
Seis años

¿Cómo fue posible que la mayoría de los chilenos viera con entusiasmo una espiral de violencia y destrucción que, en su primer día, hizo entre otras cosas arder varias decenas de estaciones de Metro? ¿Qué cosa tan grave había hecho hasta el 17 de octubre el gobierno de Sebastián Piñera como para que, desde el día siguiente, la izquierda y la centroizquierda en pleno se jugaran por sacarlo de La Moneda? ¿Cómo fue que un sector relevante de la ciudadanía llegó a sentir que los treinta años iniciados en 1990 debían ser tirados a la basura? ¿Por qué el 78% del país se dejó convencer de que la vía principal para encauzar dicha crisis era un proceso constituyente?
A seis años, no hay respuestas. Hoy Chile está peor en todos los aspectos; crecemos menos, tenemos más desempleo, la seguridad y el orden público se han deteriorado como nunca antes en la historia, con zonas cada día más vastas en manos del narcotráfico y el crimen organizado. Las tomas y campamentos son el rostro de los nuevos tiempos. Las listas de espera en los hospitales son un drama sin fin. La desidia y la inoperancia del gobierno en la reconstrucción de las viviendas incendiadas en la región de Valparaíso han sido escandalosas. Y más escandaloso aún han sido las decenas de miles de millones de pesos desaparecidos a través de las fundaciones ideológicamente falsas. Pero el país es una tasa de leche.
Si los famosos treinta pesos fueron en su momento el detonante de la furia colectiva, en el último año el transporte público ha subido setenta, y no hubo ni protestas ni evasiones masivas. Los chilenos se acaban de enterar de que durante meses les han estado cobrando dos veces el alza del IPC en las cuentas de la luz y no hay nadie en las calles. En fin, durante el actual gobierno hemos tenido una lección muy pedagógica: las razones del fuego que desde octubre de 2019 arrasó estaciones de Metro, iglesias, supermercados y muchos otros espacios públicos no fueron ni las alzas, ni los abusos ni el deterioro de la calidad de vida.
Otra lección histórica: en Chile las constituciones viables las imponen gobiernos cívico-militares, tal como ocurrió en 1833, 1925 y 1980. Cuando la civilidad tuvo al fin la oportunidad de escoger a sus constituyentes, no una vez sino dos veces, el resultado de ambos procesos fue un estruendoso desastre. Incluso en el último plebiscito de salida los comunistas y el Frente Amplio votaron por mantener vigente la Constitución de “los cuatro generales”. De antología; un espejo en el que no podremos dejar de mirarnos durante muchísimo tiempo y que, de algún modo, explica por qué desde hace más de medio siglo no hemos sido capaces de construir mínimos comunes.
¿Hemos aprendido algo en estos años? ¿Estaremos de nuevo disponibles para creer que la violencia, la destrucción del Estado de derecho y del orden público pueden rendir algún fruto? Probablemente a partir de marzo empecemos a responder estas preguntas.
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