
Silvio Rodríguez emociona al Movistar Arena con sus clásicos y su vigencia
El artista ofreció este lunes 29 el primero de sus cuatro shows en el recinto del Parque O'Higgins, demostrando que su voz sigue intacta y que su poesía sigue permeando a varias generaciones de chilenos que agotaron los boletos para su vista en minutos. En el espectáculo, homenajeó a Pepe Mujica y Víctor Jara.

Silvio Rodríguez (78) ha inscrito vínculos umbilicales con la cultura popular chilena. En su primera vista al país en septiembre de 1972 -invitado por las Juventudes Comunistas bajo el liderazgo de Gladys Marín-, conoció a Victor Jara, fue hasta la Peña de los Parra, tocó en un homenaje a Salvador Allende y estableció con Isabel Parra una amistad que perdura hasta hoy.
En su retorno en 1990 a ese multitudinario espectáculo en el Estadio Nacional que sirvió para exorcizar años de veto dictatorial, cuando sus casetes y sus cancioneros circulaban casi como material de contrabando, invitó nuevamente a Isabel Parra, mientas que en el pasaje más emotivo de la velada homenajeó al ya asesinado Víctor Jara.
Dos décadas después. Los Bunkers le dedicaron un disco completo, bisagra de su cancionero para las nuevas generaciones, así como también sirvió de telón de fondo para que Ángel para un final se convirtiera en la canción que musicalizó el impacto por la muerte de Felipe Camiroaga en el accidente de Juan Fernández de 2011.
Por lo mismo, resultaba lógico que el número de apertura del primero de sus cuatro shows en el Movistar Arena -iniciados la noche de este lunes 29 y que se extenderán el 1, 5 y 6 de octubre en el mismo recinto- fuera Manuel García, quizás su discípulo más aventajado en el país, el creador que ha replicado con carácter, sensibilidad y rúbrica propia, la artesanía poética del cubano, llegando incluso a grabar con él una versión para El viejo comunista: otro eslabón más de una relación entre Rodríguez y Chile que no claudica.
Aunque el show del ariqueño se sintió conciso -poco más de 20 minutos- , y fue condimentado por la llegada al lugar entre aplausos de la ex presidenta Michelle Bachelet (invitada por el propio Silvio Rodríguez), fue el preámbulo idóneo para revalidar los lazos del hombre de Ojalá y la capital luego de siete años. Para subrayar que es parte de la historia musical local desde hace décadas.

En sus principios y sus versos
A las 21.08, el trovador apareció desde un costado del escenario secundado por su banda, entre vítores efusivos del público y banderas de Palestina y Cuba, numerosas en medio de las plateas.
Rodríguez abrió la noche en su estilo y en torno a sus principios: declamando un fragmento del ensayo Maestros ambulantes de José Marti, aquel tramo donde dicta: “Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria. Los hombres han de vivir en el goce pacífico, natural e inevitable de la Libertad, como viven en el goce del aire y de la luz. Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”. El Movistar Arena -con mucha presencia de gente joven- aplaudió dichoso.

