Columna de Ricardo Abuauad: Fachadas limpias, ¿una utopía?



Sería simplón decretar que todo lo que se escribió y dibujó sobre los muros desde el estallido carece de valor: “Chile despertó”, “La memoria de las murallas”, “Alienígenas”, “Hasta que valga la pena vivir”, “Muros que hablan” son algunas de las publicaciones que registran esa forma de expresión, que, en sus mejores versiones, recuerdan mayo del 68. Pero la gran mayoría de lo que ocurrió, y sigue ocurriendo, sobre las fachadas no sólo no tiene calidad artística, sino que provoca una degradación de los centros históricos y una sensación de inseguridad que amenaza la calidad de vida de sus habitantes y corre el riesgo de volverse irreversible.

¿Es utópico pensar que podamos tener una ciudad de fachadas limpias y monumentos cuidados? La experiencia internacional muestra que no, y que una buena estrategia se compone de educación, respuesta coordinada, involucramiento ciudadano, limpieza inmediata y sanción efectiva y dura.

Hay ejemplos interesantes. La Unión Europea financia Graffolution, una plataforma que conecta las instituciones encargadas de lidiar con el graffiti vandálico, informa sobre sus impactos negativos, y dispone lugares para que artistas intervengan legalmente. Barcelona tiene 32 equipos con hidrolavadoras que recorren el centro histórico, con cerca de 300 intervenciones al día, para borrar de inmediato cualquier rayado. Algo parecido hace el SELUR madrileño (Servicio Público de Limpieza Urgente), que actúa (dependiendo de lo ofensivo del rayado) en menos de 3 horas.  Varias ciudades españolas como Salamanca realizan cursos con estudiantes secundarios, concursos de intervenciones en lugares autorizados, y organizan brigadas de limpieza. En París cualquier vecino puede denunciar rayados desde su teléfono, utilizando la aplicación “DansMaRue” (“en mi calle”), que detona una rápida limpieza, gratuita si está a menos de 4 m de altura. El Plan anti Graffiti vandálico de Estados Unidos publica afiches como “¿Es su hijo un tagger?”, que permite a los padres identificar signos de alerta sobre las actividades ilegales de sus hijos (horarios, implementos, etc.). Sobre las sanciones, hay que comparar la dureza de las medidas afuera (prisión de hasta dos años en Alemania y Canadá, seis meses en Bélgica o California, trabajos comunitarios, multas elevadas) con las chilenas.

Posiblemente lo más importante es la señal de “Tolerancia 0″, que no siempre ha sido clara. Recordemos la carta de un ex director del Colegio de Arquitectos criticando por “fetichista” la preocupación de ciertos colegas “por la ciudad y sus edificios” (¿no se trata de eso la profesión?). O el tuit del Teatro UC de febrero de 2020 rehusándose a acatar la orden municipal de limpiar su fachada (#noseborrannosepintan), que incluía en gran formato al ¡Perro Mata Pacos! Pero, si excesos como éstos parecen haberse moderado, y hay cada vez más iniciativas ciudadanas de limpieza, falta aún aprender mucho de estas experiencias para recuperar esos barrios que son de todos.

Por Ricardo Abuauad, decano Campus Creativo UNAB y profesor UC

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