Histórico

Diana Vreeland, la editora de moda del siglo XX

<img height="15" alt="" width="50" border="0" src="http://static.latercera.cl/200907/438240.jpg " />En los años 30, irrumpió en la industria con una atrevida columna y dictó pautas originales y desenfadadas en el vestir.

No era particularmente bella. Huesuda, de pestañas kilométricas y "aspecto autoritario", parecía –según Truman Capote– "un pájaro exótico fuera de la selva, con perfil de tucán". Para el autor de A Sangre Fría, Diana Vreeland era una "encarnación de 'ese no sé qué' que aman los franceses".

Sin embargo, la "editora de moda del siglo XX"–de cuya muerte se cumplen 20 años el próximo 22 de agosto–  fue una leyenda difícil de superar. Primero, en Harper's Bazaar, como una columnista de mirada ácida y estrambótica y, mucho después, en Vogue, como el cerebro creativo que daba cátedra de cómo ser y verse chic, a fines de los 60.

Nacida como Diana Dalziel en 1906 (París) de un matrimonio escocés-estadounidense, vivió una infancia dura. Debió soportar diariamente los comentarios de una madre que la comparaba negativamente con su hermana menor, quien la superaba en belleza física. Pero si Diana carecía de hermosura, compensó esa "falta" con una peculiar agudeza, inteligencia y originalidad. Gracias a sus estudios de ballet clásico, desarrolló el garbo y la gracia que la caracterizaron. "Debes tener estilo. Te ayuda a levantarte por las mañanas. Es una forma de vida. Sin él, no eres nada", decía.

Amante del color rojo, que no sólo llevó siempre en los labios y en las uñas, sino que también imprimió en las paredes de sus oficinas, era famosa por su temperamento: obligaba a sus asistentes a usar bisutería ruidosa y llamativa, para que ella supiera siempre que andaban cerca. Conocidas fueron también sus manías: todos los días, por ejemplo, almorzaba un sándwich con mantequilla de maní y un vaso de whisky.

ROMPIENDO MOLDES
Autodefinida como una "reportera de tomo y lomo", Diana comenzó su carrera recién a los 30 años. Hasta entonces, se dedicó a ser la mujer de un atractivo banquero, Reed Vreeland, con quien se mudó a Londres para capear los malos tiempos de la gran depresión de 1929. En la capital británica, la señora Vreeland fundó una tienda de lencería y se codeó con figuras como Coco Chanel, Cole Porter y los Duques de Windsor, así como con el fotógrafo Cecil Beaton, quien más tarde se convertiría en uno de sus colaboradores imprescindibles, junto a otros artistas como Richard Avedon.

De vuelta en Nueva York, Vreeland ingresó a Harper's Bazaar, revista de la cual sería editora durante 25 años. Desde allí llamó a salirse de las pautas oficiales que dictaba la moda, a través de su columna "Why don't you…?", en que impuso actitudes e ideas, y dio muestras de creatividad, intrepidez, ironía y sentido del humor. "¿Por qué no lavas el pelo de tu hijo con champagne?"; ¿Por qué no pintas un mapamundi en la habitación de tus niños para que no tengan un punto de vista provinciano?"; "¿Por qué no forras la cabecera de tu cama en seda amarilla para que las mariposas vuelen en ella?". Era lo que les proponía a sus lectores con total naturalidad. Para la periodista, el buen gusto era flexible mientras todo se hiciera con estilo.

Vestida a menudo con túnicas negras acompañadas de abundantes joyas de oro, se convirtió en un árbitro de la moda, a mediados de los 50, cuando contribuyó a redefinir los estándares de glamour y estilo. La ropa simple con accesorios llamativos, los sombreros y los zapatos se contaban entre sus objetos favoritos. "Nunca temas ser vulgar, sólo aburrida" era otra de sus frases clichés. También llegó a decir que "el bikini era lo más importante que había pasado desde el lanzamiento de la bomba atómica".

Según Andy Warhol, "ella hacía del más mínimo detalle algo importante". Como editora de Vogue –desde mediados de los 60 hasta 1971– no sólo transformó esta revista de moda en la más importante del mundo, sino que cambió la forma de cubrir las noticias del rubro. No sólo estaba interesada en las tendencias; incorporó temas acordes con los tiempos (moda más contemporánea) y artículos que hablaban abiertamente de la sexualidad, como una forma de capturar lectores jóvenes.

.Sin querer, se vengó de su madre al imponer sus propios cánones de belleza: en los 60 promovió, por ejemplo, las carreras de Twiggy ("una mini-chica en la mini-era") y de Lauren Hutton. Con sus ojos ligeramente bizcos, esta última alcanzó una popularidad sin precedentes e ilustró ¡25 veces! la tapa de Vogue. De paso, gracias a Vreeland, actrices de estampa "rara", como Barbra Streisand y Anjelica Huston se transformaron en paradigmas de belleza.

