Michael Reid: “El resultado prolonga la incertidumbre, pero es menos malo que una Constitución con rasgos anticapitalistas”

Michael Reid, editor senior de The Economist, experto en Latinoamérica.

Como una distracción frente a lo realmente importante califica el editor senior de The Economist todo el proceso en torno a la nueva Constitución. Asegura que ahora se debe avanzar en las reformas y en el tipo de estado de bienestar que tendrá el país. Y puntualiza que terminar con la incertidumbre económica exige que el proceso para una nueva Carta Magna sea rápido y logre consenso.


El editor senior de ‘The Economist’ Michael Reid, especialista en Latinoamérica, cree que para ponerle fin a la incertidumbre económica que enfrenta Chile, la nueva etapa del proceso constituyente debe ser rápida, acotada, pero que, por sobre todo, el futuro texto garantice un amplio consenso. “Sería muy complicado para el país si se rechaza otro texto, prolongaría demasiado la incertidumbre y el tiempo no está libre de costos”, sostiene desde Madrid, donde reside, en una entrevista por Zoom.

Para el periodista británico, la nueva Constitución era “una distracción de lo realmente importante” que es el debate sobre las reformas tributaria y de pensiones, aunque reconoce que la actual Carta Magna tiene trabas que dificultan lo que deben ser reformas normales en una democracia. Sobre el gobierno de Gabriel Boric, celebra la reacción a la derrota y el cambio de gabinete. El desafío del Presidente, plantea, es resolver el conflicto político que puede generar en su coalición la transición de su gobierno hacia la centroizquierda.

Usted dijo que de ganar el Rechazo, el gobierno se convertiría en un pato cojo. ¿Lo mantiene?

Obviamente, es un varapalo grande para el gobierno. Sobre todo, por la escala de la victoria del Rechazo después de que el Presidente Boric había más o menos hecho campaña en favor del Apruebo. Ahora dependerá de cuán hábilmente se separe del proceso constituyente y se dedique a gobernar bien. Hemos visto una reacción rápida de parte de Boric. Por un lado, reconociendo las implicaciones de la derrota. Por otro, haciendo cambios significativos en su gabinete. También reconociendo la importancia del tema de la seguridad. La coyuntura no es fácil. Después del derroche fiscal y de pensiones del último año de Piñera surgió la inflación y es inevitable y necesario un ajuste fiscal. La economía va a caer cercana a la recesión, si es que no entra. En la medida en que logre un mejor desempeño, creo que tiene posibilidades de recuperarse, pero obviamente es un gobierno disminuido comparado con seis meses atrás.

¿Cuál es su interpretación de los resultados?

En los referéndums la gente no necesariamente vota según la pregunta del papel, sino para expresar su estado de humor frente a la situación del país. Está el descontento por la inflación, por el gobierno, que ya era relativamente impopular por la situación económica y por la percepción de inseguridad. El voto expresa todo eso, pero también es evidente que es un rechazo a la forma que tomó el proceso y al texto, que un gran segmento vio que daba derechos especiales a ciertos grupos y que había mucho de la izquierda radical. Además de que implicaba mucha incertidumbre. No fue solamente un voto de la derecha, sino también de un sector importante del centro y de la centroizquierda que pensó que era un mal texto. Otro factor fue el voto obligatorio. El 86% del electorado resultó ser bastante diferente del 43% que escogió la convención.

Desde fuera, el hecho de que se inicie un segundo proceso, ¿en qué pie deja la incertidumbre?

En general, el mundo no está pensando en Chile. Está pensando en la inflación, en la guerra, en el cambio climático, etc. Algunos de los que sí miran a Chile tal vez están sorprendidos con el resultado porque solamente vieron que el texto daba muchos más derechos y no entraron al detalle. En cuanto a los actores económicos, es verdad que el resultado prolonga la incertidumbre, pero es menos malo que aprobar una Constitución mala y con algunos rasgos anticapitalistas. Esta pregunta es importante porque el tiempo no está libre de costo. Sería provechoso hacer un proceso más rápido, pero con suficiente tiempo para elaborar un buen texto. Los que la redacten deben tener en mente que la propuesta tiene que lograr un consenso amplio, que pueda ser aprobado, y que encauce a Chile por un rumbo viable, como país, democracia y economía.

