Camila Scarabello y la pedagogía hospitalaria como derecho
Estudió educación diferencial y desde sus inicios trabajó por la inclusión escolar. Pero su carrera dio un giro cuando conoció la realidad de niños y niñas que, debido a una enfermedad, pasaban largos periodos hospitalizados y quedaban fuera del sistema educativo. Desde entonces, Camila Scarabello impulsa la pedagogía hospitalaria, convencida de que la enfermedad no puede ser motivo para dejar de aprender.

Camila Scarabello creció en una familia donde la educación era protagonista. “Mi mamá fue profesora y siempre vi en ella la vocación por enseñar. En la casa se hablaba mucho de sus alumnos, de sus historias, de los desafíos que tenía en el aula”, cuenta.
Esos años que fueron claves en su vocación: estudió educación diferencial, motivada por la convicción de que todos tienen derecho a aprender, sin importar las circunstancias que enfrenten. Así, desde el 2001 trabaja en inclusión educativa de niñas, niños y jóvenes que por diversos motivos tienen dificultades en su trayectoria escolar.
“En un principio creamos nueve programas de integración escolar en distintas comunas con poblaciones vulnerables en Santiago. Hasta hoy estos programas han funcionado de manera ininterrumpida y son una oportunidad educativa para más de 400 niños y niñas que se incorporan al sistema escolar gracias a ellos”.
Esta labor le permitió comprender que la educación debía adaptarse a cada historia, a cada ritmo, a cada contexto. “El desafío más grande fue entender que la inclusión no es solo incorporar a los niños a una escuela, sino hacer los cambios necesarios para que esa escuela los acoja y les permita aprender”, dice.
Sin embargo, en ese camino conoció otra realidad: la de los niños que, debido a enfermedades, debían pasar largos periodos hospitalizados y quedaban fuera del sistema escolar. Esa experiencia fue un punto de inflexión en su trayectoria. Camila comenzó a involucrarse en la pedagogía hospitalaria. “El objetivo es que los niños, niñas y jóvenes en situación de hospitalización o con tratamientos prolongados, puedan acceder a una educación de calidad, adaptada a su situación, y no interrumpan su aprendizaje”.
Las aulas hospitalarias son espacios educativos ubicados dentro de los hospitales o centros de salud, donde profesores especializados trabajan directamente con los niños y niñas que están internados o en tratamiento. “Los profesores planifican y desarrollan actividades de acuerdo con el estado de salud de cada estudiante, respetando sus tiempos y capacidades”.
Funcionan, entonces, como una extensión del sistema educativo, pero también como un espacio emocional y humano que devuelve esperanza a los estudiantes y sus familias. “Cuando un niño o niña entra a una sala hospitalaria y se encuentra con su profesor, cambia su actitud, se siente nuevamente parte de algo”, dice Camila.
Y es que esto no solo se trata de enseñar contenidos escolares, sino de acompañar, contener, escuchar y motivar. Cada clase es diferente, adaptada al momento físico y emocional del niño. “El profesor muchas veces tiene que transformar el espacio, improvisar materiales, leer el ánimo del niño y ajustar la forma de enseñar. Es un trabajo de mucha sensibilidad”.
La pedagogía hospitalaria también requiere coordinación con las escuelas de origen y con los equipos médicos. El profesor mantiene contacto con el colegio del estudiante para asegurar la continuidad del aprendizaje, y trabaja junto al personal de salud para no interferir con los tratamientos.
Es un trabajo en equipo, donde la educación y la salud se entrelazan para cuidar y acompañar. Y es muy importante, dice Camila. “Permite que los niños y niñas hospitalizados no pierdan su vínculo con la escuela, sus compañeros y sus profesores. Les da una rutina, un sentido, una meta”. Muchas veces, la clase se convierte en un momento esperado, una pausa en medio de la enfermedad. “Los niños se emocionan cuando llega el profesor, cuando pueden leer, escribir o simplemente conversar sobre su escuela”.
Por eso Camila insiste en que esta modalidad debe ser reconocida como parte integral del sistema educativo y contar con más apoyo y recursos. “Es un derecho. La enfermedad no puede ser motivo para dejar de aprender”.
Hasta ahora es el trabajo colectivo el que ha empujado a que existan más docentes y escuelas que hagan valer este derecho. “Aquí nadie trabaja solo. Cada clase que se da en un hospital es el resultado del esfuerzo de muchos: del profesor, del médico, de la familia y, sobre todo, del niño”, dice.
Y son estos últimos los que le han dejado la mayor lección. “Ellos te enseñan sobre la vida, la fuerza, la alegría en medio de la adversidad”. Y esa enseñanza, dice, es la que la motiva a seguir. “Cada vez que un niño sonríe en una clase o logra aprender algo nuevo, entiendo que todo vale la pena”.
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