Por Marcelo ContrerasCaramelo de miel: los 40 años de Locura de Virus
Virus no imitaba a la new wave, sino la new wave se convirtió en una herramienta para cantar del corazón, el sexo y el escapismo en formas caleidoscópicas y sugerentes cuando aún se respiraba el gris.

Virus estaba en todas partes: en el dial, cuando radios como Galaxia programaban casi cada canción de un disco; en las fiestas juveniles y también de adultos que sentían el rock latino como una segunda generación de La Nueva Ola gracias a sus estribillos adhesivos; en esos auriculares frágiles de almohadillas anaranjadas rumbo al liceo o al trabajo cuando los inviernos duraban una eternidad. Hace exactos 40 años -el 25 de octubre de 1985- el grupo argentino publicó su quinto álbum, Locura, y la sensibilidad del rock latino se expandió desprejuiciada fusionando la balada y la new wave. Paradas obligatorias de Babasónicos como Jessico (2001) e Infame (2003) son herederos de aquel punto de inflexión romántico, bailable y elegante, según el decorado moderno de los ochentas.
El sexteto de La Plata había mudado de piel año a año en cada título, en una búsqueda identitaria probando géneros y estilos como una modelo en pasarela: el rock delgadito y acalambrado de Wadu wadu (1981) suscrito a la Música Divertida, la corriente liderada por Los Twist que se reía de conservadores y milicos; las primeras dosis de electrónica con gusto a Devo en Recrudece (1982); el rock con fórceps de Agujero existencial (1983), y Relax (1984), la carta de presentación en Chile con éxitos como Me puedo programar y Amor descartable. Una metamorfosis sonora y estética completa en apenas cinco años, donde además desafiaron a la dictadura argentina. Virus se restó del Festival de la Solidaridad Latinoamericana, una maniobra propagandística de música en vivo en medio de la guerra de las Malvinas estelarizada, entre otros, por Charly García y Luis Alberto Spinetta. Los hermanos Federico, Julio y Marcelo Moura se negaron. Jorge, el mayor de la familia, estaba desaparecido desde 1977.

Virus representaba una unidad pero también era sinónimo de la figura andrógina de Federico, un aventurero que había experimentado su juventud en los 70 con estadías en Europa, y la práctica de intereses diversos como jugar rugby, diseñar ropa y tocar bajo en un grupo. Tenía 30 años cuando Virus publicó el debut, con la experiencia suficiente para modelar a un rockstar más interesante y audaz que el aburrido canon destructor de hoteles. De inclinaciones estéticas ambiguas, hizo alianzas con otras disciplinas y expresiones. Así, el artista conceptual y sociólogo Roberto Jacoby escribió varias letras en Locura, incluyendo el misterio irresistible de Sin disfraz -“a veces voy donde reina el mal”-. Para los argentinos, siempre atentos a los reflejos con el Viejo Continente, Federico Moura era su Bowie.
Locura, el favorito del cantante en la discografía de Virus, cita a Nueva York tres veces como señal cosmopolita y repite “cuerpo” otras 15 en distintos cortes de carácter hedonista en torno al sexo, los placeres y la ilusión amorosa, leit motiv compartido con Soda Stereo. Mientras en la banda de Cerati el amante va en primera persona, en Virus los roles se difuminan. Podía ser el protagonista o el narrador voyeur. “Se daban en la oscuridad, motivos para confesar, crímenes en la intimidad, cositas fuera de lugar”, canta Moura en Pecados para dos.
Si el rock argentino solía buscar referentes en Europa, Virus indagaba en la balada latina -los ecos italianos en Dicha feliz-, y abría terreno kitsch a la bailanta con Luna de miel en la mano con teclados chillones a modo de bronces, probablemente su mayor éxito. No imitaban a la new wave, sino la new wave se convirtió en una herramienta para cantar del corazón, el sexo y el escapismo en formas caleidoscópicas y sugerentes cuando aún se respiraba el gris.
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