¿Qué rasgos anticapitalistas veía en la propuesta?

Eran menos que lo que se pensó al comienzo. La plurinacionalidad en vez de reconocer la multiculturalidad era un paso que, correctamente o no, fue visto como peligroso por ciertos intereses económicos. El hecho de “castrar” al Senado llevaba al riesgo de una especie de asambleísmo por parte de una Cámara Baja más poderosa, sin chequeos ni contrapesos. Algunos aspectos del enfoque de la minería, un derecho a huelga sin limitación, el hecho de que el Ejecutivo no tenía el monopolio de las iniciativas legislativas de gasto y, no es anticapitalista particularmente, pero sí había una cierta irresponsabilidad fiscal. Todo eso era fuente de preocupación.

¿Cuáles eran los peligros de la plurinacionalidad para ciertos intereses económicos?

La industria forestal obviamente temía que abría la puerta para la expropiación de sus plantaciones. Ese fue el temor de ellos. Si tenían razón o no, es otra discusión. Pienso que se podrían haber reconocido los problemas y la identidad de los pueblos indígenas sin abrir esa puerta. Hay gente que dice que no, pero la plurinacionalidad significaba mucho. Era como abrir un capítulo de incertidumbre.

Usted dijo que la asamblea no era representativa por el momento en que fue elegida y proponía en Twitter que el nuevo texto lo redactaran 12 legisladores en tres meses...

Obviamente, no me corresponde a mí aconsejar más allá de lanzar algunas ideas. Lo que quería decir es que era evidente que la convención elegida en mayo de 2021, por el 43% del electorado, no representaba ya el humor político del país; que había habido una toma de distancia frente al proceso del estallido social. Creo que el Congreso elegido el año pasado tiene legitimidad. La participación fue más alta que para elegir a los convencionales. Representa, grosso modo, el espectro político y, tomando en cuenta que no puede haber democracia sin partidos políticos y ni instituciones fundamentales, no me parece axiomático que se necesite otra convención. Debe existir el debate. Unos pensarán que sí, pero el tiempo no es libre de costos y me parece muy importante que el proceso sea más acotado, con más peso para los partidos y especialistas. Debe ser representativo y con un plebiscito de salida. Para Chile sería muy complicado si rechazan otra vez el texto. Prolongaría demasiado la incertidumbre.

¿Cuáles deberían ser los pilares de un nuevo texto?

Como observador, uno ve que ha surgido un consenso bastante amplio en favor del Estado social de derecho. Yo soy británico, vengo de una tradición minimalista de constituciones que se fijan un marco y dentro hay mucho espacio para que cada gobierno haga las políticas públicas que le parezcan apropiadas y que la gente quiera. Ese marco debe permitir un estado de bienestar más robusto y un grado de descentralización, pero no desorbitado ni sin contrapesos. Con igualdad de derechos reales, que reconozca la multiculturalidad y una protección ambiental más estricta. Los derechos iguales para todos, implica la agenda feminista e indígena, que están en una situación de menos derechos.

¿Y qué bases debe sentar para fomentar el crecimiento económico?

La reglamentación de monopolios es muy importante para el crecimiento económico, no solamente para el sentimiento de justicia social. Los monopolios o los oligopolios no son eficientes. Es importante dejar al mercado lo más que se pueda, sin que eso lleve a distorsiones. Y tiene que haber un marco tributario que sea visto como razonable por la mayoría de los que van a pagar los impuestos.

¿Cree que ahora repuntarán las inversiones extranjeras y se frenarán las salidas de capitales?

Siempre hay varios factores en cuanto a la inversión. Uno es la situación económica y sectorial para las inversiones y otro es, obviamente, la confianza o la incertidumbre política, regulatoria, etc. No lo he seguido en detalle, pero el lunes subieron los activos chilenos, que es una reacción de muy corto plazo. El hecho de que en cierta forma se ha cerrado la posibilidad de una Constitución de izquierda radical, sí dará más confianza, pero en la medida en que todavía hay incertidumbre, algunos inversionistas actuarán con cautela hasta que se conozcan bien las reglas del juego.

