En el mismo barco

Plebiscito

Finalmente llegó octubre, y con él una serie de fechas y eventos que han de culminar en el plebiscito constitucional. Octubre pondrá a prueba la real posibilidad de que nuestro país encuentre un camino institucional y democrático para resolver sus diferencias. Nuestros vínculos civiles y humanos se han desmoronado tras la peste, al igual que en Florencia en el siglo XIV. Pareciera que frente a la debilidad inmunológica de Chile una peste psíquica se ha superpuesto a la peste física. En este sentido, la epidemia que experimentamos desde mucho antes de la pandemia de coronavirus, posee dimensiones sicológicas y políticas. Se perdió la tarea y propósito común y en lugar de ello, ahora todo nos parece permitido y pasajero. El voluntarismo de cada uno se impone predicando verdades absolutas y haciendo gala de puritanismo. El escepticismo se aplica con sesgo hacia algunos, mientras se es condescendiente con otros. Hemos olvidado que todos estamos en el mismo barco.

Así, la compleja pertenencia común derivada de la dificultad política de estar a la altura de la época y sus desafíos viene siendo puesta a prueba hace ya largo tiempo. Es por lo mismo tarea de todos encontrar el camino adecuado. Octubre nos invita a optar entre violencia y democracia, entre respeto a los derechos de cada ciudadano o la imposición autoritaria de decisiones. Es un alto en el camino para reflexionar y corregir o el inicio de un nuevo e incierto camino.

En palabras del filósofo alemán Peter Sloterdijk, la política aparece hoy como un “crónico y masivo accidente de autos, en cadena, en una autopista envuelta en niebla” y en que reina la confusión. Cada día se socava más la convivencia y se impulsan irreflexivas iniciativas buscando responsabilidades políticas e incluso penales de autoridades. Los chilenos y chilenas se dividen en bandos tribales frente a cada incidente y frente a cada conflicto.

Así, paradojalmente estamos viviendo nuestro propio exilio social pues con la pérdida de aquello que nos une, experimentamos, sin advertirlo, un despojo identitario. Quizás por ello Shakespeare en muchas de sus obras apelaba al exilio como recurso dramático con el cual extraer a sus personajes de los contornos interiores, cívicos, nacionales o territoriales. Por lo mismo si queremos genuinamente construir un país para todos y no solo para algunos, es indispensable reconocer todo aquello que ha cambiado y adoptar lo que Robert Gorman denomina “sicología del exilio”, empatizando con el otro, de manera que nadie sea excluido del proyecto común. Frente al exilio nadie reacciona igual. ¿Venganza o incluso locura o también reconciliación y perdón? ¿Desconsuelo y desesperanza o nueva oportunidad y esperanza?

¿Es entonces nuestro autoexilio refugio o pena, o un poco de ambos como sugería Cicerón? Shakespeare lo sintetiza en La Tempestad: “¿Qué vil acción nos trajo desde allí?/¿O fue una bendición?”. A partir de octubre el tiempo lo dirá.

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