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Sabina Urraca, escritora española: “La psicología humana es intrincada, oscura, no se comprende ni a sí misma”

Llega a Chile la tercera novela de la autora peninsular, El celo, muy aplaudida en su país. En sus páginas leemos la historia de una mujer que mientras lidia con el trauma que le provocó su última relación de pareja -violencia doméstica incluida-, adopta casi sin querer a una perra callejera. Con Culto se explaya sobre el libro.

Sabina Urraca, escritora española: “La psicología humana es intrincada, oscura, no se comprende ni a sí misma”

Una situación cotidiana fue la que le disparó la idea de una novela a la periodista y escritora española Sabina Urraca (41). Así lo comenta a Culto: “Madrid, un parque en verano. Muchos amigos tumbados en la hierba. Creo que estábamos de resaca. Mi perra estaba en celo y no dejaban de acercarse perros a intentar montarla. Ella se les arrimaba, ansiosa. Yo me veía como una madre castradora, conteniéndole el instinto. Me dolía tener que hacer eso”.

“En un momento dado, me harté y grité: ‘Dios mío, ¿cuándo se va a acabar esto del celo?’. Y una amiga bellísima, tirada en la hierba besándose con su amante, exclamó, entre la desesperación y la risa: ‘Sí, por favor… ¡¡¡¿Cuándo?!!!’. Esa escena fue la chispa que encendió la idea: con la excusa del celo de una perra, hablar del celo humano, haciéndolo extensible a todas las violencias animales que ejercemos los seres humanos sobre otros y sobre nosotros mismos. Hubo un momento en que el libro arrancaba con esa escena. Después, al ir creciendo la trama, permaneció, pero de forma residual”.

Así surgió El celo (Alfaguara). Se trata de su tercera novela y acaba de llegar a nuestro país. En su España natal generó buenos comentarios y fue incluida por Babelia la incluyó entre los mejores libros del año 2024. Además, El País le dedicó elogias palabras: “La consagración de una idea de narrativa tan genuina como admirable”.

En sus páginas leemos la historia de una mujer -la Humana- que mientras lidia con el trauma que le provocó su última relación de pareja -violencia doméstica incluida-, adopta casi sin querer a una perra callejera. Luego, en el marco de unas sesiones de terapia grupal, se hace de una nueva amiga, Mecha, con la que comienza un vínculo muy particular. Además aparecen otras amistades como Wendy y la Vieja, que la acompañarán en ese viaje interior para sanar sus heridas.

- ¿Cómo fue el proceso de escritura?

- Todo se fue construyendo en torno a esa escena del parque. Cuando empecé a definir lo que era El celo, tenía un documento de más de 500 páginas, casi todo escenas sueltas y notas de observación o ideas repentinas que se me ocurrían y apuntaba. Era un caos al que me costó muchísimo entrarle. Lo intentaba y desfallecía. No tenía ni idea de cómo construir a partir de tanto material. Creo que si Carme Riera, mi editora, no me hubiese propuesto sacar el libro, jamás me habría metido a desentrañar ese documento. Durante dos meses tuve que dejar de lado la intuición y el apasionamiento escribiente, y simplemente ordenar, desechar. En base a esa ordenación establecí una estructura inicial, que fue cambiando durante la escritura. En todo momento sabía hacia dónde iba, siempre tuve más o menos claro el final, pero por el camino surgieron muchas historias, tuve que matar personajes, simplificar algunas partes. Tuve la suerte de recibir una beca de un año que me ayudó a despreocuparme un poco de eventos, charlas y talleres para ocuparme a fondo de la novela. Los últimos meses de escritura los pasé encerrada en mi casa. Sólo iba a yoga y al parque a sacar a mi perra. Ese proceso está narrado en Diario de novela, que ha publicado la editorial argentina Bosque Energético, y que se puede encontrar en algunas librerías de Chile.