Provista de un radar para los talentos, también descubrió a creadores como el hoy aclamado Manolo Blahnik, a quien convenció de dedicarse al diseño de zapatos.

DE VOGUE AL MUSEO
Estaba en la cima del poder cuando –para su sorpresa–  una nueva administración la despidió de Vogue, sin explicaciones, en 1971. Pero como su carácter nunca fue el de perdedora, Diana regresó al año siguiente al mundo de la moda como asesora del Instituto del Vestido del Metropolitan Museum de Nueva York.

En esa nueva vitrina, la infatigable editora de modas inauguró, a la década siguiente, términos como "look" en referencia a "la imagen o aspecto de las personas, basados en el carácter individual". Y, sobre todo, impuso su sello mediante exposiciones que se convirtieron en verdaderos espectáculos. Entre ellas, las dedicadas a Balenciaga, a la indumentaria de los años 20 y 30, a la ropa de la Rusia zarista, a la vestimenta de China y a la Belle Époque.

Cuando quedó ciega, pocos años antes de morir de un ataque al corazón, Vreeland dijo que fue porque había visto demasiadas cosas bellas en su vida. Muchas de ellas están en el libro DV, su autobiografía, que la prensa definió como una "champagne party". La alusión no es casual. "Siempre bebo una copa de champagne antes de tomar una decisión seria. O incluso antes de ir al dentista", decía ella, mientras las burbujas contribuían a crear su propio mito. Uno que ni siquiera Anna Wintour, la actual y poderosa editora ícono de Vogue, ha podido derribar.

OTRAS CHICAS VOGUE
1. Babe Paley

La más socialité de las editoras de Vogue, era hija de un renombrado cirujano y de una ambiciosa madre, que la educó para casarse. Bella, elegante y graciosa, Barbara "Babe" Paley encarnó la perfección de los años 40, al punto que figuraba obligatoriamente en las listas de Las Mejores Vestidas de su época. Tomó el apellido de su segundo marido, William Paley, un millonario judío, pionero de la radio y la TV, y fundador de la cadena CBS, con quien formó un exclusivo grupo de camaradas. Puertas adentro, eso sí, era sumamente infeliz, debido a la imagen que debía sostener y a las continuas infidelidades de su esposo. Llegó a fumar dos cajetillas de cigarrillos al día, y en 1974, le diagnosticaron cáncer al pulmón. Detallista, Babe planificó todos los preparativos de su funeral, entre ellos, la donación de sus joyas y otras pertenencias a sus amigos y conocidos. Falleció en 1978, pero aún es considerada un ícono de moda y estilo.

2. Grace Mirabella
Nacida en 1929 en una familia de inmigrantes italianos, fue la sucesora de Diana Vreeland en los 70. Mirabella dio sus primeros pasos como ejecutiva de ventas de Macy's y Saks Fifth Avenue, antes de ingresar como asistente editorial a Vogue, en los años 50. Durante su reinado (de 17 años) como editora, la revista se convirtió en una publicación mensual (antes era quincenal). Lo primero que hizo Mirabella fue cambiar por un tono beige el color rojo de las paredes que le había heredado su predecesora. Esa sobriedad fue algo que salpicó a la publicación, la que, según los entendidos, se tornó aburrida y complaciente. La irrupción de Elle, que en apenas tres años sumó 851 mil suscriptores en comparación al millón 200 mil de Vogue, precipitó la salida de la editora. Pero no mermó su interés por el mundillo editorial. En 1989 fundó Mirabella, una revista para mujeres que, con la ayuda de Rupert Murdoch, circuló hasta 2000.

3. Anna Wintour
Al igual que Diana Vreeland, esta británica se ha transformado en un referente de la moda. Provista de sus distintivas gafas oscuras, lleva 21 años como editora de Vogue. A diferencia de Mirabella, que sólo usaba rostros de modelos en portada, Ana inauguró su era, a fines de los 80, con una maniquí que mostraba tres cuartos de su cuerpo, vestida con un jeans de US$50 y una chaqueta Christian Lacroix de US$ 10 mil. De paso, impuso una nueva idea: que se podía combinar "vaqueros" con alta costura y lucir chic. Actualmente, la editora es la encarnación de la revista y una de las personas más poderosas de la industria. En 2006, Meryl Streep la inmortalizó como una mujer hueca, superficial y amargada en un personaje de la cinta  El Diablo se Viste a la Moda, basada en el best-seller de Lauren Weisberger, ex asistente de la actual editora de Vogue. Pese a ello, es aclamada por adelantarse a las tendencias y por brindar oportunidades a nuevos talentos.

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