Columna de Roberto Ampuero: Seis preguntas sobre la policía de la literatura

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La pesadilla de George Orwell en su novela 1984 se torna realidad en Occidente: la reescritura de libros para ajustarlos a lo que una minoría considera la única forma correcta de describir o eludir asuntos controvertidos. Sueños de hegemonía cultural salpican hoy a Estados Unidos y Europa occidental, cunas de la libertad de expresión y creación. La pulsión procede de gente que no entiende el rol histórico crítico de la literatura. En lugar de entrar al debate teórico que se avecina, planteo preguntas sobre el tema.

Primero, a colegas escritores: ¿Aceptarían otorgar poder de censura a una editorial para que “expertos”, que probablemente nunca han escrito ficción, modifiquen lo que consideren “hiriente” para algunos; o se opondrán a eso y a la posibilidad de que sus textos sean modificados incluso tras su fallecimiento? Obras de Roald Dahl y de Mark Twain ya fueron “corregidas”.

Segundo: ¿Aprobarán los lectores la imposición de una reescritura permanente y de efecto retroactivo que vele por la “corrección política” de obras por publicarse o ya publicadas? En simple: ¿Tendremos el derecho a leer textos de autores -por ejemplo, de la antigüedad, la Ilustración, de los siglos XIX o XX- tal como los escribieron, o deberemos aceptar la versión “políticamente correcta”, redactada por “expertos” que imponen valores y vocabulario que estiman deben ser de carácter obligatorio? ¿Querrán los lectores el Don Quijote que escribió Cervantes o uno retocado por un “comité sensible”, nombrado por una empresa estatal o privada?

Tercero, pregunta para el mundo editorial: ¿El comité de “lectura sensible” impondrá su criterio de corrección a nivel continental o solo nacional, o desde una casa matriz global? ¿Y la censura regirá por lenguas o culturas, o se aspirará a una suerte de ONU literaria con un consejo con derecho a veto? ¿Operará el comité desde la sensibilidad de Nueva York, París, Moscú, Beijing, Harare o Buenos Aires? ¿En el norte o el sur del mundo? ¿Quién elegirá a los censores y ante quién serán ellos responsables?

Cuarto, una consulta a los libreros: ¿Qué deberán hacer con la versión original descontinuada (como modelos de jugueras o zapatos) de novelas o poemarios? ¿Serán retiradas del mercado? ¿Se las podrá reimprimir, o borrado queda el pasado? ¿Será castigada su comercialización, o tolerada la circulación samizdat o “clandestina” del original?

Quinto: preguntas para la academia: ¿Con qué texto enseñarán? ¿Con el original y también con sus variaciones? ¿Con qué criterio se evaluará al alumno? ¿Será aceptado que defienda el original?

Sexto: ¿Qué opinan la Sociedad de Escritores de Chile y el Ministerio de las Culturas al respecto?

Como escritor rechazo esta censura que viola el derecho de creadores y lectores. Quienes creemos en la relación escritor-lector no intermediada por censor alguno debemos condenar este ataque a la libertad. Fácil intuir que la medida conducirá a más restricciones en la creación. Los amantes de la censura tienen la posibilidad -respetando el derecho de autor, desde luego- a circular su versión “corregida”, pero esos textos deben llevar en portada la alerta de las cajetillas de cigarrillos: Su consumo daña mortalmente la salud de la literatura y la democracia.

Por Roberto Ampuero, escritor y ex ministro de Cultura y RR.EE.

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