Opinión

La política del miedo

“El verdadero poder es —ni siquiera quiero usar la palabra— el miedo”. Esa frase, pronunciada, en 2016, por el entonces candidato, Donald Trump, es de todas sus frases (la mayor parte de ellas, bravuconadas o expresiones megalómanas), la más aguda y profética. En efecto, Trump ha conquistado dos veces el poder presidencial, y lo ha ensanchado a su medida, moldeando e instrumentalizando el miedo y otras emociones humanas. Sin importar a qué o a quién (da lo mismo si es la migración, la competencia comercial, la izquierda radical o“woke”, la comunidad científica, el terrorismo o el crimen organizado), el miedo, cual combustible, le ha servido de pretexto para realizar deportaciones ilegales, aumentar inconsultamente aranceles, restar autonomía a universidades recortando sus fondos, intimidar a periodistas y comunicadores, e instruir la comisión de ejecuciones extrajudiciales y extraterritoriales, entre otras medidas.

El 18 de octubre pasado, millones de personas se congregaron, dentro y fuera de EE.UU., bajo el lema “No Kings”. Recordando el origen antimonárquico de ese país, los manifestantes mostraron porqué la sumisión no es una virtud ciudadana, y alzaron la voz: “El Presidente cree que su poder es absoluto. Pero en Estados Unidos no tenemos reyes y no cederemos ante el caos, la corrupción y la crueldad”.

La respuesta del gobierno fue la de siempre: inocular más miedo y más odio. El entorno de Trump dijo que las protestas fueron orquestadas por grupos que odian a EE.UU. (miembros de Antifa o del “ala terrorista” del Partido Demócrata). Las imágenes de las manifestaciones del 18-O, capturadas y difundidas por equipos de diversos medios de comunicación, locales y extranjeros, dejan al descubierto la grosera caricatura. En general, ellas fueron masivas, pacíficas y coloridas.

Como un virus, el miedo es infeccioso y requiere pocas condiciones para proliferar y dañar. Actos de apariencia trivial le sirven también de caldo de cultivo. Así, por ejemplo, Trump compartió por redes sociales un video generado por IA que lo mostraba pilotando un avión de combate, de nombre “King Trump”, en el que vertía una sustancia marrón (¿excremento?, ¿lodo?) sobre los manifestantes. Por su parte, su vicepresidente, J.D. Vance, reposteó otro video, con un Trump coronado, con capa y espada, mientras varias personas –entre ellas, la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi– aparecen arrodillándose ante él.

Pretender que el poder no sea usado para generar y amplificar emociones humanas sería contradecir la historia. Negar que las personas valoramos la seguridad, por buenas razones, sería absurdo. Pero eso no significa que esté bien que el miedo atice el odio y desfonde la democracia, ni que cada ciudadano/a pueda razonablemente esperar que un gobernante (o candidato/a) le ofrezca un estado libre de todo miedo. Una república es algo mucho más modesto: un equilibrio pacífico entre nuestros distintos miedos y nuestras distintas aspiraciones.

Por Yanira Zúñiga, profesora del Instituto de Derecho Público de la Universidad Austral de Chile

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