Opinión: Profesores ejemplares

Profesores como Barthes y Nabokov develan el entorno cultural que involucra a todo acontecimiento estético, transmitiendo una pasión conmovedora y luminosa.




Nunca imaginé el placer que podía proporcionar la lectura de textos redactados para impartir clases de literatura. Hoy, sin embargo, me parece que las notas de esa índole abarcan un género literario aparte, curioso de leer, poco habitual y necesario. A esa conclusión llegué después de sumergirme en los seminarios que Roland Barthes dio en el College de France y en los célebres cursos que Nabokov dictó en las universidades de Wellesley y Cornell.

Seducido por el título, empecé leyendo Cómo vivir juntos, de Barthes, que viene con una introducción de Alan Pauls que es lo mejor que ha escrito el argentino en su vida. Barthes habla de los anacoretas, de los monasterios, de la distancia entre los cuerpos. Convencido de las virtudes de este tipo de lecturas seguí con La preparación de la novela y aún me espera Lo neutro, ambos cursos del mismo autor y recién editados por Siglo XXI.

Al principio extraña toparse con el esqueleto del pensamiento de Barthes y no con su prosa elegante y sinuosa. En estos volúmenes descubrimos al profesor magistral que deslumbró a generaciones. Y lo hallamos hurgueteando en la intimidad de sus notas. Barthes utiliza referencias a novelas y a teóricos de la lingüística y del psicoanálisis para elucubrar digresiones y asumir sus interrogantes desde ángulos distintos. En estas lecturas podemos ver cómo va desplegando sus ideas un intelectual espeso, como teje de cara a sus alumnos una red compleja de relaciones eruditas para rodear un tema que podría parecer a simple vista cercano a otras disciplinas. Lo hace incorporando nuevos términos, clasificando y distinguiendo las distintas partes de un todo.

Es un caso muy distinto al de Nabokov, quien durante casi dos décadas impartió clases de literatura para ganarse la vida. Lo hizo cuando no era famoso aún como escritor. No obstante, aquellas clases se convirtieron en míticas. Fueron reducidas a tres ordenados volúmenes y contienen los estudios sobre literatura rusa, sobre ciertas novelas ejemplares europeas y sobre El Quijote.

Nabokov desmantela con cuidado y arrogancia las obras seleccionadas para detectar virtudes y defectos. Le interesaban los libros tradicionales para mostrar su total desconfianza hacia la supuesta perfección de los clásicos. Examina el estilo de cada libro, revisa su arquitectura interna, la calidad de las descripciones y el problema de la verosimilitud del relato. En una entrevista a The Paris Review, resumió con claridad su fórmula pedagógica: "Mi método de enseñanza impedía un verdadero contacto con mis alumnos. En el mejor de los casos regurgitaban algunos pedazos de mi cerebro durante los exámenes. Cada clase que dictaba había sido cuidadosa, amorosamente escrita y copiada a máquina, y yo la leía pausadamente, deteniéndome a veces para volver a escribir una frase o para repetir un párrafo. Traté en vano de reemplazar mi aparición en la cátedra por cintas grabadas para pasar por la radio de la universidad". Gracias a esta manera excéntrica de hacer clases podemos leer con décadas de distancia lo que les dijo a sus alumnos y cómo llegó a las osadas conclusiones que expone. Pero en estos cursos, sobre todo, se muestra la pasión del autor de Lolita por los detalles y su distancia gélida hacia el sentido común como directriz para solucionar los desafíos literarios.

Al examinar estos libros es fácil darse cuenta de que la literatura se puede enseñar y aprender, por lo menos en sus aspectos técnicos. Profesores como Barthes y Nabokov develan el entorno cultural que involucra a todo acontecimiento estético, transmitiendo una pasión conmovedora y luminosa.

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