Columna de sismología: ¿Estamos tan locos que vivimos al lado de los volcanes?

Erupción Villarrica 1971, de noche

Hoy estamos viviendo (y desarrollándonos) muy cerca de varios volcanes activos. Con esto hemos aumentado nuestra exposición antes futuras erupciones. ¿Qué podemos hacer al respecto?


Los volcanes son una parte muy importante de nuestra cordillera. Los tenemos desde el extremo norte hasta Magallanes, ¡e incluso en la Antártica! La única parte donde no hay volcanes es en las regiones de Coquimbo y Valparaíso. Y si bien muchos de ellos son aún de difícil acceso, históricamente hemos ido poblando zonas cercanas a ellos, sobre todo más hacia el sur del país. En el pasado esto ha probado ser mortal, ya que hemos tenido que lamentar la muerte de muchos compatriotas. Sin embargo, desde 1971 que no muere nadie por una erupción directamente (en 2008 una anciana falleció debido a un ataque cardíaco que le provocó la ansiedad de presenciar la erupción del Chaitén, pero no es exactamente lo mismo).

Pero eso no quiere decir que no tengamos un problema.

Hoy hay varias zonas del país que sufrirían mucho por una erupción volcánica. Hay algunos ejemplos emblemáticos, como el pueblo de Chaitén y toda la tragedia post-erupción del 2008. En ese caso, el desastre se desencadenó debido a que el pueblo estaba a menos de 10 km de distancia de un volcán que tuvo una tremenda erupción, que luego originó lahares que bajaron por el río Blanco (que cruzaba la localidad), que finalmente destruyeron la mitad del pueblo. Otro caso es el de la zona aledaña al volcán Villarrica, en especial los pueblos de Pucón y Coñaripe, que están muy expuestos a lahares que el volcán pueda generar en el futuro. Es tan así que hace ya varios años un grupo de japoneses llegó a estudiar cuan expuesto está Pucón frente a una erupción importante del Villarrica. Llegaron a una conclusión lapidaria: sale más barato construir todo el pueblo en un lugar seguro que tener medidas de mitigación efectivas para poder asegurar que Pucón este libre de riesgo.

Todo esto lleva a una secuencia de preguntas, que no son fáciles de responder. La más obvia es: ¿por qué vivimos tan expuestos a peligros volcánicos? Otras preguntas son: ¿por qué no hacemos algo al respecto? o ¿qué tiene en la cabeza esta gente que vive al lado de un volcán activo?

Como todo problema de verdad, este tiene muchas aristas. La primera es histórica: muchos asentamientos humanos llevan bastante tiempo existiendo cerca de volcanes activos. Esto ha llevado a que varias generaciones de personas han experimentado de primera mano la actividad de su volcán, transmitiendo ese conocimiento de forma bastante efectiva a los más jóvenes. Así, en muchas de estas zonas uno suele encontrarse con personas que conocen bastante bien lo que puede hacer su volcán, aunque sea de forma limitada, ya que ellos siempre pueden sorprendernos (Calbuco, te estoy apuntando). El problema surge cuando comenzamos a perder la memoria, y desarrollamos estas zonas de espalda al riesgo. Sobre todo cuando son lugares muy turísticos, la población permanente aumenta, y muchas personas llegan a un lugar sin saber realmente qué ha pasado antes allí. Así, en la búsqueda de una mejor calidad de vida, nos enfocamos en todo lo que está pasando en nuestro entorno, pero nos olvidamos de la presencia del volcán. También hemos poblado zonas cercanas a volcanes debido a un tema estratégico, para poder mantener ls conectividad del país. En otros lugares del mundo también se ha dado que los asentamientos en torno a volcanes activos existen debido a desplazamientos de personas, a las que se les dio la posibilidad de una casa en un lugar complejo.

Con el tiempo, viene el arraigo. Y este es poderoso. El arraigo aporta a nuestra identidad, y hace que se haga difícil (emocionalmente hablando) dejar la tierra donde uno se crió. Es en parte por el arraigo que varios chaiteninos quisieron volver a su pueblo, donde estaban sus recuerdos, donde estaba su vida. Y si bien este arraigo no es tan fácil de encontrar en las grandes ciudades, suele aparecer bastante en las zonas cordilleranas de nuestro país. No debemos olvidarlo tampoco.

Todo esto no sería un problema si es que estuviéramos conscientes de lo que pueden hacer nuestros volcanes. Así, sabríamos que hay zonas donde simplemente no debemos construir, y que hay que invertir en medidas que ayuden a mitigar el impacto de las erupciones de ellos. Los mapas de peligro volcánico (link: http://sitiohistorico.sernageomin.cl/volcanes-mapas.php) están hechos para más de 40 volcanes en la página del Sernageomin. Sin embargo, ¿los conocemos? ¿Sabemos interpretarlos? La triste realidad es que no lo hacemos. Esta información es muchas veces ignorada, incluso, ya que no existe una ley que obligue a tomarlos en cuenta al momento de definir nuevos proyectos inmobiliarios. El mercado ha mandado en esto, y al mercado no le gusta que existan prohibiciones. Sin embargo, para evitar desastres, es imperativo que las instituciones tengan al menos voz en lo que se refiere al riesgo de desastres. Así, si una persona insiste en construir en una zona de alto riesgo, esa persona por lo menos estará completamente consciente de lo que puede pasar. Llegar a eso es un esfuerzo tremendo, donde académicos y profesionales de muchas disciplinas distintas deben unirse. Porque la idea no es imponer una dictadura del riesgo, pero sí mitigar lo más posible el nivel de exposición que tienen nuestros ciudadanos. Por lo mismo, me gustaría usar esta columna para pedirle a nuestros parlamentarios que de una vez por todas saquen adelante la ley que permita que esto ocurra. Una ley que lleva más de 6 años durmiendo en el congreso. #ChileanWay, ¿no?

Pero por mientras tenemos mucho trabajo. El primero es lograr una concientización efectiva de nuestra población. Debemos convertir a los volcanes en algo más que un lindo cono, o un portador de desastres. Debemos entender qué hacen, cómo se han portado en el pasado, y cómo han afectado la vida de las personas. Allí, la comunicación científica y el relato son fundamentales. Una sociedad preparada se arma a través de un conocimiento sólido, y promociona el desarrollo de investigación que nos ayude a estar mejor en el futuro. Debemos movernos en esa dirección. Y debemos hacerlo hoy.

Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.

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