Columna de Juan Carvajal: Menos mitos, más realismo



Por estos días, se ha hecho común escuchar que lo que Chile requiere es una Constitución que sea la “casa de todos”, que no se necesita una Carta Magna “partisana”. Una buena parte de quienes indican esto -Chile Vamos y republicanos- no tuvieron problemas ni pensaron en la “casa de todos” durante los 17 años de autoritarismo, ni tampoco en gran parte de la recuperación democrática, cuando rechazaron los múltiples intentos por reformar esa Carta Fundamental, que era mucho peor que lo que hoy se denomina como “partisana”.

La Constitución de 1980 disminuyó las facultades del Congreso Nacional, estableció la fórmula de senadores designados, creó un Tribunal Constitucional como un órgano con potestades superiores al Congreso y con integrantes designados por la autoridad. Transformó al Estado en un ente subsidiario que no se hizo cargo de los derechos económicos, sociales y culturales de los chilenos, y sustituyó el sistema proporcional electoral por uno binominal que imperó hasta fines del siglo XX, entre otros tantos articulados autoritarios. Debieron pasar varios años para que, en el año 2005 y luego de reiterados rechazos de la hoy centroderecha, recién bajo la administración del ex Presidente Ricardo Lagos, se aprobaran una serie de reformas a la Constitución de 1980, que tuvieron por finalidad democratizarla y modernizarla. Lo cierto es que en ese largo período jamás escuchamos hablar de la “casa de todos”, lo que hace razonable que buena parte de la ciudadanía desconfíe hoy de los llamados a “Rechazar para reformar”.

También es bueno desmitificar algunas sentencias que se dan como verdades absolutas. Hemos vivido más de 50 años con una Carta Magna que no representa a la mayoría de los chilenos. Actualmente, según las encuestas, un aproximado 20% de quienes se inclinan por el Rechazo buscaría que se mantenga la Constitución vigente y una cifra similar de quienes se inclinan por el Apruebo desearía que el nuevo proyecto se aprobara sin cambio alguno. De manera que cuando hablamos de la “casa de todos”, estamos hablando más bien de un nuevo pacto social que represente a una sustantiva mayoría ciudadana, en la que no se sentirán representados -aunque nos pese- los sectores más radicalizados de izquierda y de derecha.

Si se parte de la base de que incluso la propia ex Presidenta Bachelet calificó la propuesta que se someterá a juicio público como “no perfecta”, se puede concluir que sectores mayoritarios aglutinados tanto en el Apruebo como en el Rechazo confluyen en el interés y comprensión de que Chile no puede continuar con un orden constitucional sin cambios y que más allá del resultado del plebiscito, lo que se abrirá en esos momentos es una nueva etapa que requerirá de la grandeza, la tolerancia y la sabiduría de las entidades políticas y sus liderazgos para arribar a una nueva Constitución que concite un apoyo mayoritario en la ciudadanía. Mientras más luego se vaya imponiendo el realismo y con mayor celeridad se caigan los mitos, más luego se irá viabilizando una salida republicana al vacío constitucional.

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