Foto: Choche Hurtado unknown

- En esta novela hablas de la violencia como algo inherente al ser humano. ¿Por qué te interesa escribir sobre eso?

- Desde pequeña he observado con horror y curiosidad la capacidad del ser humano para la violencia, especialmente para la invisible. Recuerdo el sistema escolar, las amistades, la familia, como un sistema de fuerzas que presionaban en una u otra dirección, ejerciendo su poder sobre los sujetos más débiles. Las cadenas tróficas podían además cambiar de sentido en cualquier momento. El lobo podía pasar a ser cordero, y viceversa. Hay que entender que la violencia funciona en todas direcciones: alguien ejerce violencia sobre otra y esa otra aprende a ejercer la violencia sobre una tercera persona. Incluso en el caso de las enfermedades autoinmunes derivadas de una situación de violencia sostenida, como es el caso de Wendy, el cuerpo empieza a ejercer violencia sobre sí mismo, se ataca. Ser víctima no es un estatus inamovible, puedes dejar de serlo para convertirte en victimario de otro. En el caso de la Humana, cuando empieza a obsesionarse con Mecha, ejerce violencia sobre ella para mantenerla a su lado. Y eso a Mecha, que ha aprendido a vivir según unos códigos violentos, le funciona casi como una declaración de amor verdadero.

“Aparte de esto, asistí durante dos años a un grupo de terapia de mujeres víctimas de maltrato y pude ver lo profundo que puede excavar la violencia en la mente de una persona. Como sucede en El celo, algunas mujeres ya no vivían la amenaza directa, pero el abusador se había inmiscuido en ellas, lo llevaban sentado en un pliegue del cerebro. Muchas veces, la violencia del abusador había pasado a manos de la persona abusada, que era entonces quien ejercía violencia -consciente o inconscientemente- sobre sí misma. Leí mucho sobre la somatización de la violencia, las enfermedades autoinmunes como manifestación de un cuerpo sometido a una violencia silenciosa".

-¿Cuánto de ti tiene la Humana?, ¿has adoptado mascotas?

- Soy la Humana y soy el Predicador. Soy la Perra y soy Mecha. Un escritor es todos sus personajes. Todos han salido de su mente. Encontré a mi perra Murcia hace ocho años, volviendo con amigos de una fiesta. Estaba en medio de la carretera, con los coches pasando. Nos elegimos mutuamente casi de inmediato. No ha habido en nuestra relación ese camino tortuoso de la convivencia entre la Humana y la Perra. Pero la miro y sigo pensando qué extraño es no poder conocer el pasado de alguien a quien quieres tanto. Ese misterio ha conformado ciertas cuestiones que tienen que ver con la mirada de la Humana hacia la Perra, pero también del lector hacia la Humana. En el momento en el que inicia la novela, el lector no sabe nada del pasado de la Humana. Sólo ve marcas del pasado, síntomas. Exactamente como si la Humana fuese un animal abandonado. La convivencia, la observación, la comunicación con mi perra, han sido un detonante inicial en la creación de esa trama de la novela. A partir de ahí, la trama continúa por los caminos de la ficción.

- También está presente el tema de los trastornos mentales, las terapias de grupo, los ansiolíticos. ¿Crees que cada vez más se está hablando de estos temas en la literatura?

- Es inevitable. De veinte años a ahora ha habido una salida del armario de los problemas mentales, de la depresión, de la ansiedad, de las medicaciones para tratarlos. En el caso de El celo, las pastillas funcionan como motor de la acción: la Humana empieza a ir a terapia no porque crea que ha vivido una relación de violencia, sino porque es la única forma de que le receten ansiolíticos. Y más tarde, cuando la Vieja empieza a proveerlas a todas de Napolexda, todos los vínculos entre las mujeres del grupo de terapia empiezan a estar atravesados en algún momento por la necesidad de las pastillas. Los mayores momentos de comunión entre la Humana y Mecha también se sostienen en el adormecimiento compartido del alcohol y las pastillas. Y después en el mdma. Creo que para personas que viven sometidas a una gran violencia, el adormecimiento es la única forma de existir, es decir, una forma de existir sin existir.

