Columna de Gabriel Bocksang: Una enseñanza libre para un Chile libre



Por Gabriel Bocksang, decano de la Facultad de Derecho UC

La libertad de enseñanza es uno de los fundamentos principales de nuestra sociedad y de nuestro régimen político, y ha sido reconocida constitucionalmente en Chile desde el siglo XIX. Pero para que su protección pueda rendir los frutos esperados, resulta indispensable que ella, siempre bajo la luz de la búsqueda de la verdad y del bien común, se vea reconocida en la plenitud de sus dimensiones.

Hay en la libertad de enseñanza, en primer lugar, una dimensión institucional, que refleja la existencia de comunidades anteriores e independientes de la iniciativa estatal, que se organizan para colaborar con las familias en la educación de sus miembros según las exigencias singulares de las propias comunidades. Ello, ciertamente comprende la educación que imparten las comunidades religiosas -y de allí su relación con la libertad religiosa-, pero se extiende a muchas otras formas de asociación que asumen la responsabilidad de contribuir en la formación humana de sus miembros.

Lo anterior se apoya en una segunda dimensión, antropológica, que reconoce que los distintos proyectos educativos son una manifestación de la primacía de la persona humana y una extensión de la labor formativa de las familias, comunidades a las que naturalmente les compete la educación. Por ello, resulta imposible la existencia de una genuina libertad de enseñanza sin que se resguarde claramente el derecho-deber preferente de los padres a educar a sus hijos, anterior al Estado y por lo tanto anterior a cualquier Constitución.

Una tercera dimensión de la libertad de enseñanza es política. Esta libertad impide que exista un monopolio de la educación, el que podría darse directa o indirectamente. Un monopolio directo se verificaría si es que solo el Estado pudiera abrir y operar establecimientos educacionales. Tal situación halla un correlato más disimulado -e igualmente grave- en una monopolización indirecta, es decir, en la supuesta libertad de abrir establecimientos, pero estando ellos obligados a impartir los contenidos ordenados por el Estado. Abdón Cifuentes bien enfatizó, en el siglo XIX, la magnitud de esta amenaza: “Los monopolios son casi siempre detestables; pero en la enseñanza son sencillamente inicuos”.

Ello repercute en una cuarta dimensión, finalista. Mientras la libertad de enseñanza propende a una genuina educación en una sociedad plural -desde la educación preescolar hasta los distintos grados de la educación superior -, su negación plantea la alternativa del control del pensamiento. Esto tiene un impacto que trasciende al mero sistema educativo, comprometiendo el desarrollo moral y espiritual de la sociedad en su conjunto y de las personas que en ella se integran.

Hogares libres, escuelas libres, universidades libres, son expresión y condición de la existencia de una sociedad libre conformada por personas libres. Es grande lo que está en juego: una enseñanza libre para un Chile libre.

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