La revancha de la flexibilidad

Una persona participa de una reunión de trabajo a través de una aplicación. Foto: Agenciauno


Por Andrés Allamand, senador

Hasta hace poco, para la oposición la palabra flexibilidad era innombrable.

Todos los argumentos y evidencias respecto a su necesidad para abordar las nuevas formas de trabajar, permitir un mejor equilibrio entre la vida familiar y laboral, generar ventajas de productividad para trabajadores y emprendedores caían en el pozo de la descalificación: la flexibilidad era simplemente una fachada para la “precarización” del empleo, apenas un subterfugio para perjudicar a los trabajadores.

A su turno, la CUT, siempre a destiempo y prisionera de la ideología de los partidos que la controlan, había incorporado la flexibilidad a su larga lista de vetos. Ahí figuran una serie de propuestas que beneficiarían a los trabajadores, como la revisión del sistema de indemnización por años de servicio, la posibilidad de canjear horas extraordinarias por días de feriado, el acceso a jornadas discontinuas para jóvenes y un largo etcétera.

¿Qué ocurrió para que la denostada flexibilidad adquiriera un transversal apoyo? ¿Qué milagro produjo en los políticos opositores un cambio tan radical de opinión? Simplemente, que la crisis del coronavirus dejó en evidencia que los mecanismos de flexibilidad lejos del ser un instrumento para perjudicar el empleo son un mecanismo para protegerlo. Sí, para protegerlo.

La crisis hizo patente lo que para cualquier observador desprovisto de anteojeras era obvio: la manera en que las empresas deben sortear las dificultades en los mercados -aumentadas exponencialmente por la pandemia- exige comportamientos alejados de la rigidez.

El teletrabajo, trabajo a distancia, permisos pactados a medio sueldo, adelanto de vacaciones, suspensión de la relación laboral y otros similares son conceptos que se han tornado familiares. Ya no tienen carga negativa alguna; al contrario, son percibidos como los instrumentos esenciales para lograr el principal objetivo de las políticas públicas en esta crisis: mantener la relación laboral y asegurar el máximo de remuneraciones para los trabajadores. ¿Dónde están algunos patéticos autodesignados “defensores de los trabajadores” que atropellaban sus palabras en contra de la flexibilidad laboral, asignándole las peores calamidades? Brillan por su ausencia, sumergidos en el silencio.

La revancha de la flexibilidad debiera ser analizada por sus antiguos detractores con un espíritu de sana autocrítica y mirada amplia. Autocrítica para asumir que sus razonamientos estaban muy descaminados; mirada amplia para preguntarse en qué otras materias su pensamiento está atrapado por dogmas, prejuicios y errores. Por lo pronto, hay varios que saltan a la vista y que no se ajustan a lo que será la era post coronavirus. ¿Tendrá sentido, por ejemplo, seguir insistiendo en que la jornada de trabajo deba computarse solo sobre una semana y no en promedios más largos?

Así como la crisis del coronavirus ha traído el súbito e impensado triunfo de la flexibilidad, puede abrir un espacio privilegiado para revisar nuestra arcaica legislación laboral. Chile necesita generar entendimientos políticos y sociales que nos permitan, como país, no solo sobrellevar la crisis sino hacer frente a un  futuro que ya llegó.

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