- La amistad femenina tiene un lugar importante en la novela. ¿Qué papel juegan estas relaciones de apoyo, complicidad y a veces conflicto en la vida de la protagonista?

- En casos de trauma es importante, sobre todo, el sostén de una comunidad, de un círculo de gente cercano. Pero, como les sucede a muchos personajes de mi libro, no es tan sencillo salir del círculo de violencia en pareja, así como no es fácil tampoco salir del círculo de violencia que se puede generar en la familia o en una determinada situación laboral. No es nada fácil acompañar a una víctima de violencia de género, porque difícilmente será una víctima perfecta. En muchos casos, las víctimas recaen con sus maltratadores, o de pronto pasan de huir de ellos y contar todo lo que les hicieron a disculparles. Creo que lo que más daño hace en este tipo de casos es el reduccionismo, la mirada simple sobre algo tan complejo como es un ser humano. La psicología humana es intrincada, oscura, no se comprende ni a sí misma. Eso es lo que he intentado contar en este libro. No hay relaciones totales de apoyo, ni de sororidad. Como diría Mecha: todo se mezcla.

- La novela tiene una estructura fragmentada ¿Cómo fuiste construyendo y dando coherencia a estas diferentes capas y voces narrativas?

- Trabajo mucho a partir de notas tomadas casi compulsivamente. Puedo estar cosechando notas, escribiendo escenas que de pronto imagino, grabando conversaciones de alguien que habla en el bus, durante años. Después organizo esos pedazos. Me gusta trabajar así, considerando el texto final como un collage. Con El celo, que era un texto más complejo de lo que acostumbro, lleno de recovecos, me costó mucho no caer en el desaliento a la hora de la ordenación. Estuve meses únicamente ordenando los fragmentos, desechando muchos, hilando unos con otros. Los personajes son, en realidad, lo que menos me cuesta. Es como si rompieran a vivir ellos solitos. Nunca planifiqué el grupo de la Humana, Mecha, Wendy y la Vieja. Fueron apareciendo, se juntaron solas, se fueron desenvolviendo. Hay una relativa planificación de la trama, pero muchas de las decisiones son cosas que caen por su propio peso. Confío mucho en la buena mezcla de la planificación y la intuición.

- El deseo es uno de los temas de El Celo. ¿Podrías ahondar en cómo el deseo se convierte en un personaje más dentro de la historia?

- El celo es la historia de un expolio, del robo de La Fuerza, que es el nombre que le da la Humana a ese poder sexual casi sobrenatural que tiene sobre su propio cuerpo. Para que el efecto del robo que sufre la Humana fuese mayor, me interesaba mostrar un personaje que en el pasado fue fuerte, con una sexualidad poderosa, casi mágica, pero que en el momento presente de la narración ha perdido casi todo su poder. Me parecía interesante mostrar a una víctima que, a pesar de haber sido una persona muy fuerte, de pronto se ha encontrado con alguien que sabe pulsar las teclas que la desactivan. Creo que cualquier persona es proclive a caer bajo ciertas manipulaciones, ciertos yugos, sean estos del ámbito afectivo y sexual, del laboral, del familiar. Siempre hay personas que pueden desactivar nuestros poderes. En cuanto al deseo representado en el celo de la Perra, cuando este empieza, la Humana siente rechazo precisamente porque esa despreocupación animal de la Perra, ese ir con decisión hacia el objeto de su deseo, le recuerdan a algo que tuvo y perdió.

- La mirada masculina hacia la mujer y su cuerpo aparece de forma explícita. ¿Cómo quisiste retratar esa interacción y las dinámicas de poder que se generan?

