Tori Amos: “El trabajo de los cantautores es hacerse cargo del dolor”

Foto: Desmond Murray

La artista norteamericana que remeció la escena de los 90 con la intensidad de su debut cuenta cómo la pandemia la dejó con una “parálisis mental y emocional” de la cual sólo la música pudo liberarla. El resultado de esta transformación es su disco número 16, Ocean to ocean.


“Algunas personas oyen voces. Unas pocas las escuchan”, decía en 1994 uno de los avisos promocionales para Under the pink, el segundo álbum de Tori Amos.

La placa, que extendió más aún el alcance de su portentoso debut Little earthquakes, incluyendo piezas más experimentales y de forma libre, contenía entre sus canciones la intensa Bells for her, compuesta por la artista en tiempo real y registrada casi milagrosamente por el productor y entonces pareja de ella, Eric Rosse. No sería la única vez que ello ocurriría, pues luego le sucedería Marianne, una de sus mejores canciones y compuesta en el instante, inspirada por el suicidio de una amiga. Mark Hawley, entonces ingeniero y esposo de Amos desde 1998, tuvo la suerte de pulsar el botón de grabar a tiempo para capturar aquella impresionante materialización. Para la pianista y cantautora estadounidense de 58 años, las canciones tienen vida propia y, en el momento preciso, aparecen. Su nuevo álbum, Ocean to ocean, llegó, precisamente, para devolverle la esperanza y sacarla del estado de letargo e inercia donde la sumieron la pandemia y los confinamientos.

“Creo que las canciones me toman de la mano”, dice a Culto al teléfono desde Londres, donde se encuentra de paso. “Hay veces en que las canciones son cálidas y gentiles, y otras veces son más directas conmigo y no tienen compasión fácilmente. Me dicen ‘tienes que mirar la situación y te llevaremos a ver la situación’, algo parecido a la novela de Dickens con el Fantasma de la Navidad Pasada y el Fantasma de la Navidad Presente. Luego me dicen ‘tienes que elegir cómo quieres enfrentar el futuro, necesitas elegir si vas a quedarte en esa frecuencia baja o si vas a crear algo para que puedas abrirte paso a una frecuencia diferente. Pero primero tenemos que ver cuál es el problema, la emoción, la tristeza, el conflicto, la discusión o qué es eso que te aqueja, lo que has perdido o eso que echas de menos’. Y cuando tengo estas conversaciones con las canciones, es entonces que las canalizo, si prefieres llamarle de ese modo”.

La llegada de la pandemia pilló a Tori Amos con la agenda llena. Por un lado, tenía programado el tour de sus memorias, Resistance, además de sus presentaciones en vivo. Su calendario estaba tan repleto que su sobrina llegó a decirle “no sé cómo pretendes hacer todo esto”. Su respuesta fue categórica: “Es un calendario, así que tengo que hacerlo y se hará”. Pero el encierro la obligó a detenerse. Algo que podría haber sido un mero descanso dentro de la vorágine, para Amos, que debutó en los escenarios en un bar gay a la edad de 13 años, fue un terremoto gigantesco.

“Pienso que muchos músicos y actores de teatro, gente que trabaja en los escenarios, estaba pasando por algo similar y es porque lo que hacemos no sólo es un trabajo, es parte de nuestra vida y de quienes somos. Cuando ya no nos fue permitido hacer eso, pasó a ser un desafío, ya que no puedes reemplazarlo por nada. La energía de colaborar con un público en vivo es muy diferente a la experiencia en el estudio, requiere distintas habilidades y es un tipo distinto de energía, porque cuando tocas en vivo hay una comunicación, lo que sucede en ese momento juntos es como una comunión. Hay un intercambio de energía y una transformación, y cuando me lo quitaron no tuve cómo reemplazarlo. No es reemplazable”, sentencia.

