Un asesinato ritual en Lo Prado

Familia Pierre

A Martín (1) lo hallaron muerto en la pieza donde vivía su tío el sábado 19 de enero. No tenía por qué estar ahí: su mamá había encargado su cuidado a una vecina. Pero su tío lo raptó y perpetró un asesinato que paralizó a toda la Población Lautaro. Más tarde diría que estaba destinado, que debía morir. Esta es la historia de un inesperado crimen familiar y de los demonios que se alojaban en la cabeza de Silodes Pierre.


Ese sábado, en la cabeza de Sultane Pierre, debía ser como cualquier otro. La joven haitiana, de 31 años, saldría bien temprano de la casa que arrienda en calle La Comuna, Lo Prado, y atravesaría la Población Lautaro con dirección al Persa Los Tamarindos, donde conseguiría un poco de dinero para costear su próxima semana. En el camino se detendría en la casa de calle Santa Zenobia donde su hermano, Silodes —Félix, como lo llaman— arrienda una pieza: le dejaría el almuerzo y conversarían por un rato. Entrada la tarde, cuando bajara el sol, estaría de vuelta para regalonear a su pequeño hijo Martín, de un año y tres meses recién cumplidos, que quedaría al cuidado de su vecina.

Pero no fue así. Desde un inicio no fue así.

Cuando Sultane llegó hasta la pieza de Félix, su hermano la recibió de manera inusual: le pedía dinero con insistencia. Decía que era urgente, que quería comprar algo, que necesitaba la plata. Pero la joven haitiana tenía solo mil pesos en sus bolsillos: prometió llevarle un poco más en la noche, a su regreso. Félix, visiblemente molesto, no tuvo más que aceptar.

En horas de la tarde, sin embargo, un llamado de su vecina, Dieulameme, la aterró: Félix había llegado hasta la casa y se había llevado al pequeño Martín a la fuerza. Se presentó como su tío y se lo arrebató de los brazos, incluso rompiendo una parte del "pilucho" que llevaba puesto el pequeño.

¿Por qué se llevó a Martín?, yo no se lo pedí, se repetía Sultane.

El crimen

—¡Ayuda! ¡Se necesita ayuda urgente, por favor!

A las 17.06 llegó el primer aviso al grupo de WhatsApp de la Junta de Vecinos 12B.

—¡Rápido, por favor, vengan! ¡Se necesita ayuda!

Fueron, en total, tres audios cortos, seguidos. Una voz agitada, entrecortada, que anunciaba un delito en calle Santa Zenobia.

—Hay un muerto..., un menor muerto —cerraba.

La directiva de los vecinos, que se había reunido minutos antes, alertados por otro altercado, se encontraba en la esquina que conecta Santa Zenobia con calle Lautaro cuando llegaron los mensajes. Desde allí alcanzaron a divisar cómo tres personas corrían en dirección a San Pablo: eran dos hombres, haitianos, y una mujer, por su acento, colombiana. Parecían estar discutiendo. Pero lo que alertó a los presentes fue que uno de los hombres, que era Félix, el hermano de Sultane, portaba un cuchillo ensangrentado. Y que la mujer que los acompañaba, que vestía de negro, lucía en su ropa un gran crucifijo al revés, amarrado por un hilo rojo, a la altura de sus caderas.

Unos metros más allá, frente a la casa donde se alojaba Félix, lentamente se fueron acumulando varios puñados de vecinos. El rumor se había esparcido: habían matado a alguien. Bastaba asomarse para divisar un colchón con sangre. Los gritos, dicen, se escuchaban en todo el sector.

—Me robaron a mi hijo..., me lo mataron —gritaba Sultane, que había llegado recién al lugar—. ¡Mi hijo! ¡¿Dónde estás, Martín?!

También estaba, desde hace unos minutos, Dieucene, el padre de Martín. Pero, cuentan los presentes, les llamó la atención su frialdad. Resultaba extraña la escena. Su reacción no era la que se espera de un hombre que acaba de perder a su hijo: se mantenía al margen, parecía tranquilo, intentaba calmar a Sultane, pero sin convicción.

