Columna de Hermann González: Reimpulsar la inversión: un tema prioritario

Es insuficiente que algunas autoridades señalen su preocupación por la incertidumbre y hagan esfuerzos aislados en esa línea para que se reactive la inversión. Si de verdad se quiere enfrentar este desafío, debe estar todo el gobierno alineado.


En el quinquenio 1993-1997 la inversión representó 27,3% del PIB y la economía chilena creció 7,1% anual promedio, mientras que en el quinquenio 2015-2019 la inversión representó 23,9% del PIB y la economía creció solo 2% promedio anual. Sabemos que no es solo la menor inversión la que explica la caída en la capacidad de crecimiento de nuestro país, sino también el estancamiento de la productividad, pero el gobierno se comprometió a que el crecimiento de la productividad volverá a ser 1,5% anual, de manera que deberíamos estar tranquilos y dejar ese tema en sus manos. Veamos cómo resulta aquello y centrémonos por un momento en la inversión.

En los últimos 30 años la caída de la inversión ha sido algo inusual, ya que ha ocurrido solo en seis ocasiones y, en esos años, el crecimiento promedio del PIB fue -0,4%. ¿Qué podemos esperar para lo que viene? De acuerdo con las proyecciones del IPOM de junio, la inversión caerá 4,8% este año y 2,2% el próximo y esto llevaría la llevaría a representar 22,4% del PIB en 2024, es decir, cerca de cinco puntos menos que en la época dorada del crecimiento económico de la década de 1990. Es evidente que tenemos un problema, veamos por qué y qué podemos hacer para solucionarlo.

Contrario a lo que ha pasado con el consumo de los hogares que se ha mantenido más resiliente durante la primera mitad del año, las perspectivas de la inversión han empeorado, dado el significativo deterioro de sus fundamentos. Por ejemplo, la confianza empresarial medida por el IMCE ha retrocedido 27% desde inicios de año y se ubica en el menor valor desde julio de 2020, en medio de la pandemia. Las condiciones de crédito se han hecho más restrictivas, al tiempo que la incertidumbre política y económica se ubica en máximos, debido -en parte- a los efectos del conjunto de reformas estructurales que se están llevando a cabo.

Estas reformas modificarán las condiciones tributarias, constitucionales, de normativa laboral, entre otras, que enfrentará el sector privado en los próximos años, de manera que es razonable que las grandes decisiones estén paralizadas. Existe evidencia concreta de que la incertidumbre afecta negativamente y de forma duradera a la inversión, al consumo de bienes durables y, en consecuencia, al PIB.

Otras señales, como la idea de que sería necesario legitimar la política comercial o el rechazo de proyectos de inversión que cuentan con aprobación medioambiental, van exactamente en la dirección opuesta de lo que necesita la economía en este momento, que es precisamente más certeza y facilitar la materialización de proyectos. En esta línea, el último informe de percepciones de negocios del Banco Central confirma el diagnóstico sobre la base de consultas directas a las empresas en todo el país. Los entrevistados señalan estar a la espera de las definiciones en el ámbito político-legislativo para tomar decisiones de mayor envergadura, al tiempo que advierten una mayor preocupación por la seguridad y dificultades para obtener financiamiento, entre los principales factores que tienen frenada la inversión.

Hecho el diagnóstico, los esfuerzos deben estar puestos en la solución. En este sentido, es insuficiente que algunas autoridades señalen su preocupación por la incertidumbre y hagan esfuerzos aislados en esa línea para que se reactive la inversión. Si de verdad se quiere enfrentar este desafío, debe estar todo el gobierno alineado. Esto significa que los anuncios que se hagan de aquí en adelante y los proyectos de ley que se impulsen deben, por un lado, dejar de abrir focos de incertidumbre y, por otro, generar incentivos y agilizar procesos, de manera de devolver el interés de actores locales y extranjeros por invertir en nuestro país. Los años con caída de la inversión se han hecho más frecuentes en la última década y si no revertimos esta situación, el resultado será un muy pobre desempeño económico, lo cual traerá no solo efectos económicos, sino que también sociales, incluyendo una insuficiente creación de puestos de trabajo, menores oportunidades, un estancamiento en la lucha contra la reducción de la pobreza y la desigualdad y recursos insuficientes para financiar las innumerables demandas sociales.

Aún estamos a tiempo de revertir este escenario, pero se requiere reconocer la gravedad del problema, junto con una genuina voluntad, coordinación -tanto al interior del gobierno, como entre actores públicos y privados-, y acciones concretas para lograr dicho objetivo.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.