Columna de Joaquín Trujillo: Herida sobre herida



Principios de los 90. Unos niños, primos entre sí y que no sabíamos nada, discutíamos acaloradamente sobre el Golpe de 1973. Por supuesto, tendíamos a simpatizar con uno u otro bando. La polémica se acrecentó tanto que recurrimos a un adulto para que dirimiera. Fuimos donde mi abuelo, que nos dijo:

—Ese problema le corresponde a otra gente. Nosotros no tenemos nada que ver con esos grupos. Somos balmacedistas. Mi padre y su familia fueron perseguidos por eso. Desde entonces vivimos en este lugar.

Los niños entendimos poco, pero con el tiempo se fue revelando lo que había tras aquella declaración.

Chile, como muchos otros países, ha estado siempre cercenado por algún motivo. Las divisiones se suscitaron a partir -si es que no fueron la causa- de grandes acontecimientos. La expulsión de los hacendados jesuitas en 1767; el proceso de independencia y proliferación de caudillos (décadas de 1810 y 1820); las álgidas tensiones de los 50 del siglo XIX; la irritación que derivó en el colapso de 1891; la crisis de los años 1920-1930; la bancarrota de la convivencia pacífica, Golpe de Estado y dictadura (años 60 y 70); y cabría agregar la crisis de la última década con su estallido en 2019. Todos estos acontecimientos han enfrentado a la población. Y hay dos características que no son exclusivas nuestras: no se reagrupan siempre los mismos bandos y no acaba de cerrarse una herida cuando se abre otra.

Me explico. Carreristas y ohigginistas no derivaron estricta y necesariamente en balmacedistas y parlamentaristas. Luego, algunos balmacedistas fueron por Alessandri y otros por Ibáñez. Hubo liberales que prefirieron a Pedro Aguirre en 1938 y a Allende sobre Eduardo Frei en las elecciones de 1964. Además, los derrotados se fueron muchas veces a fondear a la provincia. Ella ha sido el principal refugio de los vencidos, no solo el extranjero.

Si pudiéramos considerar superficiales estas disputas, hay un elemento más complejo. Cuando por fin se cree que los bandos más o menos reconciliados pueden administrar pacíficamente la división, aparece una nueva, cruda y al rojo vivo. No se sabe hasta qué punto esta herida es una erupción desde dentro o más precisamente una escisión por fuera. O tal vez, un furúnculo sobreestimulado por los dedos, que son otro sitio de la piel.

Mi abuelo (un niño por entonces) y su madre caminaban por la Alameda. La cartera de ella se abrió dejando caer monedas al suelo. El Presidente Alessandri, que pasaba por ahí acompañado de su secretario Waldo Palma, presenció la escena. Los dos caballeros se detuvieron a recoger cada una de las monedas. Cuando se las restituyeron, ella, que había sido hija de un parlamentario enemigo feroz de Balmaceda, dijo que tal vez los presidencialistas, Alessandri entre ellos, eran muy buenos.

Y es que la falla telúrica ya no cruzaba por ahí.

El último cataclismo político ha significado otras divisiones. Tras el nuevo acontecimiento la herida más viva cruza sobre la antigua. Y los que intenten forzosamente hacerlas coincidir no harán más que infectar la menos cicatrizada.

Por Joaquín Trujillo, Investigador del Centro de Estudios Públicos

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