Los dueños de la casa, por su parte, no daban su brazo a torcer: no querían a nadie dentro, pese a las súplicas de la madre y la insistencia de los presentes. Cuando llegó Carabineros, y contra su voluntad, recién accedieron a abrir las puertas. A Sultane, entonces, le dijeron que el niño no estaba ahí, buscaban tranquilizarla, no querían que entrara.

Pero Martín sí estaba.

En la habitación, dicen los testigos, lo que más llamaba la atención era la disposición de las cosas. El colchón estaba completamente teñido de rojo y, a un costado, en el suelo, había un martillo. También destacaban algunos vasos alrededor. Poco a poco, la primera hipótesis de las policías, que apuntaba a un crimen por venganza, fue perdiendo fuerza. El estado en el que encontraron al niño los hizo dudar: a Martín lo hallaron sobre una sábana amarilla, en el piso, acostado hacia su izquierda, con varios cortes precisos en el torso.

Lo que más impactó: habían sacado su corazón.

Los demonios de Félix

Silodes Pierre, haitiano, 24 años, llegó hace poco más de un año a Chile. Buscaba continuar los pasos de su hermana, Sultane, que había logrado cierta estabilidad en el país. Desde hace cinco meses que arrendaba una pieza en Lo Prado, mientras seguía en la búsqueda de un trabajo estable. En la Población Lautaro lo conocían como Félix y se le describía como un tipo tranquilo. En la casa de Santa Zenobia, donde arrendaba una de las piezas, también: destacan que no era agresivo, que nunca dio problemas.

Pero las últimas semanas no lo había pasado bien. Los dueños de la casa señalan que se habían vuelto recurrentes sus quejas. Félix pasaba las noches despierto, les decía que no podía dormir. Que su pieza la habitaba un demonio. Le habían regalado unos inciensos, en broma, para que pudiera "combatirlo".

Sus pesadillas se hicieron realidad el sábado 19. Allí, todo cambió: pasadas las 14 horas, se dirigió a la casa de su hermana y se llevó por la fuerza a su sobrino, Martín. Llegaron hasta su pieza y lo dejó dormir por unos cuantos minutos. Cuando el menor despertó llorando, sin embargo, no aguantó más: le tapó la boca con una sábana, agarró un cuchillo que encontró sobre la nevera y se lo enterró en el abdomen, con fuerza, hasta que el pequeño dejó de moverse. No quiso terminar ahí: segundos más tarde comenzó, con sorprendente precisión, un improbable segundo ataque. Esta vez perforó la zona pectoral y arrancó el corazón de su sobrino. Pensó en guardarlo precisamente en la nevera, pero rápidamente dio marcha atrás. Prefirió envolverlo en un pañal desechable y esconderlo en su mochila.

Diría, después, que en 2017 viajó a República Dominicana. Fue ahí, en una suerte de curso, que aprendió cómo extraer un corazón.

Félix seguía fuera de sí. Llamó a su polola, de nacionalidad colombiana, y se enfrascó en una discusión también con ella. En su posterior declaración a la PDI, la mujer relató que cuando le preguntó qué estaba pasando, qué le había ocurrido a su sobrino, no obtuvo respuestas. Asustada, buscó refugio en un amigo, también haitiano, que la acompañó de regreso a la pieza. Pero, de un momento a otro, tras un breve diálogo, su novio se alteró e intentó atacarla: comenzó a perseguirla empuñando el mismo cuchillo. Gracias a la ayuda de su amigo finalmente logró escapar.

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Silodes Pierre (24), conocido como Félix, reconoció el crimen.[/caption]

Félix volvería a los pocos minutos a la escena del crimen. Allí se encontró de frente con Sultane, quien lloraba desconsolada.

—¿Por qué te llevaste a mi hijo? ¿Por qué mataste al Martín? —le preguntó su hermana.

—El demonio se apoderó de mí. No me denuncies…, el demonio se apoderó de mí —contestó, gritando.

Era tarde. Los Carabineros, que ya se encontraban en el lugar, registraron las pertenencias del joven de 24 años y, dentro de una mochila roja de marca Warrior, del club inglés Liverpool, encontraron el pañal que guardaba el corazón de Martín. Rápidamente lo detuvieron.

