo era. Con él viajaba siempre el límite. Por lo mismo, se hallaba en una posición fáctica un tanto irregular. Debía saber relacionarse con la gente conquistada, someterla mas no maltratarla. Enamorar su cuerpo, pero también su alma. Incluso, hacerse de ahí, del nuevo lugar. Fue el caso de las poblaciones europeas en América. La dificultad para el imperio es que estos muchas veces, provistos del poder que les granjeaba permanecer en representación de un lejano poder que no acampaba allí, hicieron de ese delta su negocio, llegando a destruir la estructura que habían venido a implementar.

Sin embargo, la historia no acaba nunca. Suele ocurrir que cuando se retira un imperio en decadencia, ese espacio que renuncia no regresa enteramente a las poblaciones lugareñas, sino que pasa a ocuparlo uno nuevo más robusto. En estos casos, viejos enfiteutas se transforman en lo que se dio en llamar “fanariota” en los territorios del caído Imperio Bizantino anegado por el Turco-Otomano (en razón del barrio prominente de “Fanar” donde residían). Este último representante del lugar hace el papel de intermediario con el estrenado imperio, aligerando las tensiones que naturalmente se suscitan entre locales y foráneos. La leyenda negra contra ellos fue grande. El escritor rumano Virgil Gheorghiu contribuyó con páginas notables a su desprestigio.

Toda dinámica entre el poder de dimensiones internacionales que se repliega y el que se expande está intermediado por algo así como enfiteutas y fanariotas. La cuestión parece ser la siguiente: cuán óptimamente distribuyen los beneficios entre lo foráneo, lo local y sí mismos, estos y aquellos.

Por Joaquín Trujillo, investigador del CEP

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