Columna de sismología: El Terremoto, y la necesidad de una comunidad fuerte en el nuevo Chile

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En Chile nos enfrentamos a grandes terremotos, y para poder mitigar de buena forma su impacto, necesitamos una comunidad fuerte. Una donde las decisiones estén basadas en evidencia sólida.


Imaginemos un día de verano y las playas de Viña del Mar, Reñaca, y Concón están llenas de gente. Moverse resulta difícil: con tantas personas y vehículos dando vueltas, la congestión es lo normal en la zona. Suena conocido, ¿no?

Es el infernal verano en la zona costera del centro de Chile, donde las ciudades están llenas de personas, sobre todo turistas que buscan un espacio de descanso. El sol brilla, después de un amanecer algo nublado.

Hasta que de pronto, el suelo comienza a moverse. Y sigue, sigue y sigue. Hay ruido, y cada vez la vibración se va sintiendo más fuerte. Muchos se miran con incredulidad, otros se asustan, y más de alguno comienza a gritar "¡terremoto!". Algunas zonas se destruyen debido a enormes ondas del sismo y, unos 15 a 20 minutos más tarde, el mar entra con fuerza: el tsunami ha llegado.

Suena terrorífico, ¿no? Pero no tiene por qué ser así.

En efecto, en un evento de ese tipo existen dos opciones: puede llevar a un desastre, o puede ser enfrentado de buena forma. Y eso depende de nosotros como comunidad, donde nuestra respuesta debe estar basada en la evidencia, y en la colaboración de las distintas partes de nuestra construcción social.

Partamos por la evidencia que tenemos hasta ahora. El último megaterremoto que destrabó las placas frente a Viña y Valparaíso ocurrió en 1730. Esa vez, un evento de magnitud Mw~9.1-9.2 rompió esa corteza que nosotros vemos tan sólida desde un poco más al norte de La Serena hasta las proximidades de Concepción. La tensión que se había acumulado durante cientos de años para llegar a ese momento fue enorme, y el terremoto fue acompañado por un tsunami que tuvo un impacto global, llegando incluso a Japón, que como nota aparte, no deben de gustar de nuestra exportación de tsunamis.

Desde ahí en adelante, las placas de Nazca y Sudamericana volvieron a eso que les gusta mucho hacer: bloquearse. Una trata de deslizarse debajo de la otra, pero la verdad es que aunque lo intentan, tienen poco éxito. Ellas pueden echarle la culpa a la fuerza de roce, que hace que se queden pegadas, y se muevan juntas, y no una respecto a la otra. Esto hace que en el contacto entre las placas se acumule mucha tensión, que se va sumando año tras año. Y claro, esta tensión se va soltando en forma de terremotos, muchos de ellos bastante grandes.

Pensando en particular en la zona de la Quinta Región, nos encontramos con que los grandes temblores (magnitud 7.5 o mayor), que fueron liberando parte de la tensión acumulada en la zona después de 1730, ocurrieron en los años 1822, 1906, 1971, y 1985. Hasta lo que sabemos actualmente, esos terremotos fueron liberando la parte más profunda del contacto entre las placas, por lo que ninguno generó un tsunami tan importante. Eso nos deja con un escenario poco amigable (del que hablamos en una columna anterior), donde la parte más superficial de la subducción está bloqueada. Es esa misma zona que, si se libera, genera tsunamis grandes. Eso pone en peligro a toda la costa de la zona, y sitúa a Viña del Mar en una situación muy compleja, ya que hay áreas (sobre todo cerca del casino y Avenida Perú) donde la evacuación hacia las zonas seguras toma más de los 15-20 minutos que podría demorarse la primera ola del tsunami en llegar a la ciudad. Es decir, habría personas que no alcanzarían a huir.

Quizás ahora se estén preguntando qué es lo que se puede hacer. Y la respuesta viene desde la construcción de una comunidad potente. Viene desde, digámoslo, la democracia.

Para ejemplificar esto, comencemos discutiendo sobre la evacuación vertical, que es una solución que se ha propuesto desde la comunidad científica, y que ha estado siendo estudiada por la Onemi como alternativa. La idea es bastante simple: en las zonas en las cuales no se alcanza a llegar a los lugares de evacuación antes que llegue la primera ola del tsunami, las personas podrían subir a los edificios cercanos que soportaron bien el terremoto, para esperar a que pasen las olas. Pero eso genera muchas preguntas: ¿cómo vamos a convencer al dueño del edificio que deje entrar a las personas en una situación de emergencia? ¿o esto tiene que ser ordenado por la autoridad? ¿como vamos a trabajar con las personas que quieran bajar? ¿O hay que construir edificios de evacuación vertical? ¿y qué vamos a hacer con las personas que tienen algún tipo de discapacidad, que le impide subir escaleras?

Todas ellas son preguntas a las que tenemos que saber darles respuesta. Esto debe ser un esfuerzo de la sociedad en conjunto, y no solo del gobierno de turno, ya que implica la cooperación de muchas personas en pos de una meta en común, que es la de mitigar el impacto de un tsunami en las personas, y salvar vidas.

Para avanzar en ser un país más resiliente, esta cooperación es vital. El conocimiento técnico existe, ya que los científicos han estado investigando de forma brillante y consistente los potenciales escenarios de terremotos a los que nos enfrentamos como ciudadanos. Lo que nos falta es hacer que la comunidad no sea parte de un problema, sino de la solución, y que las autoridades locales y nacionales también tomen parte. Y aquí la comunicación científica juega un rol muy importante, ya que dado que necesitamos basarnos en la evidencia científica, esta tiene que estar al alcance de todos.

Pero este conocimiento es muy técnico y hay pocas personas que lo pueden entender sin grandes problemas. Entonces, se vuelve crucial poder hacer la "traducción" de lo que sabemos no sólo en un lenguaje sencillo, sino también de una forma en la que las personas "sientan" la importancia de entender los escenarios a los que se enfrentan. No para crear miedo, sino para ayudarlos a iniciar una conversación sumamente necesaria, donde las distintas visiones son importantes.

Esto podría, en el futuro, decantar en tener una población mucho más preparada para un terremoto, pero también en una comunidad empoderada donde se discutan abiertamente temas como la planificación territorial de la ciudad, y las necesidades que deben satisfacer los planes de emergencia, por ejemplo.

En el fondo, a través de la divulgación científica, podemos ayudar a una comunidad a hacerse más fuerte, para que después pueda ir construyendo sus propias soluciones, que obedezcan a sus problemas en un trabajo conjunto con las autoridades, las oficinas gubernamentales correspondientes, y los científicos.

Es esta comunicación, que lleva a una construcción de sociedad más colaborativa y menos individualista, la que podrá mitigar de mejor forma el impacto de un evento destructivo como un terremoto.

Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y Director del Departamento de Obras Civiles y Geología de la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica. 

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