Columna de Max Colodro: La vida es sueño

transantiago quemado


Afortunadamente, hay sueños que son solo eso: sueños; circunstancias que jamás podrán traspasar las fronteras de la realidad y dejarnos en evidencia. Sueños absurdos e imposibles en los que aparecen estaciones de Metro incendiadas, supermercados saqueados, comisarías atacadas, museos, cafés literarios, escuelas y sedes universitarias en llamas. Y lo que sería todavía más impactante e inverosímil: observar en dicho sueño a un sector no menor de chilenos entusiasmado y optimista, convencido de que esos hechos son parte del necesario camino a un país mejor.

Un sueño triste hasta el punto de mostrar a los liceos emblemáticos, los mismos que en otros tiempos encarnaron los valores y el espíritu de la República, siendo destruidos por sus propios alumnos, mientras el país observa en silencio. El sueño de un Chile insólito, donde los narcos organizan funerales resguardados por la policía, donde los velorios de sus mártires se extienden por días y noches, al calor de balaceras y fuegos artificiales. Un sueño tan loco como para que, caminando por una calle de Maipú, alguien pueda toparse con una cabeza humana o, paseando por Recoleta, descubrir extremidades también humanas en un tarro de basura.

Un país que sueña hasta lo inverosímil, donde decenas de camiones son quemados en el sur día a día y semana tras semana, en una zona que se supone en estado de excepción y custodiada por militares. O, más impensable aún, un sueño en el que un furgón escolar recibe una lluvia de disparos, sin que nadie se sorprenda demasiado; y donde los inmigrantes ya no solo quieren ser recibidos, sino que ahora también irse, pero no son autorizados a cruzar la frontera; al parecer, porque el sueño de llegar a un país acogedor, donde había posibilidades de una vida digna y con oportunidades, para ellos simplemente terminó.

Como soñar es gratis, hace un tiempo ese país se dejó convencer de que sus principales problemas pasaban por la Constitución vigente y, por tanto, el gran desafío era cambiarla. Los ciudadanos fueron a las urnas y votaron libremente por los redactores del texto. No pocos dijeron que esa convención era el órgano más representativo de la sociedad chilena en toda la historia. Pero ese fiel espejo de nosotros propuso un texto tan absurdo, que ni siquiera permitía saber si seguíamos siendo una misma nación. Obviamente, el texto fue rechazado y tuvimos que volver a soñar.

Y aquí estamos, otra vez, en un país más pobre, más inseguro, más violento, más desigual, más enfermo mental, esforzándonos en creer que el nuevo proceso constituyente tiene todavía algún sentido, que, entre el tedio y la indiferencia, queda algo del sueño original. Porque, en rigor, no hay alternativa. Chile ingresó a un laberinto hasta ahora sin salida, creyendo que su supuesta sensatez le permitiría construir un texto compartido y razonable. Algo tan improbable como un país donde algún día pudieran caber todos. En simple, un sueño.

Por Max Colodro, filósofo y analista político

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