E-readers: ¿vale la pena leer libros en una pantalla?

Tienen críticos y también defensores. Algunos dicen que el cerebro necesita al papel para leer con profundidad y otros que las palabras, en tinta o en pixeles, son siempre palabras. A casi 15 años de la aparición del Kindle, y con un aumento de sus ventas en un 300% durante la pandemia, nos preguntamos si la lectura es mejor o peor en estos aparatos.




En inglés les dicen e-readers —la e por electrónico, reader por lector— pero en español el nombre aún no parece cuajar demasiado: aunque es electrónico, el aparato en sí mismo no es un lector; al cierre de esta edición, al menos, los que leen siguen siendo los humanos y no los gadgets. ¿Es un libro? Se supone que no —esos serían los archivos digitales que uno lee a través de él, los llamados e-books— pero materialmente todo indica que sí: ¿de qué otra forma se puede definir a un objeto que contiene a uno o a muchos textos en él?

“Un Kindle es un libro que, en lugar de cargar veinte cuentos, carga veinte mil”, dijo el escritor argentino Martín Caparrós sobre este dispositivo, que usa, defiende y al que prefiere llamar con el nombre que Amazon le puso su modelo en 2007. Desde entonces, muchos predijeron el fin del libro en papel, otros sentenciaron el fin de la lectura y varios, como el español Jorge Carrión, han salido a resistir el avance de los píxeles.

“Por suerte, el tacto vegetal y el olor a lignina no son de momento reproducibles en la pantalla”, escribió en su libro Contra Amazon —que por supuesto se puede leer en digital—. Aunque es más crítico de la plataforma de Jeff Bezos que de los libros electrónicos, para él sigue siendo incomparable la experiencia de dar vuelta una página de papel con la de hacerlo apretando un botón.

Según el autor de Librerías, no es un asunto de fetichismo ni tampoco una conservadora actitud frente a la tecnología: más bien dice que sin involucrar los otros cuatro sentidos perderíamos también la capacidad de vincularnos más profundamente con la obra. “Para bien o para mal, todavía no somos capaces de recordar con la misma precisión lo que leímos en una hoja que lo que leímos en un e-book”.

No parecen creerlo así los consumidores de libros: de acuerdo a un informe de Libranda, el mercado de libros digitales aumentó un 49% en Chile durante el 2020, y según la Cámara Chilena del Libro, el registro de este tipo de obras el año pasado tuvo “un alza histórica”, creciendo un 167% respecto al 2019.

Si el mercado de obras digitales se amplió, también lo hizo el de los aparatos para leerlos. Fabián Soto, de la tienda especializada TuGadget, dice que los e-readers se vendieron un 300% más durante la pandemia. “Como la cuarentena fue larga”, explica, “mucha gente trató de encontrar en ellos un compañero para el encierro”.

Con la imposibilidad de ir a las librerías a encontrarse con los libros, sumado a lo caro e inseguro que a veces resultaba comprarlos por internet, hubo personas lectoras que, sin dejar de amar al papel, decidieron darle una oportunidad a la tinta electrónica.

Como Angélica, viñamarina que hasta hace unos meses solo leía en hojas de celulosa, pero que aprovechó la oferta en un Cyberday pandémico y compró un Kindle Touch. “Me costó lo que valen unos siete u ocho libros nuevos, pero ya he leído unos diez e-books en estos meses”, cuenta satisfecha. La inversión no es una ganga —el más económico de estos dispositivos ronda los $90 mil—, pero para quienes acostumbran a comprar libros en papel, el ahorro en el mediano plazo puede resultar interesante.

Para lectores intensivos

Solo la mitad de los chilenos lee regularmente, dice un estudio del 2019 realizado por la Universidad de Chile. Pero incluso para quien abre un libro con cierta frecuencia, un lector electrónico —ok, llamémoslo así— no necesariamente es una adquisición recomendada.

Poniéndonos del lado de Carrión, leer en papel también significa un escape de la opresiva digitalidad actual, unos minutos de refugio contra las pantallas y botones que nos persiguen desde el escritorio hasta el bolsillo. Y si no leemos frenéticamente —ya sea por gusto o por trabajo—, hacerlo en un libro físico es más útil que uno electrónico para lograr una lectura inmersiva y reflexiva.

Eso es lo que concluyó Naomi Baron, lingüista de la American University, cuyo tema principal de investigación es el uso del lenguaje en los medios digitales. Encuestando a estudiantes universitarios, encontró que el 92% de ellos se concentraba mejor cuando leía en papel. “El contenido se queda con más facilidad en mi cabeza”, le respondieron algunos.

Un estudio realizado por científicos de Estados Unidos y Corea del Sur llegó a un corolario parecido: los lectores de noticias impresas recuerdan “significativamente más” la información que los de artículos online. Según la neurocientífica estadounidense Maryanne Wolf, académica de la UCLA y célebre por su trabajo fomentando la lectura infantil, el cerebro humano se ha desarrollado para “pedir” la parte física al momento de leer: tocar y oler el papel, ver las páginas que se han leído y también las que quedan por leer.

