Hay que conocer (y amar) las cumbres de Santiago

Cordillera de Santiago


"Al decir 'los Andes', el ecuatoriano dice 'selva', otro tanto el colombiano. Nosotros, al decir 'cordillera', nombramos una materia porfiada y ácida, pero lo hacemos con un dejo filial, pues ella es para nosotros una criatura familiar, la matriarca original. Nuestro testimonio más visible en los mapas resulta ser la piedra". Quién mejor para explicar nuestra chilenidad que Gabriela Mistral. Estas líneas aparecen en "Chile y la piedra", columna que publicó El Mercurio en 1944. Nuestra gran poetisa entendía muy bien la importancia de la geografía, de la montaña, de las cumbres hechas de piedra. "Los habitantes de la Región Metropolitana pisamos sedimentos glaciales y bebemos agua de nieve", escribe Miguel Laborde en "Habitar una cuenca". Ser santiaguino significa residir entre dos cordilleras, implica desplazarse por una concavidad, una depresión intermedia que surgió del fondo de mar. Vivimos en una ciudad en la que diez de sus comunas tienen un contrafuerte cordillerano; es decir, enfrentan la montaña y nos permiten, con mayor o menor facilidad, acceder a ésta.

Por eso, no podemos pasar por esta vida sin conocer nuestras cumbres. Están ahí, esperándonos. "Cada cerro te va a enseñar y mostrar distintas cosas y va a ir enriqueciendo tu experiencia de montaña", dice Santiago Flores. Él es parte de Outlife, un emprendimiento que administra parques y cerros como el Manquehue, Yerba Loca y El Durazno.

Un imperdible para Flores es el cerro Pintor "por ser alto, 4.200 msnm, y accesible en verano por La Parva, que tiene abierto un andarivel hasta los 3.600 msnm. Creo que el Pintor abre la mente a las sensaciones de verdadera montaña a cualquiera que se esté iniciando: el silencio, la falta de oxígeno, el viento de alta montaña que cuando se calla, se silencia todo; y la sequedad extrema". Pero no se queda ahí. "El Manquehue, por supuesto, por ser tan extravagante a nivel mundial: es una cumbre de mil metros desde su base, enclavada en una ciudad de seis millones de habitantes. El Roble y el Altos del Cantillana en la Cordillera de la Costa, ambos por la misma razón: se puede subir dos o tres veces en el año y cambian muchísimo: sobre todo en otoño, cuando sus roblerías se ponen rojas, y en invierno, cuando sus cumbres están nevadas". Y remata con ese gigante, el impresionante macizo que mira a Santiago desde 5424 msnm. "El Plomo requiere cierta experiencia, nociones de montañismo y mucho físico. Es el principal protagonista del skyline de Santiago y, cuando llegas a la cima, se te asoma el Aconcagua de frente, cual premio casi espiritual al esfuerzo realizado".

Cómo no vamos a querer aventurarnos por nuestras cumbres, si hay tantas que son amables, de grado medio o bajo, que se pueden hacer en una mañana o por el día. Como el Pochoco, que en poco más de dos horas de subida te regala una preciosa vista de Santiago. Como el Provincia, un excelente filtro para saber si te enamoraste de la montaña y quieres perseverar. Como el Minillas, al que se accede por La Florida y desde donde se pueden ver las principales cumbres de la sierra de Ramón. "Una buena alternativa para aquellos excursionistas que buscan una ascensión por el día, con gran diversidad natural y alejado de las rutas más congestionadas de la sierra", explican en www.AndesHandbook.org ¿Saben cuántas montañas (desde las más fáciles hasta las más demandantes) aparecen en el buscador de este excelente sitio web si uno escribe sólo Región Metropolitana? 189. ¡Esa es la cordillera de Santiago! La muy bien pensada aplicación de Suda Outdoors también ofrece rutas, fotos, opiniones y datos para subir, para hacer cumbre. Y eso que "montañismo" es una de las más de 40 categorías outdoor que tienen. No es una meta descabellada la de la Fundación + 1000, ONG que busca poner en valor las montañas de Chile y Santiago, consolidando la cota 1.000 como la transversal de acceso al patrimonio natural de nuestro territorio. "Santiago capital outdoor de Latinoamérica" es su objetivo, su horizonte. Absolutamente posible, pero para eso hay que partir por casa: todo santiaguino debe conocer (y amar) sus cumbres.

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