Columna de Javier Vega: Cuenta Corriente: Nos pasamos varios pueblos

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FOTO:SEBASTIAN BROGCA/AGENCIAUNO

"El desbalance de la cuenta corriente es insostenible. En otras palabras, se requiere un fuerte ajuste en el gasto interno para no exponer al país a ser considerado riesgoso, lo que en el camino implica una depreciación cambiaria significativa o con tasas de interés mucho más altas."



La entrega de las Cuentas Nacionales trajo nueva evidencia sobre el comportamiento excesivo del gasto. Era un hecho que los descomunales retiros de las AFP y las abultadas transferencias fiscales de mediados de 2021, cuando ya las cuarentenas iban quedando atrás y lo prioritario era apuntalar la inversión y el empleo, iban a traer secuelas económicas. Pero el real impacto recién lo estamos percibiendo ahora.

La cuenta corriente de un país refleja todas las transacciones de bienes y servicios que una economía realiza con el resto del mundo. Si la cuenta corriente es deficitaria implica que está gastando más de lo que produce y que requiere de ahorro externo para financiar su gasto. En nuestro caso al segundo trimestre de este año el déficit en cuenta corriente acumulado en un año llegó al 8,5% del PIB, su mayor valor desde mediados de 1980, cuando veníamos saliendo de una gran crisis económica.

Este déficit refleja bien la borrachera económica de 2021. El fuerte ajuste del ahorro nacional, que en el segundo trimestre alcanzó al 18,2% del PIB, su nivel más bajo desde 1987, estuvo explicada por el vaciamiento de los fondos previsionales y por el progresivo aumento de gasto fiscal en el último tiempo. No hay que olvidar que en 2022 completaremos la penosa marca de una década completa de déficits efectivos en el plano fiscal, lo que revela que el ahorro público hace tiempo dejó de ser una prioridad y ahora más encima erosionamos el ahorro privado con los retiros de las AFP.

El desbalance de la cuenta corriente es insostenible. En otras palabras, se requiere un fuerte ajuste en el gasto interno para no exponer al país a ser considerado riesgoso, lo que en el camino implica una depreciación cambiaria significativa o con tasas de interés mucho más altas. Parte de estos efectos ya los hemos ido viendo en las últimas semanas.

Es decir, es sano que el consumo se desacelere y el gasto público se contraiga, aunque en el corto plazo estas correcciones impliquen efectos directos sobre la actividad económica. En paralelo hay que crear mecanismos para reactivar la inversión, pilar fundamental para asegurar mayores niveles de crecimiento en el futuro. Es difícil lograr lo anterior en medio de un ambiente de alta incertidumbre y proyectos de ley -o anuncios de ellos- que un día tras otro buscan introducir transformaciones estructurales en variables claves para la inversión, como los ámbitos tributarios y laborales.

Pero quizás lo más relevante hacia el futuro es sacar lecciones sobre los efectos económicos que el exceso de gasto generó luego de la pandemia. En la próxima crisis económica se multiplicarán las voces exigiendo más ayudas fiscales, más retiros y más asistencialismo. El fuerte aumento del déficit en cuenta corriente es un recordatorio que los países no pueden gastar permanentemente mucho más de lo que producen. Y que si nos pasamos varios pueblos en el gasto, los efectos colaterales los terminaremos sintiendo tarde o temprano.

*El autor es economista.

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