Igual los e-readers le han puesto empeño para que esas diferencias no se noten: la tinta electrónica, que es la tecnología que usan para replicar la sensación de leer en papel, no necesita de luz propia para ser leída —como las tablets y los teléfonos— y la resolución estándar, que hoy está sobre los 221 puntos-por-pulgada (ppp), permite una visualización más precisa y definida de los caracteres.

Quizá por eso, Fabián Soto aconseja estos dispositivos “a lectores ávidos, que tienen que leer mucho —más de tres libros al mes—, o a los estudiantes, que deben revisar mucho material y que buscan reducir la impresión de tanto papel”.

Andrea Palet, editora de Laurel Libros y directora del Magíster en Edición de la U. Diego Portales, usa un e-reader desde el 2010 y los recomienda principalmente para lectores intensivos —”los e-books son más baratos y hay muchas bibliotecas digitales”, dice—, pero también para “personas con problemas a la vista, porque se puede agrandar la letra y manipular la opacidad; y a personas que necesitan viajar o trasladarse frecuentemente, porque no pesa nada”.

Esa nada suelen ser menos de 200 gr, lo mismo que pesa un celular, y en la que pueden llegar a caber más de 5 mil libros. Una relación peso/capacidad impresionante, pero que también tiene sus opacidades.

Cautivo digital

La principal queja hacia el Kindle no está en su formato, en su pantalla ni en su usabilidad. Todo lo contrario, según Soto: el aparato de Amazon “es superior en calidad de material”, con modelos como el Kindle Paperwhite, capaces de resistir el agua y el polvo, y cuyas baterías duran semanas de uso sin necesitar recargas.

Amazon Kindle Paperwhite 8 GB


“El problema del Kindle es que es muy cerrado”, dice el hombre de TuGadget. ¿A qué se refiere con cerrado? “Que si quieres leer un nuevo libro, les tienes que comprar solo a ellos”. Es decir, solo a Amazon. O sea, solo a Jeff Bezos.

Palet también reclama que “no te dan la libertad de usar como quieras algo que debería ser tuyo”, refiriéndose a los e-books que uno compra, “porque en realidad solo te licencian un contenido hasta que decidan eliminarlo. Te ponen todo tipo de trabas para no prestarlo o no imprimirlo”. Al amarrar el dispositivo a una plataforma de venta —que es el caso de Amazon pero también de Kobo, el e-reader de la japonesa Rakuten—, reducen la autonomía de los lectores.

Para la editora, los e-readers podrían ser mucho mejor de lo que son, pero “están abandonados como gadget”. Cree que “no lo han desarrollado como sería posible, pensando en la experiencia de usuario, porque no resultó tan buen negocio”.

Debido a la DRM —gestión de derechos digitales, por sus siglas en inglés—, los libros que uno compre en Amazon solo pueden ser leídos en un Kindle —y no traspasables a un Kobo u otro dispositivo— y además, tal como pasó el 2009 con dos libros de George Orwell, la compañía puede incluso eliminar unilateralmente ciertos títulos de los mismos aparatos de sus clientes.

Una marca que permite más libertades es la chilena Nabuk, que desde el 2015 ha desarrollado varios modelos lectores electrónicos, más económicos que los Kindle y los Kobo —también más modestos en sus atributos—, pero además más versátiles: a diferencia de ellos, por ejemplo, se le pueden cargar fácilmente archivos PDF o ePub —los más comunes—, sin necesidad de convertirlos.

Nabuk Regal 8 GB 212 ppi


“Nabuk es una marca que sugiero para primerizos”, dice Soto, “para gente que entra a probar con los e-readers”. En general ofrece las mismas características que los demás —tinta electrónica, interlineados y tamaños, gran almacenamiento y poco peso—, pero no tiene tienda propia y su materialidad es más frágil. “Con los Nabuk es recomendable tenerles siempre una funda protectora”.

Los Kobo aún son más caros —ninguno cuesta menos de $140 mil en Chile— pero muy bien evaluados: sus modelos Clara HD y Libra H2O están entre los tres mejores del mercado, según Wirecutter. Con un catálogo muy amplio —más de 5 millones de títulos—, se destaca por su mayor capacidad —incluso su modelo Nia, el más económico, tiene 8 GB— y que permite leer libros digitales comprados en otras tiendas. Excepto en Amazon, por supuesto.

Kobo Clara HD 8 GB 300 ppi


De todas formas, independiente del aparato, la lectura sigue siendo la misma. La aparición y consolidación de los e-readers no alteró todavía la forma de escribir ni tampoco la de leer: aún se trata de ver cómo se juntan las palabras, una tras otra, página por página, formando versos o relatos.

“Todas las promesas de mediados de los 2000 referidas a una literatura interactiva, actualizable, arbórea o ramificada, se aplicaron a los videojuegos pero no a la escritura y lectura de libros”, opina Andrea Palet. “La lectura en soporte electrónico, de hecho, casi nunca es mejor que en impresos; uno lo hace por disponibilidad, rapidez, liviandad”. Las pantallas, dice, aburren y cansan. “Todas”.


*Los precios de los productos en este artículo están actualizados al 23 de septiembre de 2021. Los valores y su disponibilidad pueden cambiar.

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