Por Pablo Ortúzar¿Tienen futuro las universidades?

“Instituto Aplaplac” (Plan Z) y “Chancho Cero”, de Pedro Peirano, son dos inolvidables críticas dosmileras al estado de la educación superior privada y pública de la época. ¿Qué encontraría una mirada irónica dirigida a las universidades actuales, tan cambiadas a partir del CAE (2007), las Becas Chile (2008) y la Gratuidad (2016)?
La primera diferencia evidente es a nivel de presupuesto e infraestructura. Entre Lagos y Bachelet se decidió que la estrategia principal de Chile para dar el salto al desarrollo sería invertir en “capital humano”, y así el dinero del ciclo alcista de las materias primas se inyectó a raudales en el sistema universitario. No más pocilgas, no más sueldos simbólicos, no más títulos provincianos. Doctorados de alcurnia, sueldos bastante holgados –con bonos por publicación y viajes pagados around the world- y edificios de clínica dental. Y millones de alumnos nuevos, cuyos ancestros jamás habían pisado una universidad. A primera vista, más que burlas, el estado de las cosas merecería aplausos.
Pero de cerca se ven las grietas de esta enorme inversión. El primer problema es que las etapas críticas para mejorar el “capital humano” son las más tempranas en el desarrollo cognitivo (googlee “curva de Heckman”), y no las últimas. Al no mejorar la educación preescolar y escolar, pero multiplicar varias veces la matrícula de la educación superior, lo que se hizo fue inyectar millones de estudiantes que no entienden bien lo que leen ni manejan aritmética básica a un medio que asume ese nivel de habilitación cognitiva. Al mismo tiempo, al ofrecer un arancel de referencia relativamente bajo, financiar exactamente cinco años y premiar la “no deserción”, la gratuidad induce a bajar la calidad educativa a cualquier institución que quiera flotar en el sistema.
De este modo, la profesionalización académica impulsada por Becas Chile arrojó a profesores mejor preparados a enseñar en aulas colapsadas y de bajo nivel de aprendizaje, degradando la experiencia docente. De ahí que muchos doctorados en el extranjero busquen posiciones de investigación, viendo la educación como una pérdida de tiempo (aunque sea lo que les paga el sueldo, junto a los fondos fiscales concursables).
Pero tampoco es que Becas Chile sea un éxito. Por años, los cupos se entregaron sin áreas prioritarias, generando cientos de titulados sin mayor aterrizaje local (o de dudosa utilidad en general), pero obligados a volver. Y la misma academia chilena tendió a divorciarse todavía más de las necesidades locales al sumergirse en las dinámicas de publicación y networking internacional (las mismas que premia la acreditación). “Para Chile y las necesidades de su pueblo” fue reemplazado por el mercado mundial de publicaciones, con sus luces, sombras y modas propias.
Y todo esto ocurrió en paralelo, justamente, con una agudización de las dinámicas demagógicas y politiqueras al interior de las universidades, en la medida en que el sistema político universitario procesaba las contradicciones de los enormes cambios acontecidos (además de ofrecerse como cuarteles de invierno para los políticos de distintos sectores). Tanto así, que el Presidente de la Fech pasó casi directamente a La Moneda.
Hoy este gran castillo de naipes se retuerce. Se han debido restringir las becas. Se multiplican los “cesantes ilustrados”. El declive demográfico comienza a amenazar la viabilidad de varias Ues. La máquina de publicaciones suelta humo (la denuncia de los profesores Muñoz y Kiwi es la punta del iceberg: googlee “mercado de deshonestidad científica”). El consenso ideológico y activista impuesto en demasiadas facultades quedó al desnudo durante el estallido y el gobierno de la FECH sale con muy mala evaluación. ¿Habremos malgastado tanto tiempo y plata?
Muchos de estos problemas, por cierto, no son sólo chilenos, aunque se presenten en nuestras tierras con agudeza. Al mismo tiempo que la Iglesia Católica asigna sus máximos honores intelectuales a John Henry Newman, uno de los santos más universitarios, la pregunta por el sentido de la universidad moderna recorre el mundo como un fantasma contra el que se conjuran muchísimas cómodas poltronas ya por demasiado tiempo reclinadas.
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