Columna de Paula Escobar: El poder y su contrapeso



En la última semana se encendieron las alertas en la Convención. Cuatro encuestas seguidas, por primera vez, muestran que la opción del Rechazo va ganando tracción, mientras la del Apruebo, por el contrario, se debilita. A esto se suma que grandes defensores del proceso hablaron de la necesidad de cambios en el modo de proceder. Partiendo por el Presidente Boric, quien declaró que ha conversado con personas que habían votado por el Apruebo en el inicio, pero que hoy tienen dudas respecto de la decisión, y que “esas dudas no pueden ser sencillamente ignoradas”.

Es una foto del momento, pero es una señal urgente para la Convención, sin duda. Una de las inquietudes relevantes, a mi juicio, es si esta nueva arquitectura dotará a nuestra República de un buen sistema de poderes y contrapesos que impidan que una sola persona acumule demasiado poder. Si la nueva Constitución protegerá frente a la llegada de un autócrata o un demagogo del signo que sea que, gracias a mayorías circunstanciales, tenga injerencia en todos los ámbitos sin contención. A veces pareciera que algunos convencionales están diseñando la nueva Carta Magna con la pretensión (¿o ingenuidad?) de que estas reglas se aplicarán sólo a gobiernos de su signo político o de su gusto, descuidando este aspecto esencial de una Constitución: que gobierne quien gobierne, se garanticen los derechos de la ciudadanía frente al poder de turno.

La eliminación del Senado es, en ese sentido, preocupante. Nombres más o nombres menos, es dar de baja una institución de 200 años, cuya disolución está siendo evaluada y sancionada por las y los convencionales mirando su comportamiento de los últimos años. A juicio de ellos, ha contribuido a la parálisis de la toma de decisión, y lo sindican como responsable de que la democracia no pueda proveer las soluciones que la ciudadanía requiere y exige. Es cierto que el sistema político chileno está atrofiado en muchos sentidos, como lo ilustra que por años de años no se haya podido reformar el sistema de pensiones, por ejemplo. Pero es un salto arriesgado culpar de esto sólo al Senado. Habría que fundamentar mejor por qué, en su historia bicentenaria, ha sido lastre y no aporte. Porque, además, estamos en una nueva era, en la que casi todas las instituciones crujen, no sólo el Senado. Y porque pensar la nueva Constitución no puede ser sólo pulsión de cambio, sino que también debiera tener un cierto sentido patrimonial acerca de qué amerita conservarse y cuánto cambio resiste y requiere el país.

Además, la Cámara de reemplazo que se ha propuesto -la Cámara Territorial-, si bien ha ido adquiriendo más atribuciones de las casi nulas que tenía en el diseño original, parece muy desprovista de su rol de equilibrar poderes. Dotar a esa cámara de más roles parece muy relevante. Como dijo Noam Titelman en una reveladora entrevista en Ex Ante, “el problema es que la propuesta actual es demasiado asimétrica. Me cuesta entender la motivación para que la segunda cámara no pueda participar en todas las discusiones de proyectos de ley”.

Si a eso se suman disposiciones que podrían afectar la independencia judicial, como el alcance y composición del Consejo, la situación se complica. Lo mismo sucede con el Banco Central. Si bien se ha aprobado su independencia, se le han agregado funciones que la relativizan, como, por ejemplo, que tengan que “coordinarse” con el gobierno. O que, con los votos de un tercio de la cámara, sus consejeros puedan ser acusados constitucionalmente frente a la Corte Suprema. Un diseño que pueda debilitar el Poder Legislativo, el Poder Judicial y el Banco Central, por citar tres casos paradigmáticos, puede dañar a esas instituciones, también al diseño global de la Constitución, pero, sobre todo, a las y los ciudadanos de a pie. Las instituciones protegen al débil, no olvidar eso, por más que se tengan enconos particulares con algunas de ellas. Una vacuna contra el personalismo, al culto al líder, la discrecionalidad, es justamente que haya instituciones sólidas, con su historia, sus reglas y sus elencos independientes.

Ya lo expresaba el filósofo John Rawls con su concepto del “velo de ignorancia”: hay que elegir los principios de la justicia haciendo abstracción del lugar que se ocupa (y ocupará) en la sociedad. Pero en la Convención algunos parecen haber estado diseñando sin esa orientación, sino, más bien, pensando en sus reivindicaciones, sin mirar cómo dialogan con las otras reivindicaciones y cómo quedan los otros y las otras en la película final. Y qué consecuencias puede tener eso en el futuro de la Convención y del país. Aún queda tiempo para pensar en aquello y para “buscar la mayor transversalidad y amplitud posible, para construir una Constitución que sea un punto de encuentro”, como pidió esta semana el Presidente Boric.

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