Zygmunt Bauman regresa con tres publicaciones

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El sociólogo polaco, autor de Modernidad líquida, falleció en enero.




En el mundo moderno, se sabe, todo lo sólido se desvanece en el aire, aunque parece más lógico que se disuelva en lo líquido. Con la noción de "modernidad líquida", el sociólogo Zygmunt Bauman culminaba un conjunto de cuestionamientos de la modernidad a la vez que configuraba ciertos giros en su labor. Del análisis de asuntos "técnicos" (la teoría de clases o de las élites) al de otros más amplios (la globalización y el consumismo), así como el paso de una audiencia académica a una más universal.

En el centro de todo estaba su libro Modernidad y holocausto (1989), en el que sugirió que el segundo término era consecuencia del primero: que había un potencial mortífero en las sociedades que ponen la eficiencia por sobre la moral. Bauman sabía de lo que hablaba. Nacido en 1925 en una familia judía polaca, escapó del nazismo, mientras en la URSS y en Polonia conoció y se desilusionó del comunismo. Más tarde, se trasladó a la ciudad inglesa de Leeds, en cuya universidad fue profesor y se convirtió en una figura saliente. Allí murió, en enero pasado.

En el paso de una modernidad temprana ("sólida") a una tardía ("liquida"), Bauman notaba los efectos de extremar la preeminencia económica, la racionalidad instrumental y el cálculo de beneficios, extendidos a todos los espacios de la vida. De 2000 en adelante, en una serie de libros breves, Bauman demostraba su agudeza y realizaba diversos balances. Su perspectiva era más bien pesimista: la globalización como incapacidad de los Estados-nación para intervenir ante los poderes económicos mundiales; el desmoronamiento de la solidaridad y de las creencias compartidas en las relaciones sociales; el triunfo del egoísmo individualista en las relaciones íntimas.

Bauman veía todos los vínculos debilitados y todas las relaciones durables reblandecidas: trabajo, familia, clase, arte, religión; también el amor, que parecía haberse vuelto objeto de consumo. En Amor líquido reunió fragmentos que abordan la angustia de las personas que quieren, a la vez, vivir juntas y separadas. También, el sexo sin compromiso y el aumento de las "relaciones de bolsillo" (que se guardan sin cultivarlas). Allí, como en otros libros en que pasa de un tema a otro, Bauman se aleja a ratos del amor y señala otros aspectos que no le gustan: por ejemplo, en las ciudades actuales ve una lucha entre "mixofobia" y "mixofilia", manifestada en comunidades cerradas y en la hostilidad hacia los inmigrantes.

En tanto, su último libro en vida, Extraños llamando a la puerta, trata de la "crisis migratoria" europea, generadora de un pánico que sería reflejo de la erosión moral de la política. Las migraciones masivas, señala, no son algo nuevo, pero las actuales campañas de temor, de políticos de todas las tendencias, serían un intento de acaparar parte del éxito del populismo de derecha. Los prejuicios racistas y la xenofobia serían otra demostración de un "miedo cósmico", una ansiedad informe ante lo incierto que, unida a la pérdida de los puntos de referencia territorial, haría más grave la desorientación, sembrando el terreno para buscar chivos expiatorios. La crisis migratoria, para Bauman, sólo se solucionará mediante el diálogo con ese "extraño".

Como las realidades sólidas anteriores se han desvanecido, no es raro que comience una época de la nostalgia, sustitutiva del progreso como marca de la modernidad.

Habría así una "vuelta en U", escribe en su primer libro póstumo, Retrotopía: de la esperanza puesta en el futuro, ahora habitado por ansiedades, a la que se pone en el pasado. Sólo habría un cambio de lugar de la "utopía" a la "retrotopía". Cuando la meta ya no es una mejor sociedad, sino mejorar la posición individual dentro de ella, cuando la esperanza está "privatizada", se produce la nostalgia de un Estado más poderoso, la rehabilitación de modelos tribales de comunidad y el regreso a la idea de Hobbes. Estamos en guerra todos contra todos, no por falta de un poderoso Leviatán, sino por la existencia de muchos que funcionan mal.

Si Bauman tiene razón, la "modernidad líquida" hace agua por todos lados. Y se está cada vez más cerca del naufragio.

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