Columna de Alejandra Sepúlveda: Mujeres y pensiones, epílogo de la desigualdad

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Necesitamos romper la asociación entre esperanza de vida y monto de jubilación, porque las mujeres no deben hacerse cargo solas de su mayor longevidad. Una alternativa es utilizar una tabla de mortalidad unisex. Otra es la creación de una asignación por longevidad femenina, subsidio público que nivela hacia arriba las pensiones de las mujeres, aportando la diferencia entre una pensión con la tabla actuarial promedio de ellas y la que podrían haber obtenido si los cálculos se hubiesen hecho con una de hombres.



Ad portas del anuncio del proyecto de reforma previsional del Ejecutivo, es clave poner el foco en uno de los grupos en mayor desventaja: las mujeres. Vivimos cada vez más y es en la vejez cuando pagamos el costo de la educación desigual, la inequidad salarial y los obstáculos en el desarrollo laboral, que nos marginan de mayores oportunidades.

Esta trayectoria difícil provoca que las mujeres tengamos una pensión contributiva un tercio más baja que los hombres ($ 168.000 versus $ 262.000); que el 75% de las pensionadas reciba un monto inferior al salario mínimo líquido y que el 94% de las pensionadas en modalidad "Retiro Programado" reciba una por debajo de la línea de la pobreza, lo que las obliga a enfrentar una dura vejez.

Con un capital humano poco desarrollado, escaso poder de negociación y salarios bajos, resulta difícil alcanzar una pensión mayor. El sistema está basado en el "esfuerzo" individual, que no refleja la "voluntad" de cada persona para superar las adversidades en su etapa activa.

En el caso de las mujeres el tema es claro: el Código Laboral impone costos de contratación diferenciados por sexo -asociados a la maternidad-, que se traducen en alta inactividad, informalidad, brecha salarial, lagunas previsionales y desempleo. Solo un 37% de las mujeres que se acogen a la jubilación han aportado más de 20 años a su cuenta de capitalización (vs. el 52% de los hombres).

Ellas, además, viven en promedio más años y, solo por ello, tendrán una pensión 15% más baja que los hombres a iguales años de cotización y monto acumulado. El ciclo de la desigualdad termina de cerrarse.

Los sistemas de pensiones no son neutros a las inequidades de género y el chileno las reproduce y amplifica. Por ello, resulta fundamental incluir en esta reforma el principio de solidaridad y el resguardo de la no discriminación y la igualdad de género.

Tenemos el precedente de la reforma de 2008, que al crear el pilar solidario favoreció a las mujeres más pobres a través de la Pensión Básica Solidaria y del Aporte Previsional Solidario de Vejez.

Necesitamos romper la asociación entre esperanza de vida y monto de jubilación, porque las mujeres no deben hacerse cargo solas de su mayor longevidad. Una alternativa es utilizar una tabla de mortalidad unisex. Otra es la creación de una asignación por longevidad femenina, subsidio público que nivela hacia arriba las pensiones de las mujeres, aportando la diferencia entre una pensión con la tabla actuarial promedio de ellas y la que podrían haber obtenido si los cálculos se hubiesen hecho con una de hombres.

Una tercera opción es un seguro de la cuarta edad, donde el límite superior de la tercera edad esté definido por la expectativa de vida de los hombres. La tercera edad estaría cubierta por el sistema de capitalización individual, y la cuarta, por un seguro con fondos del Aporte Previsional Solidario.

ComunidadMujer presentó estas propuestas al Presidente Sebastián Piñera cuando era candidato. Hoy mantenemos su pertinencia.

Asimismo, sostenemos que retrasar la edad de jubilación de las mujeres no es la llave para mejorar sus pensiones. De hecho, para aumentar sus ingresos, ellas ya se están retirando del mercado laboral a los 67,7 años (cuatro años más que el promedio Ocde) y los hombres, a los 71,3 años.

Es clave mejorar su situación laboral previa -partiendo por aprobar la llamada ley de sala cuna que se discute en el Congreso- y adoptar un sistema de pensiones que no las castigue por vivir más años. Necesitamos dotar de dignidad urgentemente a la última etapa de la vida. R

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