Columna de Iván Poduje: El Demoledor

Alcalde Rodolfo Carter encabeza operativo de "Recuperación de Barrios" de la Municipalidad de La Florida, en el sector Los Quillayes. Foto: Diego Martín / Agencia Uno


Por Iván Poduje, arquitecto.

Las demoliciones de las “casas narco”, ordenadas por Rodolfo Carter, se han transformado en un hecho político de alcance nacional que ha dejado muy mal parado al gobierno, a la derecha y a la clase política en general. El alcalde de La Florida aprovechó una facultad que le otorga la ley de urbanismo y construcciones a todos los municipios, para botar viviendas construidas o ampliadas sin permisos de obra. La novedad es que Carter la aplicó en inmuebles de narcotraficantes. Una solución ingeniosa, como dijo el ministro Luis Cordero, que permite castigar el patrimonio de estos delincuentes de forma inmediata y con una enorme repercusión pública.

Por eso el gobierno no tardó en salir a pegarle. Un notero oficialista, que en el estallido alabó a la primera línea, entrevistó a los “vecinos” que se oponían a la demolición lanzando piedras y objetos incendiarios. El diputado Jaime Naranjo también dijo presente. Calificó la operación de Carter como un show televisivo, cosa que él conoce bien luego de su recordado discurso de 15 horas esperando que Giorgio llegara al Congreso para sacar al Presidente Piñera. El subsecretario Monsalve insinúo que las demoliciones no servían y que el gobierno estaba preocupado de “los temas de fondo”. Incluso el Fiscal Nacional entró al ruedo. Primero para felicitar la medida, luego para criticarla y ordenar sumarios.

Es cierto que las demoliciones sirven de poco si no van acompañadas de medidas que permitan recuperar el territorio capturado por los narcos, llevando servicios, renovando espacios públicos y coordinando labores de acción social y policial que trascienden el ámbito de competencias de un alcalde. ¿Entonces por qué las demoliciones generaron tanto revuelo? ¿Por qué la izquierda salió a darle con todo a Carter?

La principal razón es que la medida fue muy valorada por la ciudadanía. Una encuesta de Panel Ciudadano concluyó que un 88% la apoyaba, y creo que en este resultado influye ver a un político que pasa del discurso a la acción, en el tema que más preocupa a los chilenos, como es el combate de la delincuencia.

Esto que parece una obviedad, es una rareza considerando los desvelos de nuestra desconectada clase política. En la derecha vemos una disputa entre halcones y palomas que solo le interesa a sus protagonistas y a un puñado de columnistas y asesores. La izquierda debe lidiar con las contradicciones del Presidente Boric, que un día se comporta como Bruce Willis diciendo que será un “perro” contra los delincuentes, y al otro día los indulta premiando a energúmenos que usaron el estallido para saquear, robar e intentar matar policías. Súmele a este tango, que gobierno y oposición insisten en iniciar un nuevo proceso constituyente que genera indiferencia y desconfianza en la mayoría de la población.

En este universo paralelo, el alcalde Carter no solo muestra empatía con las prioridades ciudadanas, sino que carácter para resolverlas y desafiar a los malos, un atributo escaso pero muy necesario en los tiempos que corren.

Esto no se percibe desde la zona oriente de Santiago, donde vive la mayoría de los analistas, tuiteros y políticos que critican a Carter, y que probablemente nunca han visitado La Florida o el barrio Los Quillayes, donde realizó la última demolición. Por eso les cuesta entender el alivio que sienten millones de chilenos cuando ven derrumbarse una vivienda que simboliza las balaceras, bengalas o esos funerales que cierran colegios sin que el gobierno haga algo por evitarlo.

Si Carter logra este efecto con una norma olvidada de la Ley de Urbanismo y Construcciones, ¿qué podría hacer si llega a la Presidencia? Probablemente los ciudadanos lo están pensando y ese escenario es lo que más debiera preocupar al gobierno y la propia derecha. Que Carter no solo demuela las casas de los narcos, sino que la poca credibilidad que le va quedando a una clase política que insiste en mirarse en ombligo, mientras el país real siente terror a perderlo todo en un portonazo o una bala loca.

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