Desarrollo terapéutico

Senado


¿Cuál es el fin del ejercicio político? Muchos responderían esta pregunta con palabras como "organizar", "administrar" y "proteger". Sin embargo, estos actos no tienen un sentido autónomo. Dependen de un fin último para justificarse. Ese fin último normalmente, a lo largo de la historia, ha sido el enaltecimiento de la unidad política y sus representantes. La grandeza, el imperio, la gloria. Eso a lo que hoy, en clave más democrática y económica, le decimos "desarrollo".

Nuestra idea del desarrollo ha sido, durante las últimas décadas, la de una expansión ilimitada de la soberanía individual. Más dinero, más opciones, más créditos, más seguridad en las cosas. Y, sobre todo, más cosas. Acicatear la pasión por el consumo fue la forma de quitarle fuerza a la desordenada pasión redistributiva de los años 70.

Hoy comienzan a verse las grietas del consenso consumista. El éxito de la estrategia es también su agotamiento. Los límites ecológicos del crecimiento están a la vista, pero también comienzan a estarlo sus límites humanos: el estrés, el abuso de drogas, la violencia, la deuda y el agotamiento ocupan cada vez más titulares. Pasamos de ser un país corredor de droga a ser uno consumidor. Los funerales narcos son la contratapa de un mundo profesional que cada vez gira más rápido al ritmo de la cocaína.

La educación, por otro lado, se ha vaciado también de sentido. La universidad distribuidora de certificados profesionales vinculados a expectativas de renta se va tragando todo a su alrededor. El cultivo del saber ocupa un espacio cada vez más marginal en todas las etapas educativas. Los esporádicos escándalos por las modificaciones curriculares son el simulacro que nos permite evitar mirar de frente la realidad del sistema.

La política identitaria, finalmente, es la respuesta desesperada de un sistema político desorientado. La promesa demagógica de que cada individuo será rey absoluto de su metro cuadrado desnuda el hecho de que nuestro ideal de modernización se encuentra desfondado. El espacio común cede paso a un mundo imposible donde cada uno es militante de sí mismo.

El cuerpo político, tal como las personas que lo conforman, aparece entonces inflamado por todos lados, hinchado de excesos, incapacitado para responder a las propias expectativas que genera. Sin un cambio de objetivos, solo puede esperar el estancamiento y la ruina, que ya se anuncian en la diseminación de las lógicas, fenómenos y personajes de la farándula por los pasillos del Congreso.

¿Cómo buscar un camino de salida? Lo primero, probablemente, es tratar de entender el ejercicio político de otro modo. No como un medio para enaltecer al soberano, sino como una herramienta terapéutica. La política como curación del cuerpo social. No como una estrategia de administración de pasiones voraces, sino como una empresa que busque su moderación. El tratamiento de males diversos, muchos de ellos crónicos, con la armonía como horizonte.

Es momento de que volvamos a discutir públicamente sobre los bienes humanos y su jerarquía. Sobre la antropología detrás de nuestras instituciones. No es otro "relato" el que los gobiernos necesitan para legitimarse, sino otro concepto de desarrollo, incluyendo otra visión sobre lo que significa ejercer el poder. ¿Quién está hoy a la altura de este desafío?

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