Columna de Paula Escobar: Una segunda transición

La segunda transición resultará en la medida en que Boric pueda ser un puente -uno más convocante que amenazante- hacia ese Chile más igualitario y de mayores libertades, y que esa pueda ser una aspiración común y amplia. Así lo hizo para ganar la Presidencia, ahora le tocará hacerlo desde el poder. Es difícil, pero no imposible.



Cuando empezó “la” transición, el Presidente Boric y su generación probablemente no sabían leer. En marzo de 1990 tenían menos de cuatro años, y tres décadas después encabezan una segunda transición, esa anunciada hace años, pero que finalmente se inició el viernes 11, cuando Gabriel Boric se puso su flamante banda presidencial.

En la ceremonia del viernes se instaló un nuevo aire generacional y epocal, en muchos gestos, símbolos y detalles, pero también estuvo presente la continuidad histórica. Especialmente, una cierta evocación al cambio de mando de 1990, cuando en ese mismo lugar Patricio Aylwin dijo con voz firme: “Sí, juro”. La dictadura quedaba atrás, la nueva democracia se iniciaba. Con miedos y traumas, pero con una enorme esperanza.

En 2022 se abre una nueva era y comienza otra transición. Por cierto, las dificultades de hoy son otras que las de ayer y la ceremonia no tuvo las tensiones de aquella otra. Es bueno recordarlo: ya no hay miedo a una vuelta al horror dictatorial. La democracia chilena exhibe la solidez de la continuidad: la piocha de O’Higgins ha cambiado de mano pacíficamente desde 1990, y quienes han ejercido la Primera Magistratura han terminado completo su mandato. No es poco.

Boric tampoco hereda un Chile con el 50% de pobreza que legó la dictadura, y sus múltiples males. La lista de aquello que mejoró desde Aylwin en adelante -con respecto al país que esa generación recibió- no es perfecta, pero sí es larga y robusta.

Pero los desafíos del joven Presidente son también de gran magnitud y dificultad: recibe un país pandémico, y con el desastre climático exhibiendo, entre otros síntomas, una grave sequía. Recibe un país endeudado y con inflación, que además está comenzando a resentir la pérdida del IFE. Un país en que muchos niños y niñas tienen severos déficits educacionales y socioemocionales por la pandemia. Un país en que las mujeres han retrocedido 10 años en inserción laboral, y que aún son sometidas a una violencia persistente. Recibe, a su vez, un país que está intentando enfrentar las causas y sanar las heridas del estallido social, redactando una nueva Constitución a gran velocidad y con múltiples dificultades, y cuyo éxito está irremediablemente atado al de su gobierno. Recibe un país con violencia y conflictos graves en el sur y con crisis migratoria en el norte. Como si todo esto no fuera poco, asume el mando con Europa en guerra.

¿Cómo navegar estas aguas de la segunda transición, que a veces serán correntosas y con viento frío en contra? Primero, no olvidar nunca el objetivo final, no dejar que los problemas y urgencias del día a día lo distraigan de la meta. Más allá de los símbolos, cumplir lo encomendado: un cambio de paradigma hacia una sociedad más justa y que no deje a la deriva a nadie. Como dijo Boric a la BBC: “Creo que la promesa de igualdad y de inclusión no ha sido cumplida y, por lo tanto, ese pacto social está roto y necesitamos construir uno nuevo”. He ahí el centro de su deber. Pero es evidente que no todo se podrá abordar y solucionar en este periodo. Gobernar es decidir, y ello implica, inevitablemente, frustrar. La sabiduría estará en escoger bien y lograr sacar adelante algunas materias fundamentales -aunque sean menos que las soñadas-, pero sacarlas adelante. No hay espacio para no entregar resultados sustantivos, pero tampoco hay realidad para entregarlos todos. El gran riesgo de no entender esto es la parálisis.

Luego, tal como dijo Aylwin, es importante intentar ser el Presidente de todos y todas las chilenas y, más allá de las palabras, crear y encarnar un relato unificador para Chile. Un país con una cohesión social tan dañada requiere en esta transición de un liderazgo -del Presidente y de su equipo- que aúne, que teja, que pueda ayudar a zurcir aquello que está roto. Así lo hizo Aylwin. En vez de despreciar y aislar a sus adversarios, intentó hacerlos sentir parte del nuevo y vibrante Chile democrático. Algunos no quisieron: a ellos tampoco los humilló.

Es muy importante que ese sueño de mayor igualdad se vaya sintiendo compartido, que no sea visto como una revancha. Porque bien poco se podrá lograr en Chile si no se sale del juego de suma cero en que se ha transformado la política chilena. Tal como dice la filósofa Elisabeth Anderson, “una sociedad de suma cero no puede ser una sociedad democrática. Si crees que sólo puedes ganar a expensas de tu prójimo, ¿por qué te unirías en mutua cooperación para sostener el interés común?”.

La segunda transición resultará en la medida en que Boric pueda ser un puente -uno más convocante que amenazante- hacia ese Chile más igualitario y de mayores libertades, y que esa pueda ser una aspiración común y amplia. Así lo hizo para ganar la Presidencia, ahora le tocará hacerlo desde el poder.

Es difícil, pero no imposible. La segunda transición comienza recién a escribirse.

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