Opinión

Jeannette Jara y las culpas del Partido Comunista

Diego Martin /Aton Chile Diego Martin

Jeannette Jara ha querido, infructuosamente, desmarcarse del Partido Comunista. Lo pretende y casi le resulta, pero inevitablemente “muestra la hilacha” y revela su ancla ideológica. Que aún no quiera reconocer que Cuba es una dictadura es grave y desnuda su bagaje doctrinario.

Durante el gobierno de la Unidad Popular, el PC fue el partido más razonable de la coalición. Abogaba por el gradualismo y la sensatez. Llamaba a la mesura y se oponía a las tomas de empresas, la violencia y la irresponsabilidad. Sus dirigentes Luis Corvalán y Orlando Millas hablaban de ordenar la economía, terminar con la inflación y lograr acuerdos con la Democracia Cristiana. Era, desde luego, un partido marxista-leninista que seguía a la URSS, pero en la política local actuaba casi como socialdemócrata.

En contraste, el partido “ultra” de esos años era el Partido Socialista, dirigido por el aristocrático senador Carlos Altamirano. El PS fue, sin duda, una espina clavada en el costado del Presidente Allende. Le hicieron la vida imposible, exigiendo más expropiaciones, más “poder popular”, más tomas y menos acuerdos.

Hoy los papeles se invirtieron. Mientras el PS es (casi siempre) socialdemócrata, apaciguador y dialogante, el PC representa la izquierda extrema.

¿Qué explica este cambio de 180 grados?

Para entender las raíces de esta transformación y las razones del giro hacia la ultraizquierda del PC hay que remontarse a 1973-1974, cuando la dictadura recién comenzaba y la izquierda buscaba entender qué había producido su derrota.

Y resulta que en el centro de esta historia hay dos comunistas extranjeros: el italiano Enrico Berlinguer, padre del eurocomunismo, y el soviético Boris Ponomarev, guardián de la pureza ideológica de los partidos comunistas internacionales.

Durante septiembre y octubre de 1973, Berlinguer publicó tres artículos sobre las lecciones del fracaso chileno en la revista Rinascita. Sus tesis fueron tan simples como poderosas: no se puede hacer una revolución con solo un 36% de apoyo, contra los deseos de la clase media. Los comunistas italianos tenían que modernizarse, rechazar la “dictadura del proletariado” y tomar la democracia y la libertad como banderas de lucha. En esas ideas lo siguieron los jefes comunistas de España y Francia, Santiago Carrillo y Georges Marchais, y el eurocomunismo tomó vuelo.

Los socialistas chilenos miraron el proceso con interés y fueron influidos por él. En 1981, en una reunión en Chantilly, Francia, el PS renunció al leninismo y, para todo efecto práctico, se transformó en socialdemócrata. En este proceso jugaron un rol importante Jorge Arrate y Carlos Ominami.

El PC chileno, en cambio, rechazó con fuerza el eurocomunismo y fue altamente influenciado por Ponomarev, quien en junio de 1974 publicó un artículo muy crítico de sus camaradas chilenos en la Revista Internacional editada en Praga.

Ponomarev acusó al Partido Comunista de Chile de no haberse preparado para el golpe de Estado. Sus militantes no habían comprendido que los enemigos del proletariado atacarían con enorme fuerza, y que, por lo tanto, era necesario emplear todos los medios disponibles —incluida la violencia— para defender los logros de la revolución. Fustigó a sus camaradas por ignorar lo que el propio Allende le había dicho al periodista francés Régis Debray en enero de 1971: “A la violencia reaccionaria opondremos la violencia revolucionaria”.

Ponomarev añadió que un verdadero partido de los trabajadores tenía que estar preparado para cambiar prontamente las formas de lucha, de pacíficas a no pacíficas; había que “defender los logros sociales y revolucionarios por todos los medios necesarios”.

Para los comunistas chilenos, la reprimenda de Ponomarev fue un golpe devastador. Una de las voces más altas en la jerarquía soviética estaba cuestionando la valentía de sus militantes, su preparación, su comprensión de la brutalidad de la oligarquía y su disposición a cambiar de táctica y recurrir a la violencia para defender lo conquistado en las urnas.

Fue una humillación total que persigue al PC de Chile hasta hoy.

Sus miembros cargan con esa culpa, con lo que podemos llamar —con una pizca de ironía— el “pecado Ponomarev”. Cuenta Orlando Millas que el partido lo censuró por contar la verdad sobre el repliegue del 11 de septiembre. Su narrativa no era lo suficientemente heroica y podía enojar al camarada Boris, refregando la dolorosa humillación sobre toda la militancia.

Desde junio de 1974, los comunistas criollos tratan de expiar esa culpa, ubicándose en el extremo, siendo los más “revolucionarios”, los más ultras, los más solidarios con Cuba y con otras dictaduras de izquierda.

¿Sabe Jeannette quién es Boris Ponomarev? Seguro que no lo sabe, a pesar de ser prisionera de su rabieta y de expiar una culpa que ella, personalmente, no tiene.

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