Columna de Carmen Gloria Fenieux: “El valor de la ilusión”


La gira por Latinoamérica de Coldplay, que pasó por Chile hace un mes y que por estos días tiene agendados conciertos en Argentina, ha convocado a miles de fanáticos. En nuestro país repletó cuatro veces el Estadio Nacional y muchos fans lo describieron como uno de los mejores conciertos del año. La banda logró generar un espectáculo en que la magia y la ilusión facilitaron una atmósfera de esperanza y de pertenencia a una comunidad constructiva, pues une la música con la sustentabilidad, a través de un compromiso ambiental concreto, y convierte a sus fans en protagonistas activos y participantes del evento.

Esta forma de experimentar la música en vivo se focaliza en la idea del bien común, el cuidado del planeta y el concepto de comunidad. Estas ideas se concretizan, entre varias otras cosas, en la creación de pisos cinéticos que permiten que el baile de los fans genere energía renovable, además del uso de bicicletas, que también son generadoras de energía; en un escenario que se ubica al centro del evento, lo que facilita que todos los espectadores tengan una buena visibilidad para disfrutar; en pulseras realizadas de material de reciclaje que se entregan a los fans y que todas juntas generan, en la oscuridad de la noche, olas de luminosidad colorida. Todo ello, despierta una atmósfera de cierto juego. La banda crea, en su puesta en escena, la ilusión de que todos juntos podemos construir un mundo mejor, un mundo en el cual cada uno, con su pequeño aporte, es capaz de contribuir.

Esto no sólo es interesante en términos medioambientales, sino que también se convierte en una buena metáfora del valor de la ilusión y la creatividad. Ambos conceptos también se relacionan con el psicoanálisis, que a su vez, es cercano al arte.

El psicoanalista inglés Donald Winnicott considera a la ilusión como fundamental en la estructuración y desarrollo del self (yo). El autor plantea que, si las cosas van suficientemente bien, el bebé humano, inundado de sensaciones de urgencias pulsionales e ideas predatorias, se encuentra con una madre que le gustaría ser devorada por un bebé hambriento. Estos dos fenómenos son independientes entre sí, hasta que la madre y el bebé se encuentran y viven una experiencia juntos. En ese momento dejan de ser el bebé hambriento y la madre deseante de ser atacada, para convertirse a ratos en una unidad sincrónica atravesada por la ilusión creativa.

En el sinnúmero de encuentros se va generando entre esa madre y ese niño o niña, la experiencia paradójica de vivir juntos la unión y la separación al mismo tiempo. El bebé, por una parte, en el going- on- being de su continuidad existencial está unido en la experiencia con su madre, a quien aún no conoce, y a la vez, puede empezar a sentir la separación con ella al ir reconociéndola y descubriéndola mientras se conoce y descubre a sí mismo. En este magnífico fenómeno humano, la ilusión de crear, descubrir, encontrar aquello que se necesita y que ya existe afuera es esencial para el desarrollo emocional del pequeño ser humano. El bebé, amparado en la necesaria omnipotencia que dará fuerza al núcleo del self, crea aquello que en realidad existe afuera gracias a la adaptación activa de la madre.

Si este proceso ocurre suficientemente bien, en tiempo y medidas tramitables, el niño podrá ir aceptando la realidad y disminuyendo su omnipotencia. Sin embargo, esta ilusión mágica que palpita al centro del self es el germen de vida que le permitirá al niño y luego al adulto, jugar e ir descubriendo y creando un mundo conectado con su self y su poder creativo. Le permitirá ir construyendo — armando en momentos y desarmando en otros—, un mundo único conectado con lo interno y lo externo a través del frágil hilo de la ilusión.

La ilusión alucinatoria que germina en creatividad constituye entonces una fuente primaria de esperanza en que podemos ir creando/descubriendo lo que necesitamos o deseamos.

Frente a todos los acontecimientos del último tiempo en Chile: el estallido social, el proceso constituyente, sumado a la pandemia mundial y el empobrecimiento económico, cabe preguntarse ¿cómo facilitamos en las calles esa magia de un lugar un poco más amable, más comunitario, más contactado con la ilusión constructiva? ¿Cómo damos los pasos para acercarnos a una atmósfera más concertada con la ilusión de crear y entonces encontrar algo de aquello que necesitamos como sociedad?

Más allá de las necesarias medidas económicas, políticas, constitucionales que se deben generar, tal vez existan pequeños gestos, pequeños movimientos que permitan renovar la esperanza en nosotros mismos como sociedad. La música, el baile, los colores, la amabilidad, los esfuerzos comunitarios de sustentabilidad, un poco más de confianza en el otro; tal vez el dejar atrás las mascarillas de la pandemia, pueden dar lugar a lo potencial de la ilusión.

Sin lugar a dudas, las expresiones artísticas son fuentes de ilusión que, al unirnos con lo sensible, nos conectan con aquellas sensaciones que van más allá de las palabras y que convergen en lo creativo y lo simbólico, abriendo espacios sutiles y caleidoscópicos en búsqueda del encuentro con lo propio y con el otro/a. Una de las características más importantes que se encuentran en el corazón del arte es que posibilita el compartir la belleza, la soledad, la alegría, el amor, la magia. Cuando conectamos emocionalmente con lo artístico, o con “el todo” del grupo humano desconocido o conocido, por un instante milagroso, podemos tener la ilusión palpitante de pertenecer a nosotros mismos y a los otros.

*Académica diplomado UDP en Fundamento y Praxis de la Clínica Psicoanalítica desde Winnicott.

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