En los últimos cinco años el narco chileno cambió. La irrupción del crimen extranjero trajo más violencia, jerarquías más rígidas y una forma empresarial de operar. Los carteles locales observaron, aprendieron y adaptaron ese modelo a su escala: menos ruido, menos sangre y más control. Con el auge de las drogas sintéticas -fáciles de mover, rentables y discretas- comenzaron a construir en silencio verdaderos imperios de dinero y propiedades a lo largo de Santiago, mientras el país seguía mirando hacia la amenaza del crimen organizado extranjero.