Columna de Paula Escobar: Mujeres: protagonistas 25/O

Apuesto a que las mujeres serán protagonistas del plebiscito y, ojalá, de lo que vendrá después de él.



Apuesto a que las mujeres serán protagonistas del plebiscito y, ojalá, de lo que vendrá después de él. Primero, porque desde que el voto es voluntario en Chile, han superado cada vez más a los hombres en acudir a las urnas. Un sondeo de la Universidad de Talca, que estudió la brecha de género referida a la participación electoral desde 1988 a 2017, con datos del Servicio Electoral, reveló que desde que se estableció el voto voluntario, las mujeres menores de 40 años votan hasta un 25% más que los hombres. Las mujeres pueden sumar hasta 200 mil votos más que los hombres de acuerdo a esa brecha de mayor participación, en ese rango etario. Si se consideran todos los rangos de edad y la mayoría demográfica, esa diferencia puede sumar 600 mil sufragios más que sus pares masculinos, establecen los académicos a cargo del estudio, Paulo Cox y Mauricio Morales. Este trabajo también reveló que cuando hay candidaturas femeninas, las mujeres participan más. A pesar de que la clase política (y económica), en general, es reacia a abrir esos espacios masculinizados, van a tener que despertar y ver esta realidad.

Además de votar más, participan mejor. Mientras usted lee esta columna, ya deben estar haciendo la fila desde temprano, con mascarilla, alcohol gel y lápiz a pasta, solas o con adultos mayores o de la mano de niños y niñas (y que el Servel autorizó a llevar). Las mujeres votan tranquilas, así como, en general, se manifiestan y protestan sin violencia. La marcha del último 8 de marzo, sin ir más lejos, fue masiva, pacífica, familiar, con ancianas, niñas, embarazadas… Y cada vez que un hombre trataba de meterse, era invitado a retirarse.

Pero la razón más importante de por qué serán protagonistas hoy es porque -de ganar el Apruebo- será la primera Constitución escrita con paridad de género en toda nuestra historia, logro histórico de las mujeres organizadas y no de los partidos. Chilenas de distinto pensamiento político se unieron el año pasado, por sobre sus diferencias, para luchar por la paridad en la composición de la convención constituyente y, en una gesta histórica, lo lograron. Ese fue el sello: sin descalificaciones ni odiosidades, poniendo los objetivos comunes por sobre las diferencias, confiando -una vez más- en que con un lápiz y un papel se puede cambiar la historia. Esa es la fuerza y el liderazgo que se requieren, justamente hoy, para no solo salir de esta crisis, sino para hacerlo fortalecidos.

Las que serán electas en abril para la convención paritaria -las “convencionales”- debieran poner el énfasis en ello, justamente: en la necesidad de conducir este momento con liderazgos responsables, que busquen el bien mayor, la unidad en la diferencia, aplicando la ética del cuidado a la vida pública, y con la inclusión como norte. Las mujeres, un grupo no minoritario -pero sí subrepresentado en el mundo del poder- saben bien lo que es ser discriminadas e invisibilizadas. Cuando muchas de nuestras abuelas nacieron, de hecho, no había derecho a voto en Chile.

Con mucho trabajo y esfuerzo, ellas y sus hijas y nietas se han movilizado para avanzar en 70 años, lo que no en milenios.

Las que van a votar hoy, y las que luego en abril serán electas para redactar la nueva Constitución, son herederas de ese legado de cambio potente y sin usar la violencia. También tienen en sus hombros un presente mejor que el de las abuelas, pero duro: aún persiste la brecha salarial, en los cargos altos hay mayoría abrumadora de hombres, la corresponsabilidad es minoritaria, persiste una cruda violencia y abuso sexual, entre otras inequidades contra las mujeres que porfiadamente subsisten en el siglo XXI. Todos estos males han sido empeorados por la pandemia, que ha dejado a muchas en riesgo severo de perder -sin retorno- lo avanzado en la última década.

Pero también muchas de las que votan hoy llevan en sus hombros la idea y la esperanza del futuro posible. No violento, tampoco mágico, pero sí mejor. Donde se conserve lo bueno, se cambie lo que ya no funciona, de un modo que no espante ni tampoco descorazone. Mucho de lo que hay que modificar tiene que ver, justamente, con la cultura de la masculinidad tóxica: el cortoplacismo, la indiferencia por el otro, el egoísmo, la falta de respeto por quienes no ostentan el poder, el exitismo y la competencia como único norte.

Con el voto de hoy, con el voto de abril, y el trabajo que esperamos sea serio e inclusivo de las “convencionales”, se podrá no solo soñar, sino construir sin prisa, pero sin pausa, un Chile más justo, con mínimos garantizados para todos y todas.

Un Chile donde los niños y las niñas que dan hoy sus primeros pasos puedan -en paz y en igualdad- forjar su propio destino.

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