
ONU: reforma y oportunidad

El Presidente Gabriel Boric se dirigió la semana pasada, por última vez en su período, a la Asamblea General de las Organización de las Naciones Unidas (ONU). En dicha oportunidad presentó la candidatura de la expresidenta Michelle Bachelet a la Secretaría General de la Organización. Por cierto, esta es una gran noticia para todos los chilenos, que independiente de su postura política, deben apoyarla como una acción de Estado. De salir electa, ella tiene una serie de desafíos que son fundamentales en una organización que demuestra estar desconectada con la real situación geopolítica del mundo, como así mismo, disminuida en su capacidad de resolver conflictos.
Este es uno de los temas centrales que estuvieron subyacentes durante la primera semana de la 80ª Asamblea General en Nueva York. Es indispensable pensar en una reforma estructural para una institucionalidad que fue ideada y pensada para un mundo que terminó con la Guerra Fría. En ese escenario, basta ver la realidad del Consejo de Seguridad, que en los últimos años ya no tiene protagonismo alguno para resolver conflictos. Finalmente, la composición del órgano tiene que ver con los ganadores de la Segunda Guerra Mundial y poco que ver con la realidad de los actores internacionales que pesan en la actualidad. Tal es el caso de Alemania, Japón, India o Brasil. Además, se debe considerar que el veto mutuo entre Estados Unidos, China e Rusia no permite llegar a ningún acuerdo significativo. Ni siquiera existe el efecto de propaganda o ideológico de aquellos días en que se enfrentaban Estados Unidos y la Unión Soviética. Dejó incluso de ser un lugar relevante de negociación política, siendo reemplazado por el G7 o similares foros globales.
Por otro lado, la propia Asamblea General no termina por dialogar de manera adecuada con las distintas agencias que tiene el organismo repartidas por todo el mundo, tanto en lo geográfico como temático. En este sentido, pareciera que la necesidad de una reforma pasa por tener un nuevo marco que le entregue sentido y propósito a todo el sistema, especialmente cuando países como Estados Unidos boicotean varias de las oficinas especializadas. Este fenómeno es anterior incluso a la actual administración del Presidente Trump. Además, todo el complejo andamiaje requiere una auditoria global permanente para que se sepa con claridad dónde van los recursos empleados y que salen de los bolsillos de contribuyentes en todo el mundo. Se necesita verificar que la ayuda va para mejorar la calidad de vida de los más pobres, asegurar la paz y mejorar el multilateralismo.
Muchas discusiones se dieron a puertas cerradas, mientras que para el público global fue escuchar una semana completa con discursos de jefes de Estado, Gobierno y ministros de Relaciones Exteriores de prácticamente todo el planeta. Este es un tiempo de crisis donde se escuchó más recriminaciones mutuas que puntos de acuerdo para el diálogo. En este contexto, pareciera que fue una tribuna global para que cada uno pudiera manifestar su descontento con los otros. Si bien, de por sí fue útil como tribuna, no sirve si es que no existe una escucha activa del otro.
Seamos claros, la necesidad de reforma urgente no tiene que ver con la pretensión de cerrar o eliminar a la ONU como ciertos sectores políticos manifiestan en Occidente y en el propio Chile. La experiencia histórica es iluminadora al respecto. El fracaso de la Sociedad de las Naciones en el período de entreguerras fue una de las causas directas de la Segunda Guerra Mundial. Es un espacio fundamental para que la comunidad internacional pueda establecer límites al accionar de los Estados, a la vez que es el foro multilateral por excelencia. La pretensión de la anarquía internacional es una irresponsabilidad frente a la humanidad. En este sentido, lo que resta de la Asamblea General debe ser una oportunidad para dar sentido y viabilidad a la organización, a la vez que necesaria para mejorar el nivel de diálogo global. No quedan muchas oportunidades para demostrarlo. Quizás en manos de la expresidenta Bachelet recaiga una oportunidad histórica en la que todos podemos contribuir.
Por Soledad Alvear, exministra de Relaciones Exteriores
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