Una de las primeras frases de Resistance, su autobiografía publicada tras la muerte de su madre ocurrida en 2019, dice: “Estar en oposición a algo es estar en una posición de poder… desafiar algo es un principio activo y puede ser el comienzo de algo”. Moviéndose rápido, sin tiempo para cuestionarse nada, Tori se encontraba en piloto automático. “Y entonces, una vez que todo se detuvo hubo un momento de reflexión sobre cómo enfrento las cosas. Me forzaron a hacerlo”, dice riendo.

“No sé tú, pero siento que de muchas formas ahora soy una persona diferente a cuando comenzó la pandemia”, agrega.

Dame vida, dame dolor

Viviendo en su residencia en Cornwall, junto a Hawley y su hija Tash, Tori buscó nuevos caminos. “En vez de viajar en un avión, mi viaje cada día era del estudio a la cocina”, comenta, refiriéndose a su decisión de llevar al formato virtual la gira de su libro durante el primer confinamiento en Reino Unido, además de aprender a cocinar comida vegana junto a su hija. Pero para la llegada de la tercera cuarentena, la artista, que llevaba tocando en vivo los últimos 45 años de su existencia, tocó fondo.

“Y mis mecanismos para vérmelas con esto llegaron a cero. Tal vez no cero, pero muy, muy bajos. Y me pregunté ‘¿qué es lo que estás haciendo?’, y la música me dijo ‘tienes que escribir desde donde estás, no puedes escribir desde un lugar donde no estás”. Amos hace la analogía con un dibujante o un pintor, que puede dibujarse a sí mismo fuera del agujero donde se encuentra. “Tuve que hacer eso sónicamente y la primera canción que llegó fue Metal water wood. Luego comencé a hablar con los árboles, a escucharlos, básicamente, antes de poder hablar con ellos”, dice aludiendo al flamante single Speaking with trees.

En la mencionada Metal water wood, Tori canta sobre querer ser como el agua. Es una canción sobre transmutación, sobre alquimia. Un movimiento mágico que genera un salto de un elemento a otro. En otro de los cortes destacables, How glass is made, se reitera el agua como un pivote y la necesidad de una metamorfosis.

“Como soy una persona de fuego”, explica, “me vuelco al agua en ciertas ocasiones en búsqueda de equilibrio, para intentar trabajar con ella. Es una fuerza tan material, y eso me fascina, la poesía que tiene. Es imposible experimentar Cornwall sin darte cuenta del agua, está en todos lados, incluso cuando estás tierra adentro no puedes evadirla, porque no está nunca a más de 20 minutos de ti”.

-¿Dejarse guiar por las canciones es algo que le entrega contención o es algo doloroso?

A veces son las dos cosas a la vez. Sé que hay una paradoja ahí, lo comprendo, pero así es como ocurre, hay una dicotomía. Para poder lidiar con el caos en el que hemos estado viviendo y las pérdidas, y cómo superarlas, lo primero es notarlas. Al hacerlo viene el empoderamiento, el renacimiento y el darse cuenta de que podemos sobrevivir a las cosas. Sabemos que hay gente que ha perdido seres queridos a raíz de la pandemia y que hay una tragedia en ello. El trabajo de los cantautores o compositores es que puedes elegir hacerte cargo de ese dolor, y yo sentía que tenía que mostrarlo. Creo que, por un lado, escribir sobre estos tiempos abrumadores que pasamos y hacerlos notar es una forma de no ser muy sobrepasado por ellos y de no quedarte en una parálisis mental y emocional.

Al despuntar el álbum, la excelente Addition of light divided trae a la mente el inverso de aquel prisma que separa el blanco en todo el espectro visible en el Dark side of the Moon, de Pink Floyd. Volver a crear ese haz de luz, sumando nuevamente las partes. “La música me sacó de esto, de este estado, y así pude encontrar energía y movimiento nuevamente. Esa es la magia de la música”, afirma emocionada. Imposible no recordar uno de los versos del tema que dio nombre a su debut, hace 29 años: “Dame vida, dame dolor. Devuélveme a mí misma nuevamente”.

Aprovecho de preguntarle por qué en tantos años nunca ha venido a Chile. “Estoy consciente de eso, pero ese es un problema de los promotores y es una historia diferente para un día diferente”, ríe.

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