Luego, como primer tema de la jornada, llegó Alas de colibrí, parte de su catálogo de los años 90, plena era de búsqueda y reinvención, aunque sin perder el verso de bordes políticos: “Hoy me propongo fundar un partido de sueños”, dice su primera línea. Alegoría pura, Silvio Rodríguez en su léxico más pleno.
Luego vinieron América, extraída de su último título, Quería saber, de 2024, donde coge como inspiración la marcha inexorable del calendario y los dogmatismos ideológicos que en parte han ido tumbado a su natal Cuba.
Solo bastan esos dos temas para timbrar un comentario generalizado en el sitio del Parque O’Higgins: la voz del cantautor ha adquirido un natural timbre más adulto, pero sin extraviar la calidez de sus mejores años, ese tono que semeja un narrador tejiendo relatos sin prisa, sin urgencias. Porque aquí lo que importa es el contenido, la esencia: el escenario adolece de grandes artificios y ni siquiera se utilizaron las dos pantallas laterales propias del sitio.
Pero no solo las letras importan. También lo hace su banda, un colectivo encabezado por el grupo Trovarroco y donde sobresalen la flautista y clarinetista Niurka González, el gran motor que va hilvanado con sutileza cada una de las melodías. También hay lugar para Oliver Valdés en la batería y percusión, así como Jorge Reyes en el contrabajo, Jorge Aragón en el piano y Emilio Vega en el vibráfono. A través de ellos, cada composición se envuelve en elegantes tonos jazzísticos y acústicos, pausados y elegantes, con Silvio posicionado en la mitad de escena con su guitarra.
Sueño con serpientes, pieza de ese lejano 1975 en que empezaba a escalar como el nombre más influyente de cantautoría en español, es la siguiente entrega de la velada, detonando un tímido y respetable karaoke por parte de los presentes.
Luego pasaron Virgen de Occidente, Viene la cosa, y La bondad y su reverso, para rematar en el minuto más intenso hasta ese instante: Santiago de Chile, la canción que escribió en 1973 para dar testimonio de los trágicos sucesos del golpe de estado chileno. El mismo músico recordó que había pasado por Chile en septiembre de 1972, justo un año antes de que todo cambiara para siempre. “Eso no está muerto/ no me lo mataron/ ni con la distancia/ ni con el vil soldado”, es parte de una letra que figura entre lo más significativo escrito alguna vez sobre el inicio de la dictadura en el país. Rodríguez rasguea fuerte la guitarra y canta punzante, como si esas líneas aún destilaran presente.
Nuestro después, en tanto -también de 2024- encuadra el paso de los años y la trascendencia individual preguntando “quiénes contarán lo que fuimos”, entre percusiones y un aroma más caribeño, en otra muestra más de la riqueza de un conjunto que maneja diversos ángulos del gran patrimonio sonoro cubano.

La hora de los homenajes
En una suerte de segunda parte del espectáculo, el cantante repasa a sus grandes compañeros de generación ya fallecidos, con los que integró una prolífica camada de autores que influyeron a miles de jóvenes en Latinoamérica, desde intelectuales hasta artistas, sobre todo en la era de regímenes totalitarios.
Ahí pasan Créeme, de Vicente Feliú; Te perdono, de Noel Nicola; y ese monumento a la entrega amorosa como es Yolanda, de Pablo Milanés. En medio, no todo puede ser tan solemne: alguien del público le grita “¡maestro!”, a lo que el músico responde rápido: “Más maestro será usted”.
Después, más reverencias: Silvio habla de que “perdimos a un hombre extraordinario” y menciona al fallecido mandatario uruguayo Pepe Mujica. Relata cómo León Gieco convenció a un grupo de trovadores hispanoamericanos a dedicarle alguna canción a Mujica en sus últimos meses, cuando ya se había dejado de medicar para encaminarse sin ataduras hacia la muerte. El cubano aportó con Más porvenir, una balada donde las guitarras lucen limpias y protagónicas.
Luego desfilan clásicos de belleza mayúscula, como Canción del elegido, Quien fuera -con al arena iluminado con la luz de los celulares y una interpretación excelsa de su banda-, Te amaré, La era está pariendo un corazón y Ángel para un final. El recinto se estremece y canta a todo pulmón; en una pausa en medio de esa vorágine de himnos y recuerdos, Rodríguez recita el poema Halt!, de Luis R. Nogueras, una pieza que crea conciencia acerca de los judíos perseguidos en el Holocausto.
Para el largo cierre se guarda artillería pesada y emotiva, y desenfunda El necio, Ojalá, Venga la esperanza, Pequeña serenata diurna y su versión en piano para Te recuerdo Amanda, de Víctor Jara. Rodríguez siempre ha dicho que, cada vez que llega a Santiago, recuerda cuando en 1972 en el aeropuerto Pudahuel lo esperó Víctor Jara. Quizás esta vez también arremetió el flashback evocativo y decidió cerrar así un vínculo con Chile que se encamina hacia la eternidad.

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