¿Cómo quedan en este escenario las reformas estructurales del gobierno, como la tributaria o de pensiones?

Ahora deben ser tratadas como lo que siempre fueron: reformas de políticas públicas. Probablemente, el gobierno va a tener que ceder más en la negociación en el Congreso. Me parece importante que Chile sí votó por este gobierno y de alguna forma la convención y la nueva Constitución eran una distracción de lo realmente importante, que es el debate sobre estas reformas y qué tipo de estado del bienestar tendrá el país. El gran descontento de la gente en las protestas era porque querían mejores pensiones, mejor salud y mejor educación. Para mí, la Constitución era menos importante, aunque es verdad que la actual tiene trabas que dificultan lo que deben ser reformas normales en una democracia.

El gobierno dijo que comenzaba un segundo tiempo. ¿Cómo evalúa el primero?

Enviaron al Congreso la reforma tributaria, la más importante, y la de pensiones está en esa vía. El gobierno ha funcionado. Por otro lado, es evidente que cometieron errores, sobre todo en el manejo de la seguridad. Pero el Presidente Boric sí me parece un político de verdad. Tal vez llegó demasiado joven a la Presidencia, porque creo que va a crecer. Muchos de sus instintos son buenos para responder a los acontecimientos. No era fácil para él hacer los cambios de gabinete, como reconoció, y me parece importante que a pesar de eso los hiciese. Es un gobierno que está poco a poco, paso a paso, convirtiéndose en algo semejante a un gobierno de la ex Concentración.

¿Eso le supondrá un problema?

Crea problemas políticos. El Partido Comunista esta semana básicamente amenazó con que no va a ir demasiado lejos por ahí. El desafío para el Presidente es cómo manejar esa transición de su gobierno más a la centroizquierda. Tenía elementos de eso desde el inicio, pero la composición relativa está cambiando en esa dirección. Pero en seis meses no es tan fácil juzgar a un gobierno, además dominado por la sombra del plebiscito.

Compartió una columna de Rafael Gumucio en la que decía que la única salvación de Chile era la socialdemocracia. ¿Lo representa esa frase?

Lo compartí porque me pareció interesante su irritación con esa visión de izquierda romántica que había afuera sobre las maravillas de la Constitución. Pero sí pienso que, si bien Chile hizo muchos avances económicos a partir del 85 y políticos a partir del 89, es evidente que necesita cambios para ir hacia una sociedad que invierta más en capital humano y pasar a un Estado más próspero. Eso implica un marco legal en un país climáticamente muy vulnerable, que necesita más protección. Si quieres llamar a eso socialdemocracia, bueno, pero podría ser democracia cristiana -entendida como centro derecha reformista democrática-, por falta de un término más apropiado. Una plena democracia liberal en el sentido de los textos. A muchos chilenos les gustaría tener una socialdemocracia, por más que han rechazado a los que representaron esa filosofía, pero tal vez puede volver.

¿Quiénes representaban esa filosofía?

La Concertación o sectores importantes de ella.

¿Avanzaron hacia una socialdemocracia?

Yo pienso que sí, con demasiada cautela para algunos. Chile ha tenido un debate rico en los últimos dos años y tal vez ese salto a un Estado y sociedad cualitativamente de más calidad no hubiese sido posible de otra forma. Pero no hay duda de que ha perdido cosas en estos años también. Hubo pérdidas inmediatas en el estallido social, también económicas y de tiempo. Me parece importante que se retome un rumbo de reforma consensuada. No importa si se llama socialdemocracia o democracia cristiana.

Como una distracción frente a lo realmente importante califica el editor senior de The Economist todo el proceso en torno a la nueva Constitución. Asegura que ahora se debe avanzar en las reformas y en el tipo de estado de bienestar que tendrá el país. Y puntualiza que terminar con la incertidumbre económica exige que el proceso para una nueva Carta Magna sea rápido y logre consenso.

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