- Yo diría que en El celo hay una mirada de la mujer hacia su propio deseo, deseo que puede ser arrollador, magnífico, dominante, brutal, egoísta, e incluso nocivo para sí misma en algunos casos. Me interesaba salirme de estereotipos e inventar unos personajes en los que la contradicción estuviese operando casi todo el tiempo. También me interesaba mucho construir el pasado de un personaje cuyo cuerpo, aparentemente no normativo, no le ha causado ningún problema, es más, sólo le ha dado fuerza y satisfacción, que de pronto se ve desmontado por alguien que ha pulsado la tecla exacta que le desactiva.

- ¿Consideras que esta es una novela feminista?

- No sé muy bien qué se considera una novela feminista. Cuando escribo ficción no pienso en la utilidad de las historias a nivel social. Escribo abducida, dejándome llevar por los personajes y el texto, casi lanzando una cuerda entre un punto y otro marcados previamente en la estructura. Escribo de forma instintiva. No pretendo que la Humana sea ejemplo de nada. No es una heroína. Simplemente intenta sobrevivir. A veces ni siquiera eso. Como persona soy feminista y antirracista. Pero cuando escribo exploro, indago en la oscuridad, creo personajes que no hacen necesariamente lo correcto. Por supuesto, escribo inevitablemente con el sesgo de ser una mujer que ha tenido ciertas vivencias en una época determinada. Es inevitable que eso atraviese mi escritura. Pero no escribo pensando en hacer un discurso en torno a ello. Me repelen las novelas de ficción que ofrecen un discurso claro. Es algo que sale de forma espontánea, pulsional.

- ¿Tuviste algunas lecturas de referencia para la escritura de esta novela?

- Cuando estoy en el último tramo de escritura, evito leer cosas nuevas. A veces releo libros que conozco bien. En muchas ocasiones sólo necesito abrir un momento esos libros favoritos, empaparme de la libertad de determinadas autoras para escribir el libro que ellas quieren (y no el libro que el mercado editorial quiere). Esa confianza en el propio texto, en los propios sistemas únicos de una misma, me da fuerzas para seguir. En ese sentido, menciono a algunas autoras de cabecera. Sus libros son para mí una especie de catecismos de la libertad: Lina Meruane, Lydia Davis, Roque Larraquy, Federico Falco, Antonio di Benedetto, Diamela Eltit, Leslie Jamison. También el cine de Lucrecia Martel, al que vuelvo una y otra vez.

- Para que te conozcamos un poco más en Chile. ¿Podrías hablarnos de tu visión de la literatura y aquellos infaltables en tu biblioteca?

- Para mí el libro es casi un resultado residual de un proceso literario que empieza mucho antes. Es decir, no siento que la literatura esté necesariamente en los libros o en la escritura, sino en una manera de observar la vida, las conversaciones de la gente, un detalle diminuto en el gesto de alguien, un recuerdo. En esa observación del mundo, la imaginación y el recuerdo está para mí el juego de la literatura que verdaderamente me interesa. Procuro tener siempre al lado los libros de Chris Kraus, Lydia Davis, Lorrie Moore. También autoras de cómic como Daniel Clowes, Olivier Schrawen, Keiler Roberts, Catalina Bu. Pero también, y quizás esto sea lo más importante literariamente hablando, las historias de mi propia familia, las conversaciones que escucho por la calle. Las charlas por mensaje de móvil con mis amigas -escritoras, pero grandes cerebros parlantes sobre todo- María José Hasta y Aida González Rossi. Y luego hay obsesiones, manías: todos los veranos releo Heidi, de Juana Spiry. Es un libro que ha sido manoseado por los dibujos animados y las versiones dulcificadas del mismo, pero que nos habla de la inevitabilidad del temperamento propio, del propio salvajismo, de la necesidad (o no) de una educación reglada y de la necesidad (o no) de vivir en sociedad. Heidi despertándose sonámbula cada noche, enloquecida por volver a la montaña con las cabras, es una escena que llevo clavada dentro. Va a estar siempre ahí.

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