De acuerdo a las pericias realizadas por la Policía de Investigaciones, el órgano se encontraba "desecado". Se podían observar los vasos seccionados de forma irregular y la arteria pulmonar desgarrada. Estaba limpio, aunque con un poco de sangre.

La historia continuó en los calabozos: el domingo, en la mañana, cuando una oficial de la Brigada de Homicidios de la PDI se acercó y le pidió su polerón, con el fin de evitar que lo utilizara para atentar contra su vida, Félix aprovechó el momento, sacó su mano derecha por entre los barrotes y la golpeó con fuerza a la altura del tórax. Varios oficiales tuvieron que llegar para controlar la situación, poner los grilletes de seguridad y un casco balístico al joven haitiano.

Tesis sobre un homicidio

Antes de constatar el estado del pequeño Martín, de ver el charco de sangre en la habitación y de hallar el corazón dentro de la mochila, la teoría de las policías estaba vinculada a un ataque por venganza. Creían en un crimen motivado por la rabia, quizás por alguna rencilla del pasado. Intentaron encontrar las respuestas en Sultane, pero la madre no podía: no estaba en condiciones de hablar, seguía sin poder caer en lo que había pasado.

Recién horas más tarde, sentada en un consultorio del sector, a la espera de que le dieran algún calmante, Sultane pudo sacar la voz con los vecinos que la acompañaban: descartó de plano una pelea con su hermano. En Haití, relató, solo una vez discutieron fuerte, porque Félix solía fumar mucho y eso no le gustaba. ¿Cigarros, marihuana? No quiso decir qué. Le preguntaron, después, si creía en algún Dios: se limitó a contestar que su hermano no pertenecía a su iglesia.

También la interrogaron por el padre de Martín, porque en ningún momento lo vieron tan afectado como a ella. Sultana diría, entre lágrimas, que su hijo era lo único que la ataba a Dieucene. Que él no la amaba, que ya había encontrado a otra persona. Que ahora de seguro se iría de su lado.

El escenario comenzó a cambiar con el transcurso de las horas. Lentamente fue tomando fuerza otra teoría: se trataría de un asesinato ritual. Un par de testigos, entre ellos el amigo que defendió a la polola de Félix y su cuñado, aseguraron que, en las dependencias de Carabineros, el joven haitiano mencionó que "maté a mi sobrino porque debía morir alguien. Si no era él, habría matado a otra persona".

Félix aceptó haber cometido el crimen, sin embargo, aseguró no saber por qué lo hizo. En su posterior declaración, ensayó una suerte de motivo: pensó que con esto ayudaría a su hermana, que ya tenía otro hijo y que la veía trabajar mucho. También dijo que estaba cesante y que necesitaba pagar el arriendo y su comida. Hoy, imputado por homicidio calificado, se encuentra en prisión preventiva y permanecerá recluido durante los 80 días que durará la investigación.

Han pasado dos semanas, pero la muerte de Martín aún se repite en cada una de las esquinas de la Población Lautaro. Los vecinos, dicen, tienen miedo. Admiten que el barrio, desde hace algunos años, no es el mismo, que aumentó la venta de drogas, que hay un prostíbulo y, también, peleas cada vez más seguido. Pero nunca se habían enfrentado a una situación similar. En el grupo de WhatsApp de la Junta de Vecinos 12B los mensajes que hablan de magia negra, y de tener cuidado, se han multiplicado. Incluso alertan sobre posibles secuestros de niños.

Desde la directiva se han encargado de bajarle el perfil y calmar a la comunidad: no quieren estigmatizar a los inmigrantes del sector. Saben que hay mucho miedo, pero también que Félix fue un caso especial.

José Morales, fiscal Centro Norte a cargo, piensa igual.

—Es un caso inédito, por sus características, la forma de comisión del delito y lo que señalan algunos testigos que sitúan esta muerte en una especie de ritual. Lo que es importante destacar es que lo inédito de este caso tiene que ver con las características del crimen que se investiga. En nada influye o tiene que ver la nacionalidad del imputado.

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