Columna de Pablo Ortúzar: La madre del cordero



Hace poco, una investigación mostró que las personas adultas somos bastante hábiles identificando las noticias falsas. ¿Por qué circulan tanto esas noticias, entonces? La explicación, muestra la misma investigación, está en que creemos que el resto no tiene la misma habilidad que nosotros para detectarlas. Es decir, la mayoría de quienes comparte noticias falsas lo hace sabiendo que son falsas, pero pensando que el resto es más tonto y morderá el anzuelo.

Si esto es cierto, culpar a las “noticias falsas” por un resultado electoral resulta una forma disimulada de afirmar que la mayoría de los demás son tontos. Y es exactamente a esa vergonzosa ocupación a la que se ha volcado una tajada importante de la izquierda política, artística e intelectual para explicar los resultados del plebiscito: una mezcla de roteo y descalificación moral y cognitiva que resulta incluso más dañina para ellos mismos que el resultado que sufren.

Por lo demás, es muy probable que buena parte de la explicación del arrollador triunfo del Rechazo resida justamente en la arrogancia agresiva del sector que trató de llevarse la Constitución para la casa. El senador comunista Daniel Núñez reconoció que usaron la Convención con el objetivo de “derrotar al neoliberalismo en un solo acto”. Algo que nadie les había pedido y que no formaba parte de las expectativas de la mayoría que aprobó de entrada.

Noam Titelman ha señalado, con razón, que el masivo apoyo a los candidatos “independientes” obedecía a la ilusión de que no se comportaran como “los políticos”. Es decir, que en vez de dedicarse a lo que se percibe desde afuera como peleas de poca monta y maniobras mezquinas para acumular o cuidar parcelitas de poder, mostrarían grandeza y decoro para abarcar las grandes necesidades y anhelos del país. En este sentido, el proceso era parte central del resultado. Sin embargo, apunta Titelman, los independientes mostraron todavía más pequeñez e indecencia que los políticos. Y esto, creo yo, explica que en las nuevas encuestas la esperanza se haya traspasado a otro grupo de “independientes”: los “expertos”.

¿Cómo seguimos desde acá? No es claro. Pero me parece evidente que es necesaria una tregua de élites, tal como he dicho desde 2019. Una nueva Constitución no debe ser el caballito de batalla de un bando, sino un mecanismo para zanjar los desacuerdos políticos entre distintos bandos. Fue un factor clave en el naufragio de la Convención el que muchos convencionales quisieran hacer una Constitución del 80 invertida, poniéndose en el lugar de Pinochet.

Sólo una tregua de élites permitirá trazar un camino decoroso y generoso hacia un nuevo texto. Y dicha tregua exige, creo, revisiones ideológicas y no sólo cambios de velocidad en nuestros grupos políticos. Derechas e izquierdas vienen operando con tesis políticas inadecuadas. El Presidente Boric habló de no buscar avanzar demasiado rápido, pero lo invito a evaluar si no tendrán también problemas de dirección. La mochila con los libros de Fernando Atria, Carlos Ruiz y las tesis revolucionarias del Partido Comunista se está volviendo cada vez más inútil y pesada. La nueva izquierda necesita revisar sus horizontes ideológicos. La derecha, en tanto, sufre de un problema parecido en cuanto a su visión del desarrollo como superación de la pobreza. Ambos bandos tienen severos problemas para observar, reconocer y dialogar con las clases medias chilenas nacidas de la modernización capitalista. Ahí, me parece, está la madre del cordero.

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