La columna de Guarello: La banda tributo

"Tanto que se cacareó el “recambio” y cuando apareció uno que se ganó la camiseta a punta de rendimiento, los “dorados” se amurraron y prefirieron resentir el funcionamiento del equipo antes que perder protagonismo. Insólito".



Con Chile fuera del Mundial de Qatar y Martín Lasarte fuera de la Selección, el entrenador uruguayo eligió un panel cómodo para decir sus “últimas palabras” a propósito del trabajo que desarrolló en la selección chilena. Y, pese a lo mullida y acogedora que iba a ser la entrevista, de todas maneras terminó revelando cosas preocupantes donde al fin, desde una primera fuente, se confirmó lo que en la cancha era evidente.

Primero, que Ben Brereton no cayó bien al grupo cuando llegó. Aclaro, cuando hablo del “grupo” me refiero estrictamente a los integrantes de la “generación dorada” ¿Y por qué la hostilidad contra un jugador profesional, serio, bien dispuesto y que rendía en la cancha? Por eso mismo, por ser profesional, serio, bien dispuesto y rendidor. Y eso se materializó en algo que vimos todos y que Lasarte al fin admitió: sus compañeros no le daban pases en la cancha pese a que Brereton la pedía o picaba marcando la jugada. Un cortocircuito propio de un equipo de liga amateur o de un curso de octavo básico que le hace bullying al compañero nuevo.

Tanto que se cacareó el “recambio” y cuando apareció uno que se ganó la camiseta a punta de rendimiento, los “dorados” se amurraron y prefirieron resentir el funcionamiento del equipo antes que perder protagonismo. Insólito.

Pero hubo más de parte de Lasarte, de manera oblicua admitió los graves problemas disciplinarios en la Copa América de Brasil con una frase muy evidente: “No pensaba que a este nivel y en la Selección podía pasar”. Luego, claro, intentó matizar las cosas diciendo que “conversaron” y que obtuvo un “gran compromiso del grupo”. Pues bien, en la cancha, este “compromiso” no se notó en absoluto.

Hubo otra cosa en las atenuadas y calmas palabras de Lasarte que pasó inadvertida y que es de la mayor gravedad. Chile jugó de local en San Carlos de Apoquindo no por la “cercanía del público” o por algún otro factor ambiental o técnico, fue por una banalidad irritante: el estadio tenía “mayores comodidades para los familiares de los jugadores”. Esto es, había estacionamientos para ellos, lo que no ocurría en el Monumental. Es decir, hicieron perder millones de recaudación a la ANFP y dejaron a más de treinta mil personas por partido sin ver jugar a Chile de local porque sus familiares debían tener estacionamiento.

Si somos rigurosos, Martín Lasarte en su entrevista en ESPN apenas reveló, o se le chisporrotearon, dos o tres cositas que, pese a ser dichas con respeto y excesiva diplomacia, muestran el real estado del camarín de la Roja. Y cuando hablo del camarín, aclaro otra vez, me refiero a la “generación dorada”, no al resto que debe rendir tributo, pedir permiso y alabar a sus compañeros más veteranos por permitirles compartir camiseta con ellos. No es una broma, busque usted todas las entrevistas post partido de todos los jugadores no dorados (Joaquín Montencinos, Marcelino Núñez, Bryan Cortés) y compruebe como siempre, sin fallar, que debían hacer una mención laudatoria a la “generación dorada”.

Este vicio de la llamada “generación dorada” de estar permanentemente autoalabándose, exigiendo reconocimiento en todo momento e incondicionalidad acrítica por logros obtenidos hace seis o siete años, transformó a la Selección en una banda tributo de sí misma, más preocupada de que su lugar y su historia fuera glorificado que de ganar el siguiente partido. Por eso le fue cómo le fue en la eliminatoria y no habrá renovación ni cambio, mientras no se corte el “mantra dorado” que exige a Eduardo Vargas como titular y ataque rabiosamente en redes sociales al que no compra el paquete completo. Las mismas redes, vaya, donde ni uno solo de los “dorados” en actividad mencionó la muerte de Leonel Sánchez, pero tres días más tarde estaban saludando el cumpleaños